Quiero amarte

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SKYLAR BANNERMAN

Siento una leve vibración contra la piel de mi cintura, tuerzo el gesto y me las ingenio para hacer maniobras con las carpetas que traigo en la mano, saco mi teléfono celular de la falda de porrista y acepto la llamada de papá antes de que cuelgue, llevo el aparato hacia mi oreja y concentro mi vista en mis tenis deportivos mientras sigo caminando.

—¿Bueno? — Hablo, después de unos segundos. Ubico mi cabello mojado por detrás de mis orejas y aprieto las carpetas contra mi brazo. El director me vio con un rostro lleno de generosidad que me pidió amablemente que le hiciera entrega a la nueva psicóloga unos expedientes, y por obvias razones no pude negarme.

—Me contestaste — Afirma papá por el otro lado de la línea, su voz se escucha distorsionada y áspera —, eso significa qué no tienes clase.

Hago un sonido con mi garganta y observo por un momento el mural de la preparatoria.—Si tengo, pero acabo de salir del calentamiento, ¿para qué me llamas? — Pregunto, porque no suelo recibir llamadas de su parte mientras esté en horarios de clase.

Doblo en una esquina y espero con paciencia a que responda mi pregunta.

—¡Ohh! — Exclama con despiste —, te hablo para avisarte que no llegaré temprano a casa, Skylar — avisa, y mis cejas se fruncen.

—¿Por qué?

—Asuntos de trabajo — Responde con simpleza.

—Últimamente has tenido mucho trabajo, siempre llegas a una hora diferente.

—Te mandaré algo de cenar — Ignora lo que anteriormente dije —. No me esperes despierta.

Un suspiro logra escaparse desde lo más profundo de mi garganta. No me extraña que papá llegue tarde a casa una vez más. Me he dado cuenta que me ha estado descuidando.

Detengo mi paso al llegar frente las oficinas del área de psicología. —Está bien; tengo que colgarte, adiós, pá.

—Qué te vaya bien, hija.

Cuelgo la llamada y bufo.

Me adentro a las oficinas y el silencio sepulcral es lo que me recibe. No hay ninguna de las secretarias detrás de los escritorios atendiendo, todo permanece vacío y en silencio lo cual me extraña.

Mi ceño se vuelve a fruncir y sin saber que es lo que debo hacer me pongo a observar, la área de psicología es grande y ancha, los cuartos donde hacen las sesiones con los alumnos se encuentran en el largo pasillo que da a mano izquierda, deduzco que la única psicóloga que hay en toda la preparatoria debe estar en la habitación que le corresponde.

Inhalo en un respiro el olor a hojas de máquina junto a un aromatizante de fresa, y con pasos ligeros camino a través del pasillo guardando mi celular debajo de la falda de tablones, por un instante pienso que no hay absolutamente nadie aquí, sin embargo, escucho como unos objetos son removidos de lo que parece ser una mesa, la puerta de madera color blanca de la habitación está medio abierta, supongo que no habrá problema que yo entre sin tocar antes.

Empujo con una de mis rodillas la puerta, abriéndola por completo, y me quedo paralizada en mi lugar al presenciar una de las muchas escenas que a mi ver son desagradables.

La nueva psicóloga está sentada en el escritorio de madera, con sus largas piernas abiertas y la cabeza echada hacia atrás, jadeando de placer. Entre sus piernas un hombre besa su cuello mientras manosea el costado del cuerpo de ella.

Sería icónico y divertido que se tratara de algún maestro o hasta del mismísimo director el que se enrolla con la psicóloga, pero lamentablemente no es así.

Mis inquietos ojos caen en el tatuaje de un tigre que se expande por el interior del antebrazo del hombre y doy un paso atrás, aturdida y avergonzada.

La psicóloga cuyo nombre es Mila, es nueva, hace más de tres semanas llegó a la preparatoria por intercambio, es una mujer guapa; no lo voy a negar, no pasa de los veinticinco años de edad, es alta, cabello corto oscuro, utiliza gafas cuadradas y su boca siempre permanece pintada en color rojo pasión. Se ha convertido en la fantasía de todo el alumnado desde su fáctica llegada.

Ella logra reaccionar a tiempo y empuja al hombre con el que segundos atrás, se enrollaba.

Alex da unos cuantos pasos lejos de ella y por instinto lleva su mano derecha a su boca, limpiándose el rastro de labial rojo. Giro en mi eje dándoles la espalda y recargo mi cuerpo en el marco de la puerta, esperando que arreglen su aspecto, mi corazón se comprime como familiarmente lo hace y en la boca de mi estómago se instala un hueco lleno de dolor, los segundos pasan dolorosamente lentos, que siento que son cuchillos de tortura y se clavan en mi espalda con lentitud.

Escucho pasos a mis espaldas y un pellizco en mi cadera me hace saltar y hacer una mueca, Alex me da una mirada de reojo y pasa por mi lado, saliendo de la habitación con tranquilidad, dejando a su paso el olor de su exquisito perfume mezclado con otro de mujer.

Ya me es tan normal encontrarlo con una chica diferente cada día, tanto que me he acostumbrado al dolor y la quemazón que siente mi pobre corazón. Él todavía no se ha enterado que me gusta, y por una parte, agradezco, sabiendo que el sentimiento no es mutuo.

La psicóloga se aclara la garganta y forzo una de mis sonrisas hipócritas, me detengo frente al escritorio donde todos los objetos han sido removidos y la miro acomodar con disimulo su cabello y sus lentes, puedo ver el encaje negro de su sostén sobresalir de su camisa blanca con los primeros tres botones desabrochados.

—Lamento haber interrumpido — Mentira, no lo lamento —, no había ninguna secretaria en oficinas y no imaginé que estaría ocupada... — enrollándose con Alex. Trago saliva y le extiendo las carpetas —. El director me encargó entregarle éstas carpetas.

Sonríe con nerviosismo y con sus manos temblorosas toma las carpetas. —Gracias... — Deja la palabra en el aire, esperando que le diga mi nombre.




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