Quiero bailarme la vida contigo

Capítulo 21

Tres semanas habían pasado de aquella conversación y la búsqueda de Antonio había llegado a un punto ciego. Felipe y Azul fueron al hospital, pero no lograron dar con ninguna información. No había allí nadie que conociera a Antonio o a la doctora Marcela Castillo.

Intentaron trazar un plan y visitaron a varios médicos que hacían clínica en el lugar y que pudieron haberle atendido. No había pasado mucho tiempo desde aquella vez, pero todos dijeron que no podían dar datos de los pacientes.

Azul dejó una tarjeta con su número en todos lados, por si alguien recordara algo, y efusiva como siempre, les dijo a todos que era algo de vida o muerte.

En el medio, ella y Felipe continuaron avanzando en su relación, salían o se veían a menudo, conversaban sobre todo y pasaban mucho tiempo juntos. Sin embargo, y por más de que hablaban mucho del futuro, ninguno de los dos daba el siguiente paso.

Aquella mañana, Azul acababa de llegar al hogar cuando su celular sonó, era un número desconocido, por lo que atendió.

—¿Hola?

—¿Azul? —saludó una voz que conocía de verdad.

—¿Gon? —inquirió ella al reconocer su voz de inmediato—. ¿Eres tú?

—Hola, bella… Sí, temía que no tuvieras el mismo número…

Azul se quedó helada, volver a oír su voz le hizo temblar las entrañas.

—Hola, ¿cómo estás? ¡Tanto tiempo! —dijo con entusiasmo.

—Bien, estoy por la ciudad… he venido a hacer algunos trámites… ¿Crees que podríamos vernos? —inquirió.

—Claro que sí… ¿Cuándo?

—No lo sé, si te queda bien esta noche o mañana… Estoy en casa de mi prima, donde siempre… solo me quedo hasta el viernes…

—Bien, estaré allí esta noche luego de las ocho…

—Genial, estoy ansioso por volver a verte —añadió.

Luego de cortar la llamada, Azul colocó su celular en su pecho y suspiró. ¿Por qué ahora? ¿Qué le diría a Felipe?

Mientras pensaba en algunas variables, el celular sonó de nuevo, era otra vez un número desconocido, por lo que pensó que era Gonzalo de nuevo.

—¿Hola?

—¿Es usted la señorita Azul Samaniego? —inquirió una voz femenina del otro lado.

—La misma…

—Bien, usted no me conoce —dijo la mujer—, pero yo escuché la historia que le contó hace unos días al doctor Mendoza.

—¿Quién habla?

—Soy enfermera, pero no puedo decirle mi nombre, si el doctor se entera de esto estaré despedida —añadió—, pero su historia me conmovió mucho y yo sí recuerdo al señor Castillo…

—Oh, Dios… Se lo agradezco muchísimo —dijo Azul entusiasmada—. ¿Qué es lo que recuerda?

—Vino a la consulta con la doctora Marcela, el señor presentaba síntomas de demencia senil, por lo que fue sometido a varios estudios. De esto no hace mucho tiempo, la última vez que consultaron fue hace unos cuatro o cinco meses. Le diagnosticaron Alzheimer, por lo que la doctora Marcela decidió llevarlo con ella a Francia, donde ella ejercía. Dijo que allí podría cuidarlo mejor —añadió—. No los vi más… Sé que quizá lo que le dije no le sirva de mucho, pero quise colaborar…

—Muchas gracias, señora, sea quien sea se lo agradezco mucho… Esto nos permite al menos cerrar la historia —dijo Azul con tristeza.

Encontrar a un hombre senil en Francia era una tarea imposible y debía hablar con Felipe para tomar la decisión de decírselo a Feli. Una enorme sensación de tristeza la acaparó aquella mañana, hacía mucho no se sentía así de melancólica.

Se le hacía tarde para su clase, por lo que ingresó y dio la misma de la mejor manera que pudo.

—Hoy estás un poco triste —le dijo Alonso mientras bailaban—. ¿No será por causa de un hombre o sí? Si es así me dices y yo junto a los muchachos iremos a defenderte.

Aquel comentario sacó una sonrisa de su rostro.

—No se preocupe, Alonso, estoy bien.

Al acabar la clase, decidió no ir a ver a Felicita, no sabría cómo esconder sus emociones y ella la leería de inmediato. Lamentando aquello, mandó un mensaje de texto a Felipe, pidiéndole que se encontraran en una cafetería en el puerto, donde ya habían estado varias veces. Le dijo que tenía noticias para él.

Por el tono del mensaje, Felipe, que se encontraba en plena organización del local que ya había conseguido para cumplir el deseo de la yeya, se dio cuenta de que no eran buenas noticias. Le contestó que la veía allí en una hora y ella le respondió con una carita feliz.

Azul dejó la bicicleta en la vereda de la cafetería y se sentó allí, justo frente a la ventana para mirar la calle y esperar a Felipe, aún tardaría en llegar y ella necesitaba pensar.

El día estaba gris, las nubes cargadas parecían querer echarse a llorar en cualquier momento, Azul pensó en la casualidad de la naturaleza que la acompañaba en su dolor. De pronto, el recuerdo del regreso de Gonzalo volvió a su mente, esa era la oportunidad que le había pedido a la vida, volverían a hablar y le diría por fin todo lo que traía adentro.




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