Quiero bailarme la vida contigo

Capítulo 17

El hospedaje que Felipe había reservado en Colina era una hermosa posada rural, tenía incluso una pequeña granja donde los mismos huéspedes podían participar en las actividades diarias.

—¡Yo quiero ordeñar una vaca! —dijo Azul con entusiasmo cuando el conserje les comentó de las actividades.

—Puede anotarse aquí para hacerlo mañana a primera hora —dijo él y le pasó un papel.

Azul puso allí su nombre y el de Felipe, sin preguntarle, y luego les dieron las llaves de las habitaciones. Estaban una al lado de la otra y, en ese momento, no había muchos huéspedes porque no era temporada de vacaciones.

—Deja tus cosas y salimos enseguida, ¿sí? —dijo Felipe al abrir la puerta de su cuarto—. Cuánto antes comencemos, mejor.

Azul asintió y media hora después iban camino a la granja de don Oscar, que como la mujer les había dicho, todo el mundo conocía.

Al llegar allí se enteraron de que la granja era manejada por Bruno, el hijo del dueño, pero el señor Oscar todavía andaba por allí, así que cuando le contaron a Bruno el motivo de su visita, él les dijo donde podían encontrar a su padre.

Don Oscar estaba en la caballeriza, su pasión eran los caballos e iba a revisarlos y a conversar con ellos cada mañana. Allí lo encontraron, recostado en una reposera mientras observaba a los caballos alrededor.

—¿Hola? ¿Es usted el señor Oscar? —preguntó Azul.

El hombre asintió y les preguntó quiénes eran. Felipe le contó la historia de siempre y el hombre escuchó con atención.

—Antonio vivió aquí por muchos años, vino cuando su hija se fue a estudiar al extranjero, trabajaba conmigo aquí, le gustaban mucho los caballos y solíamos cabalgar por el campo por horas. Era un gran amigo —comentó—, luego comenzó a enfermar… achaques de la edad… —añadió—. Hace un tiempo, Marcela vino por él y se lo llevó a la capital para que lo vieran algunos médicos. Lo único que sé es que la muchacha iba a llevarlo al Hospital Central, porque allí tenía conocidos. La verdad es que no volví a hablar con él y ella tampoco se puso en contacto.

—Comprendo… —dijo Azul con desilusión, de nuevo la historia se les escapaba de las manos—. Le agradecemos mucho por este dato.

—No, no es nada, espero que lo encuentren pronto… y si lo hacen, díganle que por aquí lo recordamos con cariño.

—Lo haremos —dijo Felipe.

Cuando acabaron de conversar, don Oscar ordenó a sus peones que les dieran algunos obsequios, así que salieron de allí con leche y queso fresco.

—Al final esto fue rápido —dijo Azul.

—Te noto desilusionada —susurró Felipe y la miró con ternura.

—Es que siempre estamos por llegar a algo y luego no llegamos a nada…

—¿No eras la positiva de la pareja? —inquirió y Azul lo observó, le gustaba como sonaba la palabra pareja en sus labios, pero sabía que solo se refería a la dupla de investigación.

—A veces es difícil…

—Estamos cada vez más cerca, Azul. Iremos al Hospital Central y pediremos que nos digan qué médico les atendió, a lo mejor conseguimos el número de Marcela…

—¿Crees que esté vivo? —inquirió ella.

Felipe detuvo el carro a un costado de la avenida y se volteó a mirarla.

—No lo sé, pero eso espero… Una persona muy especial me enseño sobre la esperanza, me dijo que era la seguridad de que siempre habría un camino. Desde que esta mujer me dijo eso, he cambiado mi forma de ver algunas cosas y, debo admitirlo, me agrada ver el mundo desde este sitio, así que… tengamos esperanza…

—¿Así que es una mujer quien te dijo eso? ¿Una muy especial? —inquirió la muchacha con una sonrisa divertida.

—Una extravagante que me gusta mucho —admitió él.

Azul sonrió y Felipe volvió a la carretera. Escuchaban músicas e iban sumidos en sus pensamientos cuando de pronto, Azul le pidió que se detuviera. Felipe asustado lo hizo, y ella bajó solo para pararse delante de un campo de girasoles.

—He notado que te agradan —dijo él al bajar y verla allí.

—Sí, son hermosas —admitió—, y siempre miran al sol… Siempre siguen a la luz…

—Es cierto… son flores inteligentes —bromeó él.

—¿Me tomas unas fotos? —pidió la muchacha que comenzó a posar de maneras divertidas mientras Felipe le sacaba fotos con su cámara.

Entonces, sin que él se lo esperara, ella se sacó la blusa y el sostén y corrió a colocarse tras dos flores enormes, quedando estas sobre sus pechos.

Felipe la observaba con sorpresa, las cejas levantadas y la boca abierta.

—¡Toma la foto! —gritó ella y el volvió en sí.

Sacó unas cuantas mientras ella cambiaba las expresiones de su rostro.

—¿Estás loca? —inquirió él.

—¿Por? Siempre quise tomarme una así —afirmó.

—¿No tienes ningún pudor? Podría verte alguien —dijo él.

—¿Qué van a ver? Todas las mujeres del mundo tienen un par de senos, ¿no? ¿Qué hay de raro en eso? Y tú ya los viste, besaste, mordiste, y tocaste, así que tampoco me preocupa —dijo y salió de atrás de las flores.




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