Quiérete y luego quiéreme, si quieres.

FINAL.

-¿Lista?- preguntó con un brillo en los ojos.

Asentí y apreté más mi mano contra la suya.

-Estoy nerviosa- confesé.

-¿Por pasarte casi trece horas en un avión?

-Por conocer a tu padre.

-Bueno, no eres asiática y vas a ser el constante recordatorio de mi deshonra y, por ende, una absoluta vergüenza durante un mes. Causar buena impresión es una batalla que tienes perdida.

Le di un pequeño empujón, Ryu estalló en una sonora carcajada.

-¡No tiene gracia!

-Tranquila, le vas a encantar. No le van esas mierdas tradicionales-. Me acercó para depositar un beso sobre mi frente, sentí la calidez del gesto. -¿Te fías de mí?- preguntó.

-Qué remedio, eres mi novio.

-Siempre tan romántica 자기야 (Jagiya).

-Es parte de mi encanto.

Tomé una profunda bocanada de aire, nos adentramos en el aeropuerto.

Buscamos nuestra puerta de embarque y comenzamos a caminar por el espacio rodeados de viajeros ilusionados y nerviosos. Facturamos las dos grandes maletas que llevábamos y fuimos directos al control de seguridad. Para nuestra suerte, no había apenas personas. Pasamos sin ningún tipo de problema.

-Tenemos tiempo de sobra, ¿quieres comer algo?- sugirió Ryu.

-Una idea genial. ¿Qué te apetece?

-Hamburguesa, doble de carne, con patatas y refresco- dijo casi sin pensarlo.

-Y un postre después, un helado gigante- añadí.

-Eres mi persona favorita, ¿lo sabías?

Absorbí esas palabras y sentí como se enroscaban con delicadeza en torno a mi corazón.

Mientras disfrutábamos de la comida rápida, Ryu trató de enseñarme unas cuantas palabras en coreano que podía utilizar una vez estuviéramos allí. Tardamos una hora en que recordara cómo se decía ''perdone, ¿me indica la parada de metro?''. Después de risas y algo de desesperación por su parte que intentó disimular sin éxito, Ryu se levantó para pagar la cuenta.

Volví a mirar las pantallas de información, sentí un nudo en el estómago al leer que había un vuelo a Manchester dentro de treinta minutos.

Mi conversación con Colin fue más difícil de lo que había pensado que sería.

Llamé a su puerta con la caja de latón entre las manos y los nervios como un nudo pesado y molesto en mi pecho, estrujando mi corazón. Su espléndida sonrisa se borró al fijarse en mi rostro serio, anegado en lágrimas desde que vi sus ojos, unos que había amado durante mucho tiempo y que me había negado a soltar.

-No soy yo, ¿verdad?- preguntó dejando caer los brazos.

-¿Podemos hablar?

Entré en su cuarto, las puertas del armario estaban desplegadas y tenía una maleta abierta sobre la cama con algo de ropa en el interior. La luz era tenue y un hilo de música bañaba el espacio. Escuché la puerta cerrarse a mis espaldas, me torné para encontrarme con un Colin ansioso.

-¿Qué es eso?- señaló la caja.

-¿Nos sentamos?- sugerí.

Apartó la maleta, haciéndonos espacio. Miré el rectángulo que sostenía, tomé aire. Esto no iba a ser fácil, lo sabía porque ya estaba al borde del llanto y no había dicho una sola palabra.

-Aquí guardo las quince notas que me has escrito.

Abrí la tapa con la mirada borrosa, los trozos de papel estaban desperdigados por el espacio. Vi una lágrima caer sobre uno de ellos.

-¿Por qué me lo enseñas?

-Quiero demostrarte que has sido importante para mí. Las guardo porque en su día fueron lo único que conseguía hacerme sentir viva.

Sollocé, arrastré las lágrimas con el dorso de la mano.

-Te he querido tanto, Colin Green.

No pude seguir, el llanto me lo impidió. Agarré con fuerza la caja dejándome llevar por ocho años de intensos sentimientos e ilusiones, unas que se habían venido abajo poco a poco. Sentí sus manos arrebatarme la caja para después cubrirlas con sus palmas.

-Jamás pensé que sería yo la que te dijera algo así- balbuceé entre lágrimas. -Siempre creí que habría un futuro para nosotros, por muy malo que fuera el camino que tuviéramos que recorrer. Y ahora...

Ahora todo se había derrumbado como un castillo de naipes cae con un soplido. Me dejé llevar por el dolor agudo de mi corazón, por los recuerdos que comencé a guardar en un lugar especial dentro de mí.

-Está bien Alaia- habló por primera vez, su voz solo hizo que llorase aún más.

-Lo siento tanto...

-No tienes porqué, tú no has hecho nada malo. Yo me he dado cuenta demasiado tarde, y créeme que eso me pesará toda la vida.

Encontré una pizca de valor en mi interior para alzar la cabeza. Sus ojos brillaban intensamente, y esta vez el océano se desbordó por ellos.

-Siempre voy a...

-No digas eso- me cortó. -No digas que siempre vas a quererme.

-Es la verdad. Te he amado durante ocho años, eres especial para mí.

-¿Incluso con todo lo que te he hecho?

-Incluso con eso.

Colin dejó caer la cabeza, se permitió dar rienda suelta al llanto que estaba reprimiendo. Su cuerpo se contraía con cada respiración forzosa. Me destrozaba el alma verle tan triste.

-Estos días contigo han sido un regalo para esa adolescente enamorada de ti, gracias por permitirme ese sueño- añadí.

Sostuve su rostro entre mis manos, borré las lágrimas con los pulgares. Le vi dudar, pero finalmente elevó un brazo y también se llevó las gotas de mis mejillas. Nos miramos hasta que recuperamos un poco la compostura, hasta que el llanto nos permitió seguir hablando sin sentir que nos quebraríamos en cualquier momento.

Utilicé ese tiempo para admirar de nuevo su rostro, fijarme en las motas más claras de sus ojos azules, en los pequeños bucles al final de cada mechón de su pelo, en el piercing tan atractivo de su nariz. Sería capaz de reconocerle en cualquier parte, estaba segura de ello. Sonreí al recordar cada una de las cualidades que le hacían diferente, que me habían enamorado.

-Al menos así no estaré esperando en el aeropuerto como un tonto- soltó.

Me obligué a reír, él también.




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