Quiero bailarme la vida contigo

Capítulo 9

El sábado por la mañana, Felipe alzó a Azul en su vehículo con destino a Costa Brava.

La noche anterior, luego de la cena, decidieron que el lunes a primera hora le llevarían el disco a Felicita y por la tarde irían al barrio que les había indicado Pedro.

Al llegar a su casa, Felipe llamó a su hermana melliza para contarle que llevaría a una amiga, esta se mostró entusiasmada y le dijo que los esperaba con ansias.

—Mi hermana puede ser un poco… especial —dijo de pronto rompiendo el silencio.

—¿En qué sentido? —inquirió Azul—. Creo que todos lo somos…

—Bueno, es que… —Felipe no sabía cómo decirlo—. Ella quiere que rehaga mi vida y puede ponerse un poco intensa contigo, no le hagas caso, le dejé en claro que éramos amigos, pero ella es… ya la conocerás.

Azul sonrió.

—No te preocupes… pero me parece muy buena idea que rehagas tu vida —admitió—. ¿No hay nadie especial en Europa?

—No hay nadie especial en ningún lado —zanjó él.

—Bueno, ya aparecerá esa persona…

Felipe negó, pero no refutó aquella idea, ya comenzaba a acostumbrarse al romanticismo de su nueva compañera de investigación.

—Mira, llegaremos temprano, así que iremos primero a tu feria de antigüedades, después podemos ir a la casa, así ayudo a decorarla… Y volveremos antes de que anochezca.

—Por mí no hay ningún problema —dijo ella con una sonrisa—. Pondré música…

Entonces puso para reproducir su lista, compuesta por un montón de músicas completamente distintas la una de la otra, desde «Love me tender» hasta bachatas o cumbias se intercalaban sin ningún orden. Ella las cantaba o las bailaba en aquel espacio reducido y parecía no pensar en nada más que en las melodías y las letras. Felipe la observaba de reojo y no podía evitar sonreír, animándose incluso a canturrear alguna que conocía.

—Deberíamos bailar un día —dijo ella con una sonrisa dulce.

—Soy de madera… —replicó él.

—Mientras no seas como Pinocho está todo bien —bromeó ella—, me refiero a mentiroso…

—No, no me gusta la mentira…

—Por fin coincidimos en algo, Felipe… La mentira lo destruye todo —afirmó ella.

Un rato después, estaban frente a la plaza central del pueblo donde se llevaba a cabo la feria de antigüedades. Como una niña que llega a una juguetería, Azul se bajó del vehículo con entusiasmo. Vestía una falda larga de color verde y una blusa blanca con pequeñas flores. Tomó su falda entre sus manos como si fuera a bailar y corrió hasta el inicio. Felipe estacionó y la alcanzó cuando ella ya tenía un par de objetos en las manos.

Ambos pasearon por allí y ella quedó enamorada de una antigua caja de música que al abrirla tenía una bailarina.

—Siempre quise una de estas —dijo al tomarla en sus manos y abrirla con cuidado—. ¿Cuánto sale?

El vendedor le respondió y, por su gesto, Felipe supo que era muy caro para ella. La mujer lo dejó en la mesa como si le doliera hacerlo y caminó hasta la tienda de al lado, en la cual se entretuvo intentando leer una antigua inscripción en una joya de plata.

—Me lo llevo —dijo Felipe y pagó la cajita sin que ella se diera cuenta.

Siguieron así por un buen rato, Azul compró algunas baratijas más y Felipe adquirió un obsequio para su hermana para tener la excusa de guardar ambos objetos en una bolsa y que Azul no se diera cuenta de que había adquirido la cajita.

—¿Qué compraste? —preguntó la muchacha.

—Un regalo para Inés —respondió él—. ¿Vamos?

—Vamos —añadió ella con una sonrisa.

Subieron al auto y ella dejó todas las bolsas en el asiento de atrás.

—Gracias, esto ha sido perfecto —agradeció.

—Te contentas con poco… —dijo él.

—No es eso, he aprendido a ser feliz con poco y con mucho, he aprendido a ser feliz —añadió—, y esto me ha hecho muy feliz…

Felipe sonrió y se quedó viéndola sin arrancar.

—¿Qué?

—Nada… me impresionas… todo el tiempo me sorprendes… —admitió.

Azul se sonrojó al ver la manera en que él la miraba y solo se encogió de hombros.

—Gracias… —respondió con timidez.

Felipe arrancó el vehículo y manejó unas cuadras para llegar a lo de su hermana Inés.

Era una casa hermosa, de verjas blancas y flores en el jardín, con un árbol del cual colgaba un columpio y juguetes de niños esparcidos por todo el patio delantero. Apenas llegaron, dos pequeños corrieron a recibirlo, uno era Ale, quien cumplía cinco años y la otra era Angie, su hermanita de tres.

—¡Tío! ¡Tío! —exclamaban al unísono.

Felipe los alzó a uno en cada brazo y les llenó las caras de besos. Aquel gesto a Azul le pareció muy tierno y disfrutó de la interacción del hombre con los niños que reían con alegría.

—Miren, ella es mi amiga, se llama Azul —la presentó—. Ellos son mi Ale y mi Angie —dijo con ternura.




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