Quiero bailarme la vida contigo

Capítulo 6

Felipe manejó en silencio hasta que Azul le pidió que pusiera música. Él conectó su celular al parlante del auto y le preguntó qué quería oír.

—Pon música de Elvis o Los Beatles, así nos trasportamos a la época —dijo ella con decisión.

Felipe sonrió y asintió.

—¿Dónde te llevo?

—Mi casa es a cinco cuadras del puerto, pero puedes dejarme donde pueda tomar un bus hacia allá.

—No, te llevaré —dijo él y marcó en su GPS la dirección que ella le indicó.

Mientras Hey Jude sonaba en los altavoces del vehículo y Azul tarareaba la canción, Felipe no pudo dejar de pensar en los giros que había dado su vida en los últimos tiempos. Cuando llegaron a la casa, Azul abrió la puerta del auto, se bajó de él, y justo cuando estaba por cerrarla, abrió la boca y luego la cerró.

—¿Qué sucede? —preguntó Felipe con curiosidad y diversión.

—Me preguntaba si deseas pasar a tomar algo, podríamos trazar un plan para los siguientes días y… ordenar la búsqueda —añadió.

Felipe levantó las cejas con sorpresa. ¿Qué debía hacer?

—Si no quieres, no hay problema. Entiendo que tus trajes y tus corbatas no combinan con el estilo de mi barrio —bromeó.

—¿Qué dices? —inquirió él—. ¿Qué o quién crees que soy? —añadió.

—Un nieto al que no le importó su abuela por más de tres años, pero que ahora regresa y ha decidido ayudarla en la búsqueda de su gran amor. La verdad es que aún me estoy debatiendo entre si te odio o te acepto —añadió y frunció los labios como si sopesara las ideas.

Felipe sonrió.

—¿Si paso para que organicemos el plan estaría más cerca del odio o de la aceptación? —inquirió con diversión. Esa chica despertaba algo de él que aún no sabía identificar, pero le agradaba.

—No lo sé, no puedo prometer nada —admitió ella con sinceridad.

—Está bien, deja que estacione y te alcanzo.

—Bueno, es la tercera casa, la de color violeta —añadió como si no estuvieran en frente a la misma.

Felipe negó con la cabeza, eran casas similares, pequeñas y de una sola planta, era un barrio de pescadores. La casa de Azul era como ella, se destacaba del resto incluso aunque se vieran parecidas, quizás era ese tono violeta chillón o el montón de flores del jardín, quizás el enorme y desvencijado ancla que descansaba casi frente a la entrada o la veleta de metal que giraba en el techo y emitía un chillido parecido al de las películas de terror. Lo cierto era que aquella casa sacada de un libro de cuentos para niños combinaba a la perfección con su estrafalaria dueña.

Azul dejó la puerta abierta y Felipe ingresó con un tímido «permiso» que nadie más que él escuchó. La muchacha no estaba por ningún lado, por lo que él observó todo a su alrededor. La sala era pequeña y no tenía muchos muebles, había un sofá para dos personas estilo victoriano de color rojo sobre el cual descansaba una manta tejida a mano de diversos colores. En el centro, había una mesa de madera cargada de artículos de cobre y yeso. A uno de los costados de la mesa y cerca de la ventana que daba a la calle se encontraba una reposera con libros encima y, por la pared tras el sofá, colgaba una colección de platos decorativos antiguos.

Felipe tomó asiento y revisó con cuidado los objetos sobre la mesa, había dos palomas de yeso pintadas con pequeñas flores de colores, unos cuantos artículos de cobre, un reloj de arena y un reloj de bolsillo que al abrir tenía una inscripción: «No permitas que el tiempo se te escape de las manos».

—¿Te gusta? —inquirió Azul que venía de la cocina con una bandeja con snacks y jugo de fruta.

—Es muy bonito —respondió él—. ¿Te gustan las antigüedades? —inquirió.

—Sí, como lo habrás notado —sonrió ella mientras señalaba su entorno—, me encanta ir a las ferias de pulgas y conseguir mis pequeños tesoros…

—Es… interesante…

—Pienso que cada objeto tiene una historia, me gusta sostener el objeto en mi mano y pensar cuál pudo ser. Quizás ese reloj perteneció a un padre que se lo dio a su hija con esa inscripción para que le recordara lo efímero de la vida… o esos platos, quién sabe en qué pared estuvieron antes y cuántas historias podrían contarnos si pudiesen hablar.

—Te gustan las historias…

—Me encantan. ¿Qué es la vida si no un montón de historias que se suceden día tras día? ¿Quiénes somos si no un conjunto de recuerdos y de historias que nos llevaron a dónde estamos?

—¿Por eso te entusiasma tanto la de Felicita y Antonio? —inquirió.

Azul se acercó y colocó la bandeja sobre la mesa, luego sacó los libros que estaban en la reposera, los bajó al suelo y se sentó en ella.

—De todas las historias de las cuales está formado el mundo, las de amor son las que más me gustan —admitió—, después de todo es la fuerza que mueve al universo… Me encanta pensar que hay un alma predestinada para cada uno, aunque no todos tengamos la suerte de hallar a ese otro que nos complementa.

—Eres muy romántica —dijo él y negó con la cabeza—. Yo no creo en esas cosas…




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.