Quiero bailarme la vida contigo

Capítulo 7

Azul y Felipe se hallaban a la salida del cine con la esperanza de encontrar a Pedro, el antiguo compañero de Antonio según les había comentado Norma. No iba a ser una tarea difícil, ya que no había allí más de treinta personas que habían asistido a la función de clásicos que presentaba aquel cine todos los viernes.

Felipe había comprado refrescos y comían palomitas mientras esperaban que la película llegara a su fin y que las personas comenzaran a salir. Luego de aquella amena charla de días anteriores, no habían tenido otro tiempo para conversar. Felipe no había ido esos días al hogar, pues se había tomado unos días para ir a visitar a su hermana en el pueblo vecino y compartir con ella y su familia, hacía mucho tiempo que no lo veían.

Felicita no había ahondado en su historia, pues deseaba que estuvieran ambos presentes para hacerlo, por lo que Azul se limitó a conversar con ella sobre otros temas y a asegurarle que hacían todo lo posible para hallar a Antonio.

Esa tarde la suerte parecía estar de su lado, no había casi nadie en el cine y un hombre vestido con un pantalón claro, camisa con tirantes y boina, caminaba con un bastón y un niño de unos diez años de la mano, por lo que se podía apreciar de aquella imagen, el hombre no podía ver y el niño lo guiaba.

—Ese puede ser —dijo Azul y cruzó los dedos para que sus sospechas fueran ciertas.

Se acercaron a él con educación y fue Felipe quien saludó.

—Buenas noches, señor, siento molestarlo en este sitio, me preguntaba si podría ayudarme con algo…

—¿Qué desea? —inquirió el hombre.

—¿Es usted el señor Pedro? ¿Solía tener una banda con Antonio Castillo? —inquirió Azul.

—Sí… el mismo, ¿en qué les puedo servir? —dijo el hombre que guardaba la mirada perdida tras un lente oscuro. El niño los miraba a ambos.

—Pues nos preguntábamos si usted sabría algo de él —dijo Felipe un poco nervioso—, verá, mi amiga es su nieta y lo estamos buscando… —añadió y continuó con la mentira que ya le habían dicho a la señora Norma.

—¿Una nieta? —preguntó—. ¿Eres la hija de Marcela? —quiso saber.

—No… yo… Mi mamá se llama Alicia —respondió sin saber qué más decir, pero el hombre interrumpió.

—Hmmm… eso es raro, la única hija de Antonio se llama Marcela —añadió—, a no ser que… No, eso no puede ser, nos hubiésemos enterado —dijo él y negó.

—Bueno… ¿podría decirme usted dónde hallar a Antonio? —inquirió Felipe con insistencia.

—De él no sé nada hace mucho, cuando su mujer falleció él se encargó de Marcela y la última vez que lo vi fue cuando la muchacha acabó el colegio. De eso pasó mucho tiempo ya… —añadió—, solían vivir en la calle Oeste, en un condominio que se llamaba —pensó—, no recuerdo bien, pero era el único condominio de la calle y allí vivían personas de muy escasos recursos —añadió—. Siento no saber nada más de él ni de mis otros compañeros de la época, supongo que la vida nos llevó a cada uno por diferentes direcciones —admitió con un poco de pesar—. Si lo encuentran, díganle que le mando muchos saludos —añadió.

—Gracias, señor, así lo haremos —dijo Felipe en un suspiro.

—Una cosa más, solo por curiosidad —interrumpió el señor Pedro—. ¿Tú no serás por si acaso nieta de Felicita? —inquirió—. Ella fue la única mujer a la que Antonio amó, pero hasta donde yo sé ella no estaba embarazada de él cuando se separaron…

Azul sonrió al escuchar aquella frase y miró a Felipe sin saber qué decir.

—En realidad, señor Pedro —dijo Azul decidiendo en ese instante que la verdad sería lo mejor—, soy su nieta del corazón. Ella me ha pedido que localizara a don Antonio y junto a mi amigo, Felipe —añadió y miró al hombre—, estamos haciendo el trabajo de investigación.

—Ahhh —exclamó Pedro y una sonrisa desdentada asomó en su rostro—. Ojalá lo encuentren —añadió—, nada le haría más feliz a Antonio que saber de Feli. Es más, si quieren puedo darles un disco de nuestra banda, es uno que nunca vio la luz, ya saben… no era tan sencillo como pensábamos, pero allí está una música que él compuso para ella. Quizá podrían llevársela.

—¡Eso sería genial! —exclamó Azul con entusiasmo—. ¿Cómo podríamos conseguirlo?

—Vayan mañana junto a mí a Luciérnagas, la casa de retiro que está cerca de la plaza Italia y yo les daré el disco. ¿Te queda bien cerca de las diez de la mañana? —inquirió.

—¡Por supuesto! —zanjó Azul con decisión—. Allí estaremos.

Se despidieron amablemente y Azul le dio a Pedro un abrazo como si lo conociera desde siempre. Felipe la observó y sintió un calor en su pecho que no había experimentado hacía mucho tiempo, la emoción que sentía esa muchacha ante los acontecimientos parecía contagiarle.

—¡Hemos avanzado! —dijo Azul con una sonrisa cargada de alegría—. Y eso que la otra noche nos pasamos hablando de otra cosa y no trazamos ningún plan —añadió.

—Tienes razón, aunque no encontremos a Antonio, al menos esa canción hará feliz a la yeya.

—¿Por qué debes ser tan negativo? —inquirió ella—. Estamos más cerca ahora.

—Sí, pero eso no quiere decir que lo encontremos… el tiempo pasa y borra las huellas —añadió—, si no lo hallamos al menos tenemos algo…




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