Quiero bailarme la vida contigo

Capítulo 28

Fue Marcela quien llegó primero, Felipe debía volver por Albujía y conseguir el permiso de uno de los médicos del hogar para sacar a Felicita. Cuando la mujer llegó, fue hasta su padre y le abrazó con fuerza.

—Papi, qué bueno volver a verte —dijo y lo miró con cariño.

Azul supo al instante que tenían una relación hermosa, la mujer les contó lo sucedido y les dijo que no había viajado porque no podía dejar allí a su padre. Por un instante, don Antonio pareció recobrar el conocimiento.

—Hola, pequeña —dijo cuando la escuchó hablar con el médico que lo atendía.

—Papi… —dijo ella y fue de nuevo junto a él—. ¿Me conoces?

—Marcelita… ¿cómo estás? —preguntó el hombre.

—Bien, papi, te estaba buscando hace mucho —dijo ella como si fuera una niña.

—¿Ya vamos a ir a casa?

—Vamos a esperar que llegue Felicita —informó la muchacha—. ¿Estás feliz? La vas a ver al fin…

—Ta ra ra … felicidad… Felicita —. El momento de lucidez se acabó y él comenzó a tararear de nuevo aquella canción.

—Él me habló de ella hace mucho tiempo, cuando me enamoré por primera vez —dijo Marcela a todos los que quisieran oírla—, me dijo que cuando yo fuera grande y ya no lo necesitara él iba a buscarla, pero tenía miedo de que ella no lo recordara —añadió—. Me dijo que la amaba con locura y que nunca la había olvidado, pero la vida había sido injusta con ellos, él no tenía dinero y no le permitieron amarla. Mi papá trabajó mucho para sacarme adelante, lo hizo solo… mi mamá falleció —añadió—, él quería que yo triunfara y fuera una mujer de éxito para que nunca tuviera que vivir la humillación que vivió él al no ser digno para la mujer que amaba.

—Dios, qué dolor —dijo Azul—, y ella solo quería estar con él…

—Me alegra saber eso —dijo Marcela—, muchas veces creí que esa historia estaba solo en su mente, era tan romántico… Tarareaba esa canción todo el día —comentó—. Ahora me arrepiento de no haberle insistido para que la buscara… —dijo con tristeza—, pero también tenía miedo a que solo fuera una ilusión.

—Bueno, las cosas suceden por algo —dijo Azul con la intención de aminorar la culpa.

Las horas pasaron con lentitud mientras todos aguardaban la llegada de Felicita. Ni las enfermeras que habían acabado su turno se retiraban y cada vez que llegaba una, le contaban todo lo que sucedía. Don Antonio seguía abstraído en sus pensamientos, por momentos dormitaba y su hija le acariciaba con dulzura.

Felipe, por su parte, buscó a Felicita y le contó las noticias. Ella se vistió con sus mejores galas y con los ojos cargados de lágrimas y el corazón apretado por la ansiedad y el temor, le rogó al médico de turno que le diera el permiso. Este tras oír la historia y ver la emoción de ambos, cedió el documento. Felicita prometió volver al día siguiente, ya que se hacía de noche y Felipe estaba cansado de tanto manejar.

Cuando llegaron al hogar, ella lamentó las circunstancias en las que se encontraba ese sitio.

—Qué ironía que se llame La Esperanza —dijo con tristeza—. Pobres las personas que están aquí, en el ocaso de tu vida teniendo que lidiar con este abandono —añadió.

—Sí, yeya, qué triste, ¿no?

—Sí… —dijo la mujer—. Felipe, llama a Nicolás y dile que ya sé a dónde destinará el dinero que sobra.

—¿De qué hablas?

—De mi testamento, hijo, decidí donar una suma a la caridad, y qué mejor sitio que este —añadió.

—Yeya, lo llamaré mañana mismo —afirmó él—. Ahora tenemos algo más importante.

Azul salió a recibirlos y corrió a abrazar a Felicita.

—Lo encontré, Feli, lo encontré para ti —dijo con emoción—, no recuerda mucho, pero sí la canción… yo se la canté y me preguntó por ti —añadió.

Felicita sonrió con emoción y entonces caminó hasta la habitación.

Azul, por su parte, envuelta en emoción, tomó la mano de Felipe y la siguieron.

—¿Antonio? ¿Dónde estás? —preguntó la mujer al entrar.

Las miradas se paralizaron en ella y todos sonrieron. Fue un momento mágico e intenso, como si todos hubiesen dejado de respirar, atentos a la expresión del hombre.

Felicita vio a un anciano sentado en un sillón, al lado una mujer muy parecida a él le acariciaba con ternura la mano y le regalaba una sonrisa. Él observaba de un lado al otro, se mostraba agitado.

Azul entonces encendió su celular y puso aquella melodía que era tan significativa para él.

 

Cuando me preguntan ¿qué es la felicidad?

no se me ocurre nada más que tú.

¿Cómo es posible que aunque no estés aquí,

te sienta dentro mío como si fueras parte de mí?

 

—Hola, mi amor, al fin estoy aquí —dijo Felicita con lágrimas en los ojos mientras se acercaba.

Marcela se apartó de él para darle su sitio y ella se sentó.




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