Quiero bailarme la vida contigo

Capítulo 22

   Felipe observó a la muchacha y la sintió entregarse por completo a él. Unos minutos antes, al verla tan abatida en aquella cafetería, supo que debía hacer algo para animarla. La llevó al muelle, un lugar que le parecía tan mágico como romántico y la abrazó. En ese mismo instante supo que aquel sitio había perdido todo el antiguo significado doloroso que traía consigo desde su pasado y cobraba uno nuevo.

   Azul estaba en sus brazos, recostada y entregada a él, descansando en él sus penas y sus temores, ¿qué podía ser más hermoso que eso? La muchacha confiaba en él y se mostraba como era en realidad, le entregaba la otra cara de su historia, aquella que lloraba, aquella que tenía miedo, aquella que estaba triste.

   Felipe sintió unas intensas ganas de protegerla y ser para ella lo que necesitara. En el silencio y bajo la llovizna, vio llegar un barco a lo lejos, observó como llegó al puerto y de ahí bajaron algunas personas y sonrió. Era una bonita metáfora, ella era el barco y él la tierra firme.

   Hacía días que Felipe planeaba decirle a Azul lo que sentía por ella. Estaba enamorado y deseaba avanzar, quería darle la certeza de que ella era su esperanza y quería volver a intentarlo. Si no lo había hecho aún, era porque deseaba que fuera un momento romántico e inolvidable, a la altura de aquellas historias con las que ella tanto soñaba. Quería regalarle la oportunidad de escribir una nueva historia y hacerla muy feliz.

   Luego de acompañarla hasta su casa, se despidió de ella con un abrazo. Azul lo miró a los ojos y le regaló entonces la sonrisa más dulce que había visto jamás.

—Gracias por hoy, me siento mejor —dijo ella y se mordió el labio—. Estoy toda roja de tanto llorar.

—Te ves hermosa —respondió él—. ¿Quieres que nos veamos más tarde?

—Hoy no puedo… —dijo ella—, tengo… algo pendiente —añadió.

Felipe asintió y le dio un beso en la frente.

—Entonces nos vemos mañana en el hogar.

Azul asintió y lo miró partir.

Felipe fue entonces al hogar para contarle a Felicita que el salón estaba listo. Lo había adquirido apenas lo vio un par de semanas atrás. Era tal como Azul lo había soñado, una casa de dos pisos que en la planta baja tenía un salón grande con su baño y otra sala más pequeña que él pensó podría ser un vestuario. Arriba tenía dos habitaciones con baño que podían usarse como depósito, secretaría o incluso ella podría mudarse allí. La fachada era de estilo colonial, lo que sabía ella amaría. Con el poder que le dio Felicita, la compró de inmediato y ese día había llevado a un arquitecto para que le ayudara con las reformas que deseaba hacerle.

—Está todo en orden, yeya. ¿Cuándo se lo piensas dar? —inquirió él.

—Pues, cuando tú me digas que está listo.

—Son muy pocas las reformas que le haremos, pintura nueva, arreglo de los baños y un blindex en el ventanal principal, para que se vea desde la calle cuando hay clases…

Felipe no le contó de su sorpresa en la pared principal, una muy especial y que sería su regalo para ella.

—Buenísimo. Hoy no vino a verme, ¿sabes algo? —preguntó la mujer.

—Está bien, solo… un poco triste… Ella no sabe lidiar muy bien con esas emociones —dijo él.

Felicita lo observó, ya no le hablaba de la misteriosa mujer, pero había notado un increíble cambio en su persona.

—Me encanta el hombre que veo en ti —dijo de pronto—, has vuelto a brillar como solías hacerlo antes de que la tempestad te azotara. Sonríes de nuevo, te vistes y te peinas de una manera más relajada, pareces disfrutar más de la vida y ya no destilas enfado todo el tiempo —añadió—. ¿Se debe a aquella chica? —inquirió con picardía.

—En parte… pero es en realidad un trabajo que he estado haciendo en mí mismo —contestó—. Comprendí que nadie puede robarme la felicidad y las ganas de vivir… que la esperanza siempre es una opción y que soy el responsable de mi destino, puedo decidir quedarme atascado o elegir un nuevo camino…

—Vaya… suenas muy Azul —dijo la mujer con una sonrisa divertida.

—Ella es el motor —dijo él—, pero el cambio es mío. Ella lo dejó en claro, no es por nadie más que debemos cambiar, sino por uno mismo… Sin embargo…

Felipe calló al comprender lo que estaba por decir…

—¿Sí?

—A su lado soy mejor persona, una mejor versión de mí mismo —dijo como si meditara aquello.

Felicita sonrió.

—¿Estás enamorado? —preguntó y él la observó con sorpresa. Hasta ese instante no se había percatado que estaba diciendo todo aquello en voz alta.

—Sí… —admitió.

—¿Es ella? La chica de quien me habías hablado es ella, ¿no?

Felipe asintió.

—No puedes imaginarte lo feliz que me hace confirmar mis sospechas —dijo entonces.

—¿Lo sabías?

—Ella mencionó a un hombre, tú al día siguiente a una chica… era nada más unir cabos… y ver la increíble química que rebota entre ustedes y que fingen no notar —añadió—. ¿Ya lo sabe ella?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.