Quiero bailarme la vida contigo

Capítulo 26

Era jueves y Felipe escuchaba con atención los regaños de Inés.

—No huyas, enfréntala. Hace mucho que no te veo así de feliz, si ella te pidió que la escucharas, hazlo. No seas tonto.

—No voy a pasar por lo mismo de nuevo —zanjó él.

—¿Qué es lo mismo? Ella ni siquiera es tu novia, Felipe. No la compares con Mónica que era tu esposa y estaba embarazada de un bebé que creías tuyo, no es lo mismo…

—La escucharé, Inés, solo no estoy preparado para que me diga que quiere regresar con su ex… tenía muchas ilusiones y…

—Y no te adelantes a los hechos… escúchala, escúchala —insistió.

En ese mismo instante, Alejandro ingresó con la cabeza llena de sangre y llorando desesperado. Su madre corrió hasta él y le preguntó qué le sucedía.

—¡Vamos! ¡Vamos al hospital! —dijo Felipe que se levantó de golpe y lo tomó en brazos.

El niño, entre lágrimas, explicó que se había caído de un árbol al cual se había trepado para bajar una fruta. La cabeza le sangraba, pero la herida no era grande. Su madre sacó un hielo de la heladera, lo envolvió en un trapo y lo cargó en sus brazos mientras Felipe arrancaba el auto y los esperaba. Por suerte, Angie estaba con su padre en la casa de los abuelos paternos.

A toda velocidad, Felipe ingresó al estacionamiento y bajaron para ir al área de urgencias. Allí una enfermera le tomó los datos y los llevó a una habitación, luego de hacer una llamada, una médica se presentó.

—Buenas tardes, soy la doctora Marcela Castillo, ¿qué le sucedió al pequeño?

Felipe se quedó con la boca abierta, esa mujer con bata de médico tenía el mismo nombre que la hija de Antonio, ¿podía ser eso cierto?

Inés le contó a la doctora todo lo que había sucedido y esta revisó al pequeño. Llamó a una enfermera y le hicieron una limpieza de la herida. Dijo que no necesitaba puntos y le puso una bandita especial que ayudaría a tener la herida cerrada para que cicatrizara más rápido. Le dio un medicamento para el dolor y le pidió que estuviera atenta a posibles señales de urgencia como vómitos o mareos.

—Muchas gracias, doctora —dijo la mujer y se levantó para cargar a su hijo y salir.

—Perdón… doctora… —Felipe reaccionó al fin—. ¿Podría yo hacerle una pregunta?

—Sí, dígame…

—¿Es usted hija de Antonio Castillo? —inquirió.

—Sí, es mi padre… ¿sabe usted dónde está? —preguntó.

—¿Qué? No…  Le explico —dijo Felipe ante la aparente curiosidad de la mujer—. Una amiga y yo llevamos meses en la búsqueda de su padre, pero perdimos la pista cuando en el Hospital Central de Albujía nos dijeron que usted se lo había llevado a Francia para cuidarlo… no puedo creer que esté usted aquí… —añadió él con asombro.

—¿Por qué lo buscaban? —quiso saber Marcela.

Felipe le contó entonces a grandes rasgos la historia de Felicita.

—Mi papá me habló de esa mujer —dijo ella—, la recordaba siempre y me pedía que un día la buscáramos. Yo estaba lejos, no tenía tiempo… volví cuando él enfermó…

—¿Y qué ha pasado con él? —preguntó Felipe sopesando la posibilidad de que estuviera muerto.

Inés los miraba con atención mientras unía los cabos de los relatos de Felipe en su cabeza.

—Se escapó de casa hace unos meses, lo he estado buscando por todas partes, pero parece que la tierra se lo tragó.  Tiene Alzheimer, por lo que no recuerda ni quién es ni a dónde va, él insistía con volver a su casa, refiriéndose a la casa donde se crio, y yo le explicaba que ahora vivíamos aquí y que haríamos un viaje… Creo que se asustó, la idea del viaje lo alteró y se escapó para no viajar… Yo no pude regresar así y estoy trabajando aquí mientras tanto, necesito hallarlo y no sabemos dónde buscarlo, la policía lo ha buscado por aquí y en Albujía, pero no sabemos nada… estoy preocupada —dijo la mujer con la voz tomada por la emoción.

Felipe sintió preocupación, ¿qué debía hacer ahora?

—Mire, le daré mi número y si sabe algo por favor pónganse en contacto —pidió la mujer que sacó una tarjeta para dársela.

—Este es el mío, le pido lo mismo —dijo Felipe y le pasó una suya.

Salieron de allí con una sensación extraña. Subieron al vehículo e Inés lo miró.

—Ahora tienes una buena excusa para llamarla —dijo y Felipe sonrió.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.