Quiero bailarme la vida contigo

Capítulo 19

Felipe estaba en su cama, era cerca de la media noche y aún sentía en su piel el aroma de Azul. Luego de un buen rato en silencio, decidieron volver, darse un baño y descansar. Sabía que ella estaba a unos pasos, pero la extrañaba ya, y no quería demostrar más de lo que ya había demostrado, temía que su intensidad asustara a la chica, pero los sentimientos comenzaban a tragarlo.

Para su sorpresa, ella golpeó en su puerta y preguntó si estaba despierto.

—Sí, pasa —dijo él y se levantó para cerrar la bata que se había puesto después de bañarse.

—Hola… —saludó ella con timidez—. Vaya… —dijo al verlo.

—Hola —respondió él.

Ella estaba vestida con un short y una blusita rosada con dibujos de conejitos.

—Venía a proponerte algo —dijo con una sonrisa dulce.

—Soy todo oídos —respondió él.

—¿Quieres bailar? —inquirió ella y él frunció el ceño confundido—. Cuando me siento bien me gusta bailar, cuando estoy triste me gusta bailar, cuando estoy confundida me gusta bailar, siempre bailo… y esta noche quisiera bailar contigo…

—Bueno… ya sabes que no soy bueno en eso, pero si no importa que te pise el pie…

Ella sonrió, sacó el celular y puso su estrafalaria lista de músicas en la cual comenzó a sonar una salsa.

Azul se acercó a él y le indicó como tomarla, luego le marcó un paso y después se relajó en sus brazos.

—En realidad no me interesa que lo hagas bien, solo me gusta estar aquí, contigo y sentir la música…

—A mí también, pero es difícil hacerlo con una experta… me da vergüenza hacerlo mal —admitió él.

—No seas tonto… solo siente la música y déjate llevar…

Siguieron así por un buen rato, de música en música, de bachata a cumbia, de salsa a merengue, de rock a música electrónica, hasta que de pronto la voz de Elvis comenzó a cantar Love me tender.

—Abrázame… hagamos este baile en honor a Felicita y Antonio —dijo ella y Felipe asintió.

Abrazó a la muchacha y la pegó a su cuerpo y ambos se movieron con suavidad al sonido de aquella romántica balada. La música los envolvió a tal punto que el mundo dejó de existir por un instante.

Azul se imaginaba a una joven Felicita, enamorada y abrazada a un guapo Antonio que le cantaba al oído esas hermosas palabras. Fue en ese momento en el que Felipe comenzó a tararear la melodía tan cerca de su oído que ella comenzó a confundir sus pensamientos con la realidad.

La melodía acabó, pero ellos siguieron allí, abrazados, sumergidos en un instante efímero y a la vez eterno, envueltos en una magia que casi los hacía levitar.

—Duerme conmigo esta noche —pidió él.

—Felipe… es difícil ya estar aquí sin besarte…

—No, me refiero a dormir… dormir de verdad —dijo él—. Siempre pensé que no hay nada más íntimo que dormir con alguien…

Azul lo miró y sonrió.

—Ponte ropa interior bajo esa bata —pidió y él asintió.

Sacó un bóxer de su mochila y se volteó para colocárselo mientras ella se metía en la cama y se cubría con las mantas. Él se acostó a su lado y ella de inmediato colocó su cabeza en su pecho.

—Se siente tan perfecto estar aquí —susurró.

—Duerme… pidió él… todo estará bien —prometió.

Azul sonrió tras aquella promesa que guardaba relación con la charla que habían tenido en el campo y que ella sabía muy bien que significaba mucho. Se sentía a gusto, segura, completa…

 




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