Quiero amarte

I 48 I Nosotros estamos bien

ALEX BRUCE
 

—Yo creo que si te vienes integrando al equipo con nosotros —comenta Daniel a mi lado, mientras que llegamos a la zona de la cancha. El campus es uno muy similar al de mi antigua preparatoria, lo único que cambia el color de las gradas —. Con todos te vas a llevar bien.

Le asiento como respuesta, y miro con curiosidad a las personas que juegan en la cancha, y ladeo la cabeza analizando los pases de balón que se hacen.

Clavo mis ojos sobre la única chica que corre tras el balón, y frunzo las cejas, observándola con atención: es blanca, porque resalta bajo la luz del sol, y es delgada, pero trae una playera del equipo que le queda unas cuantas tallas más grandes, aunque eso no es impedimento para que su culo no se vea. Oculto mi expresión para no verme un morboso, sin embargo, la vista me gusta, tiene un culo redondo y bien formado. Casi puedo jurar que practica algún tipo de ejercicio, porque es notable que tiene unas piernas de infarto.
 

Ella corre tras el balón intentándoselo robar a otro, sin embargo, no es buena jugando, pero al menos lo intenta.

—¿Quién es ella? —le pregunto a Daniel, sin quitarle los ojos a la chica que ahora logra apoderarse del balón.

—¡Skylar! ¡Pásamelo a mí! —escucho que alguien le grita a la distancia, y la mencionada no duda en pasarle la pelota.

—Es Skylar, la amiga de la que te hablé –responde Daniel a mi lado y lo miro.

—¿Es ella? —inquiero, volviendo a mirarla y cruzándome de brazos —. No me dijiste que estaba así...

Daniel frunce el ceño y hace una visera con su mano por el sol. —¿Así como?

—Tan bonita.

Casi sonrío cuando veo que le pasan el balón para que ella pueda meter gol. Ni siquiera trae zapatos adecuados para jugar, pero al parecer no tiene problema con sus tenis Nike.

—Ni lo pienses, Alex —advierte Daniel —. Con ella no.

—¡GOL! —todos los jugadores gritan, y emocionados se acercan a la chica para celebrarle el gol.
 

—¿Por qué no?

—Porque no. Skylar es muy especial, es como una hermana –responde —. Búscate a otra.

Conozco a Daniel desde la secundaria, y aunque no nos integramos en la misma preparatoria para el primer año en el segundo decidí cambiarme, y claramente que me había hablado de su amiga, pero ¿cómo iba a saber yo que estaba tan bonita? Es imposible pasar por alto algo así.

No le doy ninguna respuesta porque ella camina en nuestra dirección y yo me quedo embelesado mirándola. Luce cansada; tiene el cabello negro amarrado en una coleta despeinada, está sudada por haber jugado y su piel está toda roja.

—Skylar, ven —la llama Daniel y me enderezo, interesado por tenerla frente a mí. Ella llega a nosotros y escucho que trata de mantener estable su respiración agitada. Es muy preciosa de sus facciones. Ya he conocido muchas chicas bonitas, pero ella es diferente... es muy natural  —. Él es Alex.
 

Ella levanta la mirada para verme, y cuando sus ojos conectan con los míos instintivamente doy un paso hacia atrás, impactado. De repente siento como si ella pudiera leerme y saber todos mis últimos pensamientos. Y mis últimos pensamientos son sobre ella. Y sobre su buen culo.

Una sonrisita se le instala en el rostro, dándose cuenta de mi inquietud con sus ojos y ladea la cabeza.

Tiene unos ojos preciosos.

Grandes, verdes y rodeados de largas pestañas negras.

—Skylar Bannerman —estira su pequeña mano hacia mí y yo no tardo en aceptarla, estrechándola con la mía. Sus manos son suaves y bonitas. Y su voz... tan perfecta para alguien como ella.

Mierda, parezco un cursi pensando todo esto.

—Das la mano al saludar —comento, sorprendido, haciendo que su sonrisa crezca más.

—Es por educación.

Le sonrío. —Alex Bruce.
 

Sonrío, recordando, y tamborileo mis dedos sobre el volante, esperando recibir algún mensaje o llamada del padre de Skylar, sin embargo, aún no han pasado los diez minutos que me dijo que esperara.

Suelto un suspiro, y dejo recargar mi cabeza en el asiento del auto, clavo mis ojos sobre la farola de la calle y en cuestión de segundos me pierdo de nuevo, sonriendo como idiota por otro recuerdo que invade mi mente.
 

Me limpio el sudor de la frente con la playera del equipo y miro a Skylar renegar con Daniel.

—¡Era la apuesta y la perdiste! —le recuerda él, señalándola —. Ahora ponte la botarga —ella tuerce los labios —. Ándale, ve, la acaban de traer así que serás la primera en ponérsela.

Skylar forma una mueca, no obstante, pese a que no está muy decidida termina por aceptar, yéndose a cambiar al cuarto de atrás.

Me siento en la banca de metal y reviso la hora en mi celular. El partido terminó hace poco, e inmediatamente que ganamos Daniel arrastró con nosotros a la pelinegra para que le cumpliera el dichoso reto.

Escucho que a mi celular llega un nuevo mensaje y lo leo de soslayo: se trata de una chica con la que he estado hablando hace poco. Solo leo por encima de las demás notificaciones y decido responder luego.

Me quito la liga del brazo que indica que soy el capitán del equipo y la dejo a un lado. Todos están esperando a que salga Skylar vestida de cebolla loca, y para ser sincero, yo también.

La puerta del cuarto donde se metió se abre, y Daniel se apresura a pedirme el celular para grabar. Todos nos ponemos atentos cuando Skylar aparece en el umbral de la puerta con la botarga puesta. Ella trata de pasar, pero se ladea chocando por lo grande que es la bola de la botarga. Contengo mi risa y ella camina como un pingüino hacia el centro de nosotros.




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