Quiero bailarme la vida contigo

Capítulo 15

El domingo, Felipe decidió ir a la playa, caminó por allí y dejó que sus pies se mojaran con el agua. Hacía calor, pero, sobre todo, sentía un calor interno, una pequeña llama encendiéndose en su pecho que le dibujaba una sonrisa bobalicona que no podía borrar.

¿Acaso estaba enamorándose? ¿Cómo sucedió aquello?

No podía evitar pensar que el sábado había sido el mejor día en muchísimo tiempo, de hecho, jamás pensó poder volver a sentirse así. Las sensaciones fueron más intensas incluso de lo que recordaba.

Azul era una muchacha maravillosa, era un alma libre y amorosa, una persona sin máscaras, trasparente, directa, cariñosa y espontánea. Lo que había sucedido el sábado entre ellos había sido similar al efecto que produce una colilla de cigarrillo en medio de un bosque aquejado por la sequía. Algo había ocurrido entre ellos, una chispa que creo un incendio, un fuego que los absorbió a ambos.

Felipe sabía que debía hablar con ella del tema, pero no estaba seguro de qué debía decirle al respecto, ¿qué podía ofrecerle? ¿Qué querría ella? Era claro, pues lo había dicho, que no era chica de una sola noche, y suponía que quizás estuviese afligida preguntándose si acaso habían hecho lo correcto.

Estaba aturdido, así que decidió que el lunes, iría a primera hora al hogar a conversar con Felicita. Después de todo no tenía a nadie más con quien hablar en ese momento, contárselo a Inés no era buena idea, sabía que no sería parcial y solo lo empujaría a avanzar sin que él estuviera seguro de querer hacerlo. Y no deseaba lastimar a Azul, si había algo que tenía claro era que no deseaba lastimarla.

Al día siguiente, llegó al hogar. Eran cerca de las nueve, quiso ir antes, pero le pareció que Felicita podría estar dormida aún, así que esperó una hora más prudente. Al llegar, pasó por el salón, deseaba verla y sabía que era su hora de clases.

Allí estaba, vestida con un mameluco de jean, una blusa rosa chicle al cuerpo y el cabello sujetado en una coleta alta. Bailaba bachata con un señor mayor, y no pudo evitar rememorar su cuerpo desnudo pegado al suyo mientras le enseñaba a hacer el paso característico de aquel ritmo en medio del campo.

Sonrió.

Ella dio una vuelta y sus miradas se cruzaron por un minuto.

Ella también sonrió.

Felipe caminó hasta la habitación de su yeya y luego de golpear, ingresó. Tenía el disco escondido en una mochila y estaba vestido con un jean y una camiseta de color blanca.

—¿Cómo estás? —saludó la mujer.

—Bien, vine temprano porque quería hablar un poco contigo.

—Qué casualidad, yo también —dijo Felicita—. ¿Quién comienza?

—¿Qué es? —preguntó él—. Empieza tú… —dijo con una sonrisa.

—Necesito que me contactes con un abogado de tu confianza, quiero revisar algunos puntos del testamento —dijo con solemnidad.

—Está bien, le diré a un amigo que te llame —dijo él y le guiñó un ojo.

—Gracias, además, quiero pedirte un favor muy especial —dijo y Felipe levantó las cejas con curiosidad—. Necesito que investigues en qué parte quiere Azul abrir su escuela de danza, cómo se la imagina, lo más parecido posible a sus sueños —añadió—, y luego voy a necesitar que busques el local, lo compres y lo conviertas en el sueño de Azul.

—Yeya… —dijo él con sorpresa.

—Es lo menos que puedo hacer por ella, lleva años siendo mi familia —añadió—. Apresúrate, quiero que esté todo listo lo antes posible y no le digas absolutamente nada —zanjó.

Felipe sonrió.

—Cuenta conmigo —dijo al tiempo que asentía.

La sola imagen de Azul recibiendo esa sorpresa le iluminaba el rostro.

—Ahora, ¿qué querías decirme? Te noto muy sonriente esta mañana —dijo Feli mirándolo con curiosidad.

—Yeya… Hay una chica y necesito tus consejos…

Felicita sonrió de oreja a oreja al oír aquello, si había algo que deseaba era que Felipe volviera a enamorarse.

—¿Ah sí? ¿Mis consejos? No creo que te hagan falta, Felipe —dijo la mujer con picardía.

—Sí, porque tú más que nadie sabes lo que he vivido y el temor que tengo de volver a sufrir. Se lo conté, se lo dije todo, le abrí mi corazón y me sorprendí al darme cuenta de que ya no dolía como pensaba.

—El tiempo cura las heridas, hijo, tarde o temprano el dolor también pasa. Me alegra oír eso… ¿Cómo reaccionó?

—Me besó —dijo él y se mordió el labio nervioso—, no sé por qué lo hizo, al inicio me asusté, no lo esperaba… pero me agradó tanto que seguí el beso… y

Felicita comenzó a pensar que aquello le parecía muy sospechoso. ¿Sería acaso Azul de quién hablaba? Era demasiada casualidad que ambos tuvieran una historia similar al mismo tiempo.

—¿Y?

—Bueno… no sé si deba decirte lo que pasó después —dijo él de manera divertida—, pero ahora estoy en aprietos —añadió—. Porque no sé qué es lo que tenemos, ni qué es lo que ella espera, o lo que yo quiero y puedo dar… No sé dónde estamos parados.

—Oh… vaya…




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