Quiero bailarme la vida contigo

Capítulo 12

A pesar de ser una chica libre y espontánea, Azul nunca había estado con un hombre que no fuera su pareja, no se consideraba una chica de una sola noche porque eso no iba de acuerdo con la imagen de amor que ella tenía en sus pensamientos. Pero no quería dar vueltas sobre eso en ese instante en que todo parecía tan perfecto.

Se levantó de allí, buscó su celular y puso alguna melodía.

—¿Qué haces? —inquirió Felipe asombrado de que ella no tuviera pudor alguno y se paseara desnuda en medio de la noche y el campo.

—Bailemos… —dijo ella y lo llamó

—Ya te dije que soy duro como la madera —dijo él y negó.

—No voy a negar que me gusta eso —añadió ella con picardía—, pero cuando se refiere al baile, puedo hacer algo al respecto.

—Te lo advierto, no sirvo para bailar…

—Hace un rato te movías muy bien —dijo ella con voz sensual mientras sacaba de encima de él la manta y le pasaba la mano.

Felipe sonrió y bajó del vehículo para acercarse a ella. Primero se dejaron envolver por una melodía chiclosa que él no conocía, pero más tarde, cuando él se olvidó un poco de pensar y decidió liberarse, bailaron una bachata, una balada y una cumbia.

Un rato después, sudados y agotados, ingresaron al vehículo y decidieron comer una paleta dulce cada uno.

—Juguemos al Yo nunca —dijo Azul con entusiasmo.

—¿Cómo se juega eso? —quiso saber Felipe.

—Solo decimos cosas que nunca hemos hecho… Empiezo yo —añadió—. Yo nunca he estado con un hombre sin que este sea mi pareja formal… por eso ahora no sé bien como sentirme…

—¿Te arrepientes? —inquirió él.

—No —dijo ella y se mordió el labio—, pero no quiero que pienses mal de mí… y ni siquiera sé por qué me importa lo que piensas… —añadió y Felipe se echó a reír.

—No pienso mal de ti… —aseguró—. Y yo nunca he bailado desnudo en medio de la noche en el campo… Es más, nunca he bailado desnudo ni en la ducha —dijo él acercándose para besarla. Sus besos ahora sabían a fresa.

—Qué aburrido eres —zanjó ella—. Bailar desnudos es la máxima expresión de libertad —añadió.

Él sonrió.

—Tu turno…

—Yo nunca… he deseado a alguien de la forma en que te he deseado esta noche —afirmó ella sonrojada y con la vista perdida en las estrellas.

—¡Mientes! —dijo él—. ¿Cómo así?

—No lo sé, no puedo explicarlo… Es como… una química distinta, demasiado explosiva —añadió—. He estado con las personas con quienes he tenido una relación, que tampoco son demasiadas, solo tres y solo estuve físicamente con dos de ellos —comentó—, pero el sexo era parte del trato, era como… un ritual… No es que no fuera placentero, pero es que… no era así —dijo.

Felipe divertido y honrado por aquella confesión la acarició con suavidad en la mejilla.

—¿Así cómo? —preguntó.

—No se vale, es tu turno —respondió ella.

—Yo nunca he sentido algo tan intenso como lo de hoy —afirmó—. Pienso lo mismo que has dicho recién. Quizás es la noche, las estrellas… quizás el frío que ya no siento, quizá las emociones que compartimos… o quizá solo eres tú… El caso es que ha sido perfecto, Azul, y creo que nunca te he dicho lo hermosa que eres —añadió.

Azul se sonrojó de nuevo y aquello derritió a Felipe, quien tomó su paleta y comenzó a recorrer con ella el hombro de Azul para luego lamer esos espacios dulces que habían quedado en su piel.

—Oh… ¿otra vez? —susurró ella cuando él se acercaba a sus pechos.

—¿Lo deseas? —inquirió él—. Yo nunca he hecho el amor en este auto —admitió.

—Ni yo… —dijo ella al borde del abismo.

—Entonces, debemos hacer algo para cambiar eso —susurró Felipe con la voz llena de sensualidad al tiempo que bajaba su asiento y la invitaba a sentarse sobre él.

El dejó que fuera ella quien bailara sobre él y se inventara su propio ritmo, mientras disfrutaba de saborear su piel y observar sus expresiones de placer a la luz de la luna. Felipe pensaba que Azul era increíblemente expresiva cuando escuchaba las historias de los demás, pero aquello no era nada con respecto a lo expresiva que resultaba en la intimidad.

Le encantaba esa mujer libre de complejos que era capaz de disfrutar de todo el placer que su cuerpo podía darle. Entonces, notó que ella se acercaba al éxtasis, por lo que afirmó sus manos en sus caderas para conducirla con seguridad.

Azul se dejó caer sobre él, sudada y aturdida, con el corazón latiendo a mil. Él la abrazó y, de pronto, sintió que no quería apartarse de ese abrazo nunca más.

—Dime una vez más que todo estará bien —pidió al recordar las palabras que hablaban antes de que todo aquello comenzara.

—Todo estará bien —prometió Azul sin saber por primera vez si aquello sería verdad.




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