Quiero amarte

I 33 I

SKYLAR BANNERMAN.

Sus ojos me estructuran toda la cara durante unos segundos, segundos que me parecen eternos y torturadores, y finalmente, niega con la cabeza, y alcanzo a ver un atisbo de decepción pasar por sus ojos, y me siento mal por dudar de él de esa manera.

―Yo jamás haría algo así para manchar tu imagen, Skylar ―admite con la honestidad derrochando de sus ojos.

Y yo le creo, y le creería hasta con los ojos cerrados. Le creería incluso cualquier mentira saliendo de sus labios.

Solo me basta con oírlo decir eso para abalanzarme encima de su cuerpo y abrazarlo con fuerza, refugiándome en sus brazos, buscando su consuelo.

Alex me sostiene entre sus brazos y acuna mi cabeza sobre su pecho sin decir algo más, y yo vuelvo a echarme a llorar, sacando todo sentimiento reprimido dentro de mi pecho. Sus labios besan mi cabeza repetidas veces y me consuela por no se cuánto tiempo, solo sé que me deja llorar y balbucear cosas sin llegarme a soltar.

Siento la humedad de su playera bajo mi mejilla y sorbo mi nariz, me limpio con rapidez por debajo de los ojos y me avergüenzo por mancharle la playera de lágrimas y mocos, sin embargo, eso parece no importarle.

Elevo mi cabeza para mirarlo a los ojos una vez que me siento más tranquila y que puedo dejar el llanto atrás, y él me planta un beso en la frente.

―¿Te sientes mejor, amor? ―cuestiona con preocupación y asiento, separándome de su cuerpo por unos cortos centímetros.

―Sí... ―susurro, tranquilizándome y respirando hondo―. Ya un poquito mejor.

Alex suspira con pesar y observa el grande rasguño que adorna mi mejilla, sus dedos acarician con suavidad sus alrededores y regresa sus ojos a los míos.

―¿Te duele algo más? ¿Te hizo daño? ―interroga con inquietud ―.  ¿Quieres que te llevemos a revisar al hospital? ―niego con la cabeza, sabiendo que la última opción no es necesaria.

―Solo me duele la cabeza y siento que me punza el cachete por el rasguño ―le respondo, tragando saliva.

Alex lleva sus manos a mi cabeza y sus dedos se entierran entre mis cabellos, masajeándome con delicadeza para aliviar el dolor.  ―¿Tienes algún botiquín? El rasguño se te puede infectar si no lo limpiamos.

Mis hombros se relajan notablemente al sentir el dolor de mi cabeza disminuir e inconscientemente cierro mis ojos, asintiendo. ―Está en el baño de arriba, vamos si quieres.

Lo tomo de la mano y enlazo mis dedos con los de él, y mi cuerpo reacciona a su manera, sintiendo un choque magnético por dentro.

Lo conduzco escaleras arriba y llegamos al baño principal, abro la puerta y con la luz mañanera no es necesario que encienda la luz, así que solo me encamino a los cajones y busco el botiquín. Se lo entrego a Alex una vez que lo encuentro y él lo abre, sacando el algodón junto con el alcohol.

―Siéntate aquí para poder limpiarte, ¿sí? ―señala la orilla de la bañera vacía, y yo obedezco sin quejarme. Observo a Alex darme la espalda para sacar un pedazo de algodón y mojarlo con el alcohol, sus movimientos son rápidos y nada torpes, termina de cerrar el frasquito y se voltea a mí, se inclina de cuclillas y mi respiración empieza a ser inestable, no sé si por el alcohol que me va a arder o porque aún me parece irreal tenerlo para mí.

―Te arderá, pero seré muy rápido ―pronuncia y lo miro directo a sus ojos azules y me pierdo en su profundidad, aceptando. Alex presiona con suavidad el algodón mojado en el rasguño y aprieto mis ojos y los dientes, sintiendo el ardor y unas ganas enormes de gritar.

―Arde, Alex ―gimoteo, con los ojos llorosos ―. Arde, arde.

―Lo sé, amor, lo sé, pero ya falta nada ―desvío la mirada a la pared detrás de él y lo siento darme ligeros toquecitos, tratando de hacerlo lo más rápido posible ―. Creo que lo mejor es ponerte una pomada y una gasa.

Bajo la mirada. ―Se me ve muy feo, ¿verdad?

―No es eso, preciosa, tu cara sigue mirándose bonita, así como la de una muñequita ―las esquinas de mis labios se estiran en una sonrisa triste ―. Pero es necesario para que no se infecte y cicatrice más rápido.

―¿Cómo una muñequita, has dicho? ―repito.

―Sí ―asegura, sonriendo también ―. La primera vez que te vi de cercas no pude evitar comparar tu cara con el de una muñeca de esas bonitas que tienen las niñas chiquitas.

―¿Pero por qué con una muñeca? ―inquiero nuevamente, sin tenerlo claro.

―Porque solo mírate ―su mano derecha sostiene mi barbilla y me roba un beso en los labios ―. Tus ojos, tu boca, tu piel... pareces irreal. No hay nadie que se pueda comparar contigo.

Guardo silencio. El pecho se me calienta ante sus palabras y rodeo su cuello. Alex es la persona que más rápido me hace olvidar todo lo malo, es el hombre que me brinda seguridad con solo tenerme entre el calor de sus brazos.

—Lo siento —sus ojos destellan sinceridad.

—¿Por qué? —mi voz sale en tono bajito.

—Por haberte metido en todo este lío —humedece sus labios, y mis ojos caen en su boca para luego volver a sus ojos —. Te prometo que si tu padre se llega a enterar me haré responsable, de todo seré responsable, pero por favor perdóname.
 

Paseo mis manos por su cabello y desvío la vista, con solo la idea de que mi papá pueda verme en ese vídeo filtrado me hace querer llorar.

—Todo lo que te pasó es mi culpa y...

Acaricio su mejilla con las yemas de mis dedos y conectamos ambos nuestras miradas. ―No digas eso, no es tu culpa, nada lo es.

―Si no te hubiera buscado para hablar nada de esto hubiera pasado...

―Alex, no ―lo interrumpo ―. No es nada tu culpa, ¿sí?

Me pongo de pie y le tiendo una mano, él la acepta y los dos bajamos a la sala, donde todo permanece en silencio, solo se escucha el ruido de los autos pasar por fuera.

Me siento en el sillón más grande y Alex me acompaña, sentándose a mi lado. El sonido de un mensaje inunda la estancia y él rebusca algo entre el bolsillo de su pantalón, al encontrarlo toma mi mano, y el estúpido cosquilleo se hace presente, Alex abre mi mano, y deja en ella mi celular.




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