Quiero bailarme la vida contigo

Capítulo 16

Felipe se encontraba frente a la casa de Azul, las manos le sudaban y el corazón le latía acelerado mientras se preguntaba si hablarían o no del tema. Tocó el timbre y ella le abrió enseguida.

—¿Lista para la expedición de hoy? —inquirió.

—Lista —respondió ella.

Se subieron al vehículo y ella puso música de nuevo, ninguno de los dos hablaba, no porque no quisieran sino porque no sabían qué decir o por dónde empezar, y ambos se sentían muy nerviosos.

Azul se regañaba a sí misma por haberse puesto en esa situación y Felipe se sentía culpable por no decirle nada y hacerla sentir mejor.

Por suerte, la distancia no era demasiado larga y pronto llegaron al barrio donde se suponía había vivido algún tiempo el señor Antonio.

—Esta es la calle Oeste —dijo al fin Felipe—, se supone que por aquí debe estar el condominio que ha dicho Pedro.

Bajó la velocidad y manejó despacio, y aunque las calles no se veían tan modernas como en el barrio anterior, era obvio que muchas cosas habían cambiado.

—¡Allá hay una tienda! —dijo Azul muy emocionada—. El cartel dice: Desde 1960 —puede que allí alguien sepa algo.

Felipe asintió y detuvo el vehículo cerca del lugar. Se bajaron y se acercaron a la tienda, donde una señora de mediana edad atendía el local.

—Buenas tardes —saludó Felipe—. Estamos buscando un condominio que solía haber en esta calle, ¿Ya no está?

—No, señor, hace años que ya no está —respondió la señora—. Yo viví allí de pequeña.

—¿Conoció por si acaso usted al señor Castillo? ¿Antonio Castillo? —inquirió Azul.

—Sí, sí, lo conocí —dijo ella con una sonrisa—. Su hija, Marcela, era mi amiga —exclamó.

Azul miró a Felipe con mucha emoción y luego volvió a hablar con la mujer.

—¿Tendría usted idea de dónde está ella?

—¿Quién la busca? —quiso saber.

—Buscamos al señor Antonio en realidad, conocemos a una persona que fue muy amiga de él en la juventud y que le gustaría volver a verlo —dijo con sinceridad.

—Marcela es médica, estuvo muchos años en Francia, y no sé si regresó, nunca la volví a ver —dijo la mujer con nostalgia—, pero don Antonio se mudó al campo, a Colina, consiguió un trabajo en la granja de otro vecino que se llamaba Oscar. No les será difícil hallar la granja porque es la más grande e importante de la ciudad, aún los hijos de Oscar mantienen el negocio —comentó—. Quizás ellos le digan donde está Antonio ahora, o si tienen suerte todavía vive allá.

—¡Muchas gracias, señora! —dijo Azul con alegría

—Suerte… —respondió ella.

—Gracias —añadió Felipe antes de regresar al vehículo.

Un par de cuadras después, Azul miró a Felipe con entusiasmo.

—Estamos cerca, sé que lo hallaremos —añadió—. ¿Vamos a ir a Colina? Es lejos…

—Unas ocho horas de aquí en vehículo… —dijo él—. Deberíamos quedarnos un par de días porque…

—Porque no quieres manejar de noche —interrumpió ella.

—Bueno, eso y que no nos daría el tiempo —añadió él con una sonrisa.

Felipe no dijo nada, pero manejó hasta el puerto y allí detuvo el vehículo.

—¿Qué hacemos aquí?

—Tenía ganas de dar un paseo por el puerto, ¿quieres?

—Bien… —respondió ella y bajaron.

—Me encargaré de ver algún alojamiento, ¿vamos el fin de semana?

—Sí, entre semana no puedo abandonar las clases —añadió.

—Lo supuse… ¿Cómo te imaginas la academia de tus sueños? —preguntó entonces Felipe para cumplir con su propia misión.

—Oh… Bueno, me gustaría que estuviese en el centro, así no me quedaría tan lejos y sería accesible para los alumnos. Veo un salón grande, con espejos y barras… no lo sé, pintada con colores divertidos, o quizá grafitis —añadió—, gente bailando…

—Estoy seguro de que un día lo lograrás —dijo él con cariño.

Azul se encogió de hombros.

—¿Y tú? ¿Cuál es tu sueño? —quiso saber.

—No sé, tiene más que ver con mi vida personal que con mi vida laboral. ¿Ser feliz cuenta?

Azul sonrió.

—Claro que sí… pero sí sabes que eso depende de ti, ¿no? De que dejes de mirar atrás…

—¿Qué veré si miro adelante? —quiso saber él.

—No lo sé, lo que tú quieras ver…

—¿Estás tú? —preguntó.

Azul se detuvo y se sentó en una de las sillas que daban al mar.

—Escucha, Felipe, siempre me he caracterizado por ser directa y honesta y esta no será la excepción. No estoy dispuesta a ser el premio consuelo de nadie, no otra vez… no estoy disponible si la otra persona no está disponible para mí y no estoy segura de que tú lo estés. No puedo explicar lo que vivimos, te puedo asegurar que nunca me pasó y que estoy confundida, pero no puedo prometerte solucionar tus problemas con mi amor porque no funciona así, eres tú quien debes solucionar tus problemas y luego estarás listo para recibir y dar amor…




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