Quiero bailarme la vida contigo

Capítulo 10

Cerca de las seis de la tarde, Felipe y Azul se despidieron de Inés y su familia. Los niños se habían encariñado mucho con Azul, que se pasó un buen tiempo jugando con ellos y Felipe durante la siesta. De pronto, el ambiente entre ellos había cambiado, ambos lo percibieron, pero decidieron no decir nada. Subieron al auto y sin pronunciar palabras, se dirigieron hacia la ciudad.

Sin embargo, el tráfico en la ruta los detuvo.

—Al parecer hubo un accidente más adelante. La carretera está cerrada —explicó Felipe luego de bajarse a ver qué sucedía—. O esperamos un par de horas o tomamos una ruta alternativa.

—¿Conoces alguna? —inquirió ella.

—No… pero puedo poner el GPS…

—¿Por qué no esperamos? Podemos escuchar música.

—Se hará de noche y no me gusta mucho manejar en la oscuridad…

—Bueno, busquemos una ruta entonces —respondió ella.

Felipe puso el GPS y desviaron por un nuevo camino, sin embargo, este no era muy bonito, las calles eran feas y el lugar era desolado.

—No sé dónde estamos —dijo él.

—¿Qué importa? Me encanta este silencio —anunció ella que sacaba el brazo y media cabeza por la ventanilla para sentir el viento en su cara.

—¿Siempre te agrada todo? ¿Nunca te enfadas?

—Sí, pero prefiero primero ver el lado positivo de las cosas y no enfadarme hasta el último minuto.

En ese mismo momento, una de las ruedas hizo un ruido y Felipe perdió un poco el control hasta que logró frenar.

—No puede ser —dijo bajándose—. La rueda… un clavo la destrozó —dijo y se tomó la cabeza con ambas manos.

Azul se había sentado en la ventanilla y miraba el cielo con calma.

Felipe buscó en la parte de atrás los instrumentos para cambiar la rueda, pero entonces se percató que la de auxilio estaba desinflada.

—Hoy no es mi día —añadió entre dientes—. Llamaré a la grúa.

—¿Por qué no hacemos algo distinto? —preguntó la muchacha—. Mira… está anocheciendo… ¿Puedes ver los colores que hay en el cielo? Es increíble…

—¿De qué hablas? —inquirió él.

Azul le sacó el celular de la mano y señaló el cielo.

—En un rato más esto se llenará de estrellas. ¿Alguna vez has visto las estrellas en el campo? —inquirió.

—No… —respondió él.

—Es un espectáculo fantástico. Pienso que podríamos dejar a la grúa para mañana y pasar la noche aquí… Podríamos sentarnos sobre el capó de tu auto y ver las estrellas, llenarnos de ellas. No debes morir sin ver las estrellas en el campo, aunque sea una vez en tu vida…

—No planeo morir aún, pero tampoco quedarme aquí esta noche, ni siquiera sabemos si es seguro —dijo él confundido.

—¿Qué puede suceder? Ya verás, la pasaremos bien…

—Ni siquiera tenemos nada para comer —dijo él.

—Tenemos gomitas, paletas y pastel que trajimos del cumpleaños —añadió la muchacha y señaló el auto.

Felipe negó con la cabeza.

—Estás loca, Azul, loca de remate…

Ella sonrió.

—Vamos, regálame esta noche… —pidió y juntó las manos para reforzar la idea—. ¿Qué tienes para perder? Mañana es domingo…

Felipe suspiró, aquello le parecía una locura.

—¿Nunca haces alguna locura? —volvió a preguntar Azul como si le leyera la mente.

—La verdad no… —respondió él.

—Pues nunca es tarde para empezar.

Felipe asintió y buscó una manta que tenía guardada en el maletero del vehículo. Tenía dibujos de vacas y ovejas infantiles porque era de Alejandro, la había dejado allí la última vez que había venido a la casa de Inés y le había llevado a pasear. Se suponía que la traía para devolvérsela, pero se le había pasado.

Azul se sentó sobre el capó del vehículo y él también lo hizo, cubriéndolos a ambos.

—Estás a punto de presentar el espectáculo más hermoso de la naturaleza —dijo la muchacha como si presentara un evento, entonces señaló el cielo—, observa la magia —añadió.

Felipe sonrió y se propuso dejarse llevar. Azul continuó.

—Dijiste que habías tenido un pico de estrés, toma esto como medicina natural, no hay nada más relajante que mirar al cielo y escuchar las estrellas.

—¿Escuchar?

—Sí… yo las miro y las escucho… ellas bailan…

Felipe negó, pero dejó que su vista se perdiera en el firmamento y esperaron en silencio que el cielo perdiera los colores de la tarde y que la oscuridad los envolviera por completo.




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