Quiero bailarme la vida contigo

Capítulo 3

Azul y Felipe salieron de la habitación y sin cruzar palabras fueron hasta la recepción. Allí, ella volteó a verlo y colocó los brazos en jarra.

—¿Cómo haremos esto? —inquirió—. Ese barrio queda lejos y no tengo vehículo.

—Déjame averiguar algunas cosas y mañana tendré información. Podemos ir después del mediodía, si así lo deseas, te busco aquí cerca de las dos de la tarde.

—Me parece bien —respondió ella sin darle mayor importancia.

Tenía ganas de preguntarle a ese hombre por qué demonios había abandonado a su abuela y qué le había motivado a aparecer así de golpe. Todo el mundo sabía que Felicita era una mujer de dinero, era una de las pocas que tenía una especie de habitación de lujo en el hogar y no escatimaba en gastos cuando deseaba algo. Azul no pudo evitar pensar que su jugosa herencia llamaba a Felipe a aparecer en escena de nuevo.

—Bien, te veo mañana —dijo él mirándola de arriba abajo.

Felipe no tenía ni la menor idea de quién era esa mujer vestida de manera tan exótica a la que Felicita trataba como si fuera su propia nieta. Definitivamente era bonita, su cabello largo y ondulado le daba un aire aventurero y su vestimenta excéntrica y cargada de colores le hablaba de alguien a quien las apariencias no le importaban en lo más mínimo. Por algún motivo, eso le agradó.

La vio partir, despedirse de la secretaria y caminar hasta una bicicleta recostada por un árbol. Subió a ella, se colocó los auriculares y salió de allí generando en él una sensación de libertad que desconocía por completo.

Felipe caminó hasta su auto, pero decidió que no deseaba volver al hotel aún, el día estaba muy bonito y caminar un poco le haría bien. Había extrañado mucho la vida en aquel hermoso lugar que parecía un paisaje sacado de alguna postal. La mayoría de las calles eran adoquinadas, salvo las principales, y las casas de pintorescos colores con fachadas coloniales se mantenían muy bien conservadas, lo que le daba a aquel sitio un aire surreal, como si uno estuviera dentro de algún libro. De niño, Felipe solía disfrutar de largas caminatas en las que se imaginaba que era una especie de viajero del tiempo, visitaba el pasado e imaginaba las personas que habrían vivido en esas casas muchos años antes.

Sin embargo, aquella faceta algo infantil había quedado atrás hacía varios años, y la exuberante combinación de colores de aquel paradisiaco pueblo contrastaba violentamente con el profundo gris de su estado de ánimo.

Sabía que regresar no iba a ser sencillo, pero había decidido que enfrentar los recuerdos y el pasado podrían ayudarlo a cerrar ese ciclo que le había resultado tan doloroso. Además, quería ver a Felicita, pues sabía que vivía su vejez en soledad y le daba tristeza imaginar aquello. Por suerte la vio bien, contenta, y fuera quien fuera aquella joven que la visitaba, suponía que había sido un buen soporte para ella en todo ese tiempo.

Sin darse cuenta, llegó al muelle, caminó hasta allí y observó a las parejas, por un instante olvidó que era el día de los enamorados y que eso, incluso aunque pensara que era un engaño de la mercadotecnia, hacía que las parejas se mostraran más efusivas.

Se detuvo justo frente a aquellas tablas de madera y recordó que fue en ese sitio en el que él le había declarado su amor a Mónica. Hacía mucho tiempo de aquello y él solo era un chico lleno de sueños y esperanzas. Se preguntaba dónde había quedado aquel joven, o mejor, ¿qué de aquel joven quedaba todavía en él? Si es que quedaba algo.

Suspiró y caminó un poco más, definitivamente la traición dejaba el alma en carne viva y, por lo visto y experimentado, el alma tardaba demasiado en cicatrizar.

Un griterío llamó su atención, volteó la vista hacia el sitio de donde venía y vio que la muchacha a quien la yeya llamó Azul, discutía con un hombre. Pensó en pasar de largo, pero entonces vio como él le tomaba de la muñeca con fuerza, por lo que se acercó con cautela.

—Alexis, tú y yo ya no tenemos nada de qué hablar —dijo ella tajante y se soltó.

—Pero ya te dije, esta vez será diferente, debes creerme —insistió el hombre.

—Mira, tú tienes una esposa y una familia, regresa con ella e intenta ser feliz —zanjó—. Olvídate de mí, Alexis.

Cuando Felipe escuchó aquello, fue como si un balde de agua fría cayera sobre él, iba a alejarse, pero entonces Alexis volvió a tomar a Azul del brazo.

—Por favor, por favor —insistió el muchacho.

—Me pareció escuchar que la señorita dijo que la dejara en paz —zanjó Felipe acercándose.

—¿Quién demonios eres tú? —inquirió Alexis soltando a Azul.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó Felipe y miró a Azul, ella se mordió el labio inferior y negó.

—Alexis ya se va —añadió—, y por favor, compréndelo de una vez, ya no me busques…

Alexis miró a Azul y luego a Felipe, bajó la cabeza y se alejó derrotado. Las lágrimas se derramaron entonces por los ojos de Azul que intentaba con poco éxito no desmoronarse delante de Felipe, mientras este buscaba la manera de escapar de esa situación incómoda que de alguna manera u otra le había removido las heridas.

Felipe observó a la muchacha limpiarse las lágrimas con premura y se movió inquieto sin saber qué decir o qué hacer.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.