Quiero bailarme la vida contigo

Capítulo 13

Felipe se detuvo frente a la casa de la muchacha, estaba cansado, pero se sentía tan feliz, que creía que estaba en un sueño. Durmieron muy poco y observaron el amanecer, o el amanecer les observó a ellos, abrazados y desnudos bajo una manta infantil en medio de un descampado.

Ninguno de los dos quería despertar de aquel paréntesis en sus vidas, sin embargo, debían hacerlo. Se vistieron, y entonces Felipe llamó a la grúa que tardó al menos una hora más en rescatarlos. Tiempo durante el cual siguieron besándose sin decir palabras, porque ninguno de los dos encontraba las adecuadas para lo que sentían.

En el camino de regreso, Azul puso música e intentó relajarse, pero sus pensamientos comenzaban a atormentarla con preguntas que sabía no tenían respuestas. Entonces, cuando llegaron a su casa, supo que había llegado el momento de despertar de aquel sueño.

—¿Mañana nos vemos en el hogar? —inquirió sin saber muy bien qué decir—. Debemos llevarle el disco a Feli y quedamos que después iríamos al barrio —añadió con premura, parecía temer que todo cambiara desde ese momento.

Felipe la tomó de la mano y le sonrió con delicadeza.

—Sí, Azul, todo sigue igual… —dijo antes de darle la bolsa que contenía la cajita.

Azul quiso preguntarle: ¿igual cómo? ¿cómo anoche? ¿Cómo antes de anoche? Pero no se animó.

—¿Qué es? —inquirió.

—Ábrela al llegar a casa —pidió él.

Asintió y se bajó del vehículo con la urgente necesidad de darse un baño y tomar un café que le aclarara la mente y el alma.

Felipe, por su parte, no sabía qué decir. Luego de su separación de Mónica, un tiempo después de haber llegado a España y bajo insistencia de Joselo, habían salido y se había enrollado con alguna que otra mujer, pero no eran más que diversión de una noche y así quedaba claro desde el inicio. Él no tenía ganas de una relación, no quería volver a enamorarse porque creía con firmeza que el amor y el sufrimiento eran dos caras de una misma moneda y si para no volver a sufrir, debía renunciar a volver a amar, no tenía ningún problema en hacerlo.

Se planteó cómo llegó a aquello, en qué momento las cosas se descontrolaron y por qué habían terminado haciendo el amor. Recordó que él se había abierto a ella como no lo había hecho en años, y la manera en que ella lo miró y consoló, pudo haber despertado el deseo. Sin embargo, un montón de escenas transcurridas desde que la conoció se sucedieron en su mente, las expresiones tras la historia de Felicita, la pasión que le ponía a aquella búsqueda, sus pensamientos tan profundos sobre el amor y la esperanza, su estilo libre, su aspecto, su mirada.

Felipe se llevó ambas manos a la cabeza, no había duda de que aquella mujer le encantaba, y la química entre los dos era tan explosiva que sus cuerpos se habían reconocido primero, pero ¿estaba él dispuesto a seguir con eso? Sabía que podía enamorarse, si es que ya no lo estaba, ¿deseaba con sinceridad volver a aquel juego?

Azul, mientras tanto, tomaba un café y observaba la cajita de música que él le había comprado. Era domingo y la calma del descanso abarcaba las calles de su barrio. Sin embargo, su mente intranquila la abarrotaba de preguntas. Recordaba cada escena desde la salida y se preguntaba cómo era que todo dio un giro tan diferente.

No podía dejar de pensar en el hombre que conoció ese día, un Felipe diferente, relajado, cariñoso con sus sobrinos; un hombre lastimado, con el corazón roto tras una historia desgarradora; un hombre que la había encendido de una manera en que nadie antes lo había hecho y la había llevado a delirar de placer a un sitio donde sus pensamientos se habían apagado por completo. ¡Y había sido ella quien lo había besado primero!

¿Dónde estaban ahora? Aún les quedaba mucho camino en la investigación para Felicita y sabía que él no quería una relación, ni siquiera sabía si ella quería una, aún no terminaba de reponerse de las sobras que Alexis había dejado a su paso y no estaba segura si deseaba embarcarse en una nueva aventura.

No era capaz de reconocerse a sí misma, dentro de toda esa libertad y esas filosofías de vida que la mantenían a flote, tenía un orden, una estructura, algunas reglas. La primera era nunca meterse con nadie antes de haber salido del todo de una relación anterior, eso se basaba en sus creencias de que un clavo nunca saca a otro clavo, sino que hace el agujero del primero aún más profundo. Azul creía que no se podía amar a nadie si aún no se recuperaba de un amor anterior, que eso era peligroso y podría causar más daño y devastación, pues uno no se encontraba todavía emocionalmente estable como para volver a enamorarse.

«¡Y menos Felipe!».

Pensó para sí. Estaba claro que su historia con la exesposa lo había dejado roto, le había cambiado la esencia misma del alma. Entonces recordó el pedido de Inés, de que no le rompiera el corazón, que en todo caso le ayudara a reconstruirlo.

Se llevó las manos a la cabeza, se sentía angustiada, culpable y sola. ¿Con quién podría hablar de aquello?

Tomó entonces su bicicleta y se dirigió al hogar, solo Felicita podría escucharla, no tenía más personas de confianza en su vida para poder compartir algo tan íntimo. No le diría que se trataba de él, solo le pediría un consejo. Aquella mujer siempre tenía palabras de calma.




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