Quiero amarte

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C A P Í T U L O 5 1

SKYLAR BANNERMAN


 

—¿Te falta mucho para llegar? —pregunto impaciente y con cansancio, dándole una mirada de frente bajo mis pestañas.

—No...

Emito un gruñido y me remuevo.
—Alex...

—Skylar...

—Ya me cansé de estar en la misma posición.

Una sonrisilla surca sus labios y lo miro de reojo, detallando sus manos sosteniendo el volante del auto mientras conduce por la carretera. Frunzo mis cejas cuando el auto va disminuyendo su velocidad y se detiene en la orilla, en medio de la nada.

—¿Adónde me trajiste? ¿A la orilla de la ciudad? —inquiero con curiosidad; mirando a través del espejo retrovisor si en la carretera pasan más carros, pero está solitaria, y eso que son las cuatro de la tarde.

Alex apaga el motor del auto y se aclara la garganta, volteando a mirarme. Sus ojos azules navegan por toda mi cara con concentración, como si jamás me hubiera visto antes. —¿Te dan miedo las alturas?

Aún sin evitar el sonrojo en mis cachetes soy capaz de arrugar mi cara, sin entender a qué viene su repentina pregunta. —Eh... no, no creo.

—Qué bueno —sonríe con orgullo —. Porque andáremos en el aire.

Me incorporo en el asiento y ladeo la cabeza. —¿En el aire?

Asiente con lentitud. —Sí, subiremos a un globo aerostático.

Mis ojos brillan ante lo que acabo de escuchar y ruego a que no sea una broma. Desde niña había fantaseado con subir a uno, pero cuando le dije a mi padre me dio un rotundo no, porque no es tolerante a las alturas.

—¿Es en serio? —pregunto para asegurar, queriendo chillar como una niña chiquita.

—Sí, preciosa.

La emoción explota en mi pecho y suelto un chillido con incredulidad y a la vez adrenalina. Me echo a sus brazos para abrazarlo y él se ríe, recibiéndome. Rodeo con mi mano su nuca y le comienzo a llenar la cara de besos, dejándole rastros de labial. Ahora tiene besos en las mejillas, en la nariz, mandíbula, frente y boca.

Alex no borra su sonrisa y me observa de cerquita, a lo que yo también hago lo mismo. Luce mucho más guapo que hace unos meses, no sé qué tendrá o qué se hará, o si estoy enamorándome más y más, pero se ve mucho más atractivo, y eso que desde siempre lo ha sido. Paseo las yemas de mis dedos por su mandíbula marcada y le planto un beso corto en los labios. Sus manos se ajustan en mi cintura y a través de la ventanilla visualizo en el cielo un globo de color amarillo, y entreabro mi boca con emoción, como si jamás hubiera visto uno.

—¡Mira! ¡Allá va uno! —señalo con mi dedo índice, y Alex se asoma despistadamente, sin querer desviar tanto su atención de mí.

—Adivina de qué colores pedí que fuera el de nosotros —levanta sus cejas, esperándome a que lo adivine, y yo vuelvo a mi lugar, con ansias de ya bajar e irnos a subir al nuestro.

—Mmm... —finjo dudar —. ¿Azul y verde? —se lame los labios y suelta una ligera risa ronca, porque he acertado —. ¿Me has traído aquí porque cumplimos un mes más?

Me sonrojo sin haber escuchado la respuesta aún y Alex sonríe de lado. —¿Qué comes que adivinas?

Le doy un leve empujón por el hombro y suspiro, con las cosquillas acumulándose en mi vientre.

—Te traje algo —susurro, y sus cejas se elevan con interés. Meto mi mano en el bolsillo de mi chaqueta de mezclilla y extraigo la envoltura decorada —. Es algo pequeño y a lo mejor insignificante...

—No es insignificante si viene de tu parte —me corta, y muerdo el interior de mi mejilla, decidiendo entregarle la envoltura de la pulsera de cuero que le he comprado.

—Ábrelo.

Alex lo recibe y sonríe, sonríe como si le hayan entregado el mejor dulce a un niño, y abre la envoltura con cuidado, aunque sé que ya debe suponer qué es. Él toma la pulsera entre sus dedos y la observa. No, mejor dicho, la admira con brillo en sus ojos, como si eso le llenara más que otros lujos y carencias. Y es que, ¿qué le puedo regalar que no tenga ya? Y exactamente una pulserita de cuero con un pequeño sol en el centro es algo que no tenía.

Alex deja de mirar la pulsera y saca la tarjetita que está dentro de la envoltura para leerla. El bochorno sube por mi cuello hasta mis orejas, porque de pronto me siento expuesta y apenada cuando él comienza a leer lo que escribí en voz alta.

—«Es una pulsera de un sol, porque tú eres como mi sol: iluminando todos mis días.» —sonríe aún más terminando de leerla y emite una risita, mirándome con adoración.

—¿Suena muy cursi? —inquiero, retorciendo mis dedos en mi regazo.

Se encoge de hombros. —Un poco, sí, pero me gusta. Gracias, preciosa mía.

Su mano derecha se posiciona tras mi nuca y me acerca a él para darme un beso en la boca. Mis labios lo reciben con familiaridad, besándolo con lentitud, saboreando el sabor a chicle de menta entre su lengua.

Cuando nos separamos por la falta de aire me besa la nariz y yo le ayudo a ponerse la pulsera en la muñeca izquierda. Me felicito para mis adentros. Sus manos se ven demasiado bien.

—Bueno, yo también te traje algo —murmura, y trago saliva.

—¿Qué es? —indago.

—Busqué con quién negociar para comprarte la luna —me echo a reír y meneo la cabeza —. Ciertamente no encontré a nadie, pero no iba a quedarme de brazos cruzados sin cumplirte un deseo. Así que te conseguí una luna, una que siempre podrás querer.

Estira su brazo hacia el asiento de atrás, y me tiende una caja cuadrada de madera en color blanco. La tomo con cuidado, y despego el broche que la mantiene cerrada. Cuando la abro encuentro una luna encendida. Es una lámpara de la luna.

Hago una mueca de ternura y paso mi dedo por la textura de la bola. —¿Te lo tomaste en serio?

—Todo lo que dices me lo tomo en serio.




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