Quiero amarte

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SKYLAR BANNERMAN

 

La lámpara de luna permanece encima del buró que está a lado de mi cama. Paseo las yemas de mis dedos por su textura y al hacerlo enciende, iluminando con su luz tenue y amarilla. Sonrío sin casi inmutarme, recordando las palabras de Alex diciéndome que no podía quedarse sin cumplirme algún deseo.

Clavo mi vista en el reloj diminuto de la pared y miro la hora. Estarán por ser las tres de la tarde, y sé que él está por irse, o tal vez ya está en camino. Otra vez la sonrisa vuelve a mi cara, porque ahora recuerdo nuestra despedida de esta mañana.

«—En tres días me tendrás aquí —asegura, acunando mi cara entre sus manos.

—Eso espero —susurro, con el calor de las palmas de sus manos en mis mejillas —. Que sí vuelvas.

Una sonrisa imperceptible adorna su cara. —¿Tú crees que nunca volvería a ti? Sería imposible. Yo voy a ser como el imán aferrado a su refrigerador.

—Qué bonita comparación —ironizo con diversión —. Ahora soy un refrigerador.

—Bueno, entonces omitamos eso, y en lugar de un imán acuérdate que me dicen el aferrado. Y yo estoy muy aferrado a ti. »

Nuestra despedida duró más de una hora, en donde no lo quería soltar para que no se fuera, en donde mis «quédate otro poquito» se extendían por diez minutos más, y en donde parecía una garrapata que no quería desafanarse.

Por la hora confirmo que ya serán tres horas desde que lo vi. Suspiro, dándole un toque delicado a la luna para apagarla y la puerta es tocada dos veces. No me hace falta voltearme porque sé que es Stacy esperando a que esté lista para ir al centro comercial.

—¡Ya voy, Stacy! —informo —. Solo me pongo un pantalón y estoy lista.

La puerta se abre y espero paciente a que me dé una respuesta típica de ella, pero en cambio escucho otra voz que me acelera el corazón.

—Perdón por no ser Stacy.

Doy un respingo y me volteo para ver a Alex parado en el marco de la puerta de mi habitación. Me levanto del piso y me acerco a él sin dudarlo.

—¡Alex! —chillo, abrazándolo y pegando mi nariz en su ropa. Trae una distinta que la de la mañana —. ¿Qué haces aquí? ¿Te arrepentiste y no irás?

Él cierra la puerta y me rodea con sus brazos en silencio por unos largos segundos. Segundos donde solo me abraza y besa la coronilla de mi cabeza.
—Pasé otra vez porque no me quiero ir.

Hago una mueca y me permito echar mi cabeza hacia atrás para mirarlo. Sus ojos están distintos, pero quizás solo tiene la vista cansada y por eso están algo rojos.

—Pero solo serán tres días —le recuerdo, para tranquilizarlo y que se pueda ir relajado —. Después volverás.

Su manzana de Adán se mueve de arriba a abajo cuando traga saliva y me abraza con más anhelo.
—Pero no me quiero ir.

Frunzo mis cejas, confundida porque ya lo habíamos hablado, porque incluso en la mañana planeamos lo que haríamos después de su regreso. Me enfoco en sus ojos y él desvía la mirada tras de mí.

—¿Por qué no? —pregunto, con tintes de preocupación —. ¿Pasó algo?

No me responde, en cambio entrelaza mi mano con la suya y me conduce a mi cama para que los dos nos sentemos.

—Nada malo, preciosa —responde, acariciando con su dedo índice mi rodilla descubierta —. Solo necesitaba venir a verte otra vez antes de irme.

Sonrío como una loca enamorada, y espero que él también se ría o lo haga, pero su expresión está apagada y triste, cuando nunca se pone así.

—¿Y algo más no pasa? —inquiero, y su cara se esconde en el hueco de mi cuello. No digo nada, no me quejo, no me muevo, porque de repente un llanto estremecedor comienza a inundar mi habitación. Mi corazón se detiene, mis instintos se activan y mis brazos ejercen más fuerza alrededor de él.

Jamás lo había escuchado llorar con tanto sentimiento como hoy. Jamás lo había tenido en mis brazos para consolarlo.

Acaricio con mi mano su espalda en forma de consuelo y el pecho se me apachurra, porque siento la humedad de sus lagrimas mojarme la piel de mi cuello, y porque sus sollozos me rompen el corazón. Alex llora con tanto sentimiento y ahínco que mis ojos también se llenan de lágrimas porque no puedo soportar estar impasible, y me asusto, porque no sé qué es lo que le está pasando.

—Está bien... —susurro, sin embargo, no sé si lo está—. Todo está bien, Alex...

Sus manos se anclan a mi cintura y su respiración caliente e inestable golpea mi cuello. Su pecho vibra ligeramente porque no puede parar de sollozar ni de llorar. Trago saliva y solo me dedico a consolarlo, evitando preguntas que aunque quiero hacerlas, las contengo para no alterarlo aún más.

Navego mis dedos por las hebras de su cabello negro y acaricio su cabeza. Cierro mis ojos alejando mis lágrimas, ni siquiera sé si deba llorar, pero me duele, me duele verlo y escucharlo así, me lastima porque su dolor es como si fuera el mío, porque su dolor se convirtió en el mío.

—Está bien, vida mía —menciono, aclarándome la garganta y parpadeando para alejar el ardor en mis ojos —. Aquí me tienes para ti.

Su agarre se vuelve más fuerte alrededor de mi cuerpo y comienza a murmurar palabras que casi no logro comprender.

—Perdón... perdón... perdóname —meneo la cabeza, sin embargo, continúa murmurándome disculpas con la voz ronca y poco audible. Yo me mantengo consolándolo, hasta que su agarre va disminuyendo de mi piel conforme su llanto va cesando, y pasan largos minutos donde el silencio gobierna entre los dos. Sus lágrimas se detienen y lo escucho sorber por la nariz con pena, pero no me importa, porque estoy segura que lo amo en todas sus facetas.

Alex se aclara la garganta y endereza su espalda, haciendo que mi agarre caiga débilmente. Observo el costado de su rostro y la grieta en mi corazón se abre. Él se pasa los dedos por debajo de la nariz y se talla los ojos rojos y mojados. Me pongo de cuclillas en el piso y su mirada se posa sobre la mía. Tomo su mano y le doy un delicado apretón.




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