Quiero bailarme la vida contigo

Capítulo 8

Cuando al día siguiente, Azul llegó junto a Felicita, sonrió al verla más contenta de lo usual. Se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla, como siempre, y luego se sentó en el sillón que solía ocupar.

—Felipe no ha llegado aún porque dijo que tenía un pendiente —comentó.

Azul sabía que él se encargaría de ir a buscar el disco, pero no dijo nada.

—¿Han avanzado algo? —inquirió Felicita.

—Hemos hallado a Pedro y él nos ha dado una pista, pero aún no tenemos mucho más. A Felipe le preocupa que no lleguemos a él —aprovechó Azul para decir.

Si bien ella era más positiva que él y trataba siempre de mantener el espíritu optimista en la investigación, también había pensado en la posible desilusión de Felicita.

—¿No crees que no he pensado en todas las variables? —dijo la mujer—. Sé que puede estar muerto o que quizá no lleguen a él, he pensado en todo… —admitió.

—Entonces estás preparada para cualquier escenario, ¿no? —preguntó la muchacha que se recostó en el sofá y levantó las piernas con comodidad.

—Sí… pero he vivido tanto tiempo con miedo, Azul, que ahora me parece irrelevante dejar de hacer algo por temor. ¿Qué tengo para perder? Nada, quedarme como hasta ahora… Ya he vivido una vida entera escondiéndome del qué dirán, y la vida se me fue…

—¿Él fue el amor de tu vida? —inquirió Azul.

—Así es, y el corto tiempo que viví con él fue el que me sirvió para sobrevivir el resto de mi vida… Suena feo, pero es así… Luego llegó Astrid y ella fue el motor que me ayudó a continuar. Pero ahora estoy con un pie aquí y el otro al otro lado, ¿qué tengo para perder?

—Tienes razón, Feli, solo no queríamos que perdieras las esperanzas.

—La esperanza es el motor de la vida, Azul, es ese motivo que te ayuda a levantarte cada día. Si uno no tuviera esperanzas no podría vivir, estaría muerto en vida… Mi esperanza no es hallarlo, mi esperanza es mi amor… que siempre ha estado aquí —dijo y señaló su pecho—, mi esperanza es saber que ese amor le llegó de alguna manera… El amor es energía y aunque los finales felices son hermosos, no siempre las historias de amor terminan bien, y muchas veces no es por falta de amor.

—Qué bello lo que dices, Feli, no lo había pensado de esa manera…

—Mira a Felipe, por ejemplo —comentó—, desde que su capacidad de sentir esperanza se desmoronó… su vida se detuvo y ahora se ha convertido en solo una sombra de lo que un día fue —añadió.

—Parece una buena persona…

—Es una hermosa persona, pero no se lo cree —dijo ella con una sonrisa.

En ese mismo momento, un mensaje de Felipe ingresó al celular de Azul.

«Tengo el disco, ¿tienes tocadiscos antiguo? Es de vinilo…».

«Claro, ¿lo llevas a casa a la noche? Termino mis clases en la academia a las ocho…».

«¿Llevo cena?».

Azul sonrió.

«Eso ya suena delicioso».

—¿Quién te hace sonreír de esa manera? —inquirió Felicita de pronto.

Azul volvió en sí y negó con la cabeza, no se había dado cuenta de que estaba sonriendo.

—¿Eh? No… no es nada…

—Espero que no sea Alexis —dijo la mujer—. Ese hombre no te merece…

—No, no es él —respondió Azul—, no te preocupes… Y ni siquiera me di cuenta de que estaba sonriendo.

—Esas son las sonrisas más sinceras, las que nacen del alma.

Un rato después de aquella charla, Azul se despidió de Felicita y subió a su bicicleta para continuar su jornada. Llegó a la academia, donde dio su clase de danza y luego se fue hasta su casa. Eran las ocho y diez cuando llegó allí, justo a tiempo para darse un baño y esperar la llegada de Felipe. No sabía por qué aquello le generaba tanta ilusión, pero no quería preguntárselo, prefería dejar que las cosas sucedieran como debían de ser.

Salió de la ducha y se puso un jean holgado, una blusa amarilla llena de girasoles y unas sandalias frescas, se recogió el cabello aún húmedo en una coleta desordenada y preparó el tocadiscos antiguo, esperando que funcione correctamente, después de todo, no lo había usado nunca.

En eso estaba cuando el timbre sonó, con una emoción que no sabía de dónde salía, Azul se levantó para abrir la puerta. Se arregló de manera rápida el cabello y giró el picaporte.

—Hola —saludó.

La verdad era que no estaba preparada para lo que vería. Felipe, vestido con un jean y una camiseta con escote V de color azul oscuro la esperaba con un disco, una bolsa de comida rápida y una sonrisa que derritió algo en su interior.

—Hola —respondió—, ¿llego temprano?

—No, claro que no, pasa —dijo ella y abrió espacio—, estaba probando la máquina, solo espero que funcione.

Caminaron hasta la sala donde él dejó la comida sobre la mesa y le mostró el disco.

—Mira, este de aquí es Antonio —dijo y señaló la foto del muchacho.




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