Quiero bailarme la vida contigo

Epílogo

Azul y Felipe estaban sentados en el muelle donde casi cuatro años atrás dejaron que la llovizna se llevara sus miedos. En esta ocasión, el día estaba soleado y fresco, el revoloteo de las gaviotas y el grito de algunos niños en la playa, aumentaban la sensación de armonía que podía percibirse en el ambiente.

Azul abrió la carta con lentitud, el día anterior, ella y Felipe asistieron a la lectura del testamento de Felicita, la mujer había fallecido unas semanas antes y había dejado por escrito todo lo que deseaba legar y a quién. Su dinero lo había repartido entre cuatro. Por una parte, estaba Mónica, su nieta, junto a un bello mensaje en el cual le decía que la había extrañado y que esperaba que fuera feliz, que nunca la había juzgado y que era una pena que se hubiera alejado. La mujer derramó algunas lágrimas de arrepentimiento, pero no dijo nada. Otra parte le correspondió a Felipe, junto a un mensaje de agradecimiento por haberla querido y haberla cuidado en sus últimos años. También dejó algo para Azul, que además de dinero, recibió las pocas pertenencias antiguas que le quedaron a la mujer, algunas joyas, un par de muebles y el viejo disco de vinilo en el cual una canción hablaba de ella. La nota para la muchacha decía que le agradecía el color que le había puesto a su vida y que ella era la familia que eligió.

Por último, una gran parte del dinero fue para el hogar La esperanza, en donde el amor de su vida pasó sus últimos meses en una bruma de tristeza y dejadez. El director del hogar recibió también una nota en la que Feli pedía que con ese dinero mejoraran la atención y las instalaciones del hogar para darle a los ancianos una vida mucho más digna en sus últimos años que ya de por sí, eran bastante difíciles.

Al final, había también dos cartas, una para Mónica y otra para Azul y Felipe.

—Léela —pidió Felipe mientras colocaba con suavidad su mano sobre la prominente barriga de su esposa.

Azul asintió.

—Queridos míos: Cuando lean esta carta yo ya estaré bailando entre las nubes en los brazos de mi amado mientras me canta al oído nuestras canciones favoritas. No quiero que lloren por mí, no más de lo necesario al menos, no quiero que piensen que mi vida ha terminado, porque es ahora recién cuando va a comenzar.

Azul tomó aire para seguir, entre la emoción y la panza abultada, la respiración se le agitaba.

—Espero que tomen mi vida como un ejemplo de lo que no deben permitir que suceda, hoy puede ser que las horas se les pasen lentas y que el final parezca lejano, pero es una ilusión en la que descansamos y cuando nos damos cuenta, la vida se ha acabado.

Felipe tomó la carta para continuar con la lectura, al darse cuenta de que Azul estaba demasiado emocionada y le costaba mucho hacerlo.

—Estoy feliz porque me voy con la certeza de que ustedes se han elegido y han sido capaces de salir de sus jaulas para animarse a amar. En el primer sueño que tuve con Antonio, él me hablaba de una jaula, no lo explicó mucho, pero fue una comprensión del momento. Entendí que en la vida somos nosotros los que les ponemos barrotes a la jaula en la que decididmos vivir. Todos esos barrotes están hechos de miedos, algunos a enamorarse, a entregarse, a confiar, a experimentar… otros son las malas experiencias y el temor de volver a caer en ellas, de volver a sufrir.

»Los míos eran el temor al qué dirán, miedo a defraudar a mis seres queridos, terror de hacer el ridículo. Los barrotes de Antonio tenían que ver con no ser suficiente, con no poder darme lo que necesitaba, con su propia autoestima y su incapacidad de verse a mi altura… Pero la jaula no tiene puertas, uno puede salir de ella cuando quiere, lo que pasa es que si uno mira a través de esos barrotes se asusta tanto que prefiere quedarse allí, en una pseudo seguridad. A veces culpamos a los demás, otras nos victimizamos por estar allí, pero al final estamos porque queremos…

Azul perdió la vista en el lugar donde el océano se junta con el cielo y derramó lágrimas mientras se perdía en aquellas letras.

—Ustedes han sido más valientes, pero la batalla no está ganada, no mientras estén vivos. Luchen por esa libertad que no es otra que la de animarse a salir de la jaula, a ir más allá de los miedos. Luchen por ese derecho a ser felices y a vivir sus vidas como ustedes elijan hacerlo.

Felipe le pasó de nuevo el papel a la muchacha que tomó aire antes de continuar.

—Me hubiese gustado conocer a las gemelas que son el resultado de ese gran amor que los une, pero mi tiempo se está acabando y sé que no llegaré a verlas nacer. Quizá las encuentre arriba, antes de que ellas bajen, si es así les daré un abrazo fuerte antes de enviárselas a ustedes. Sé que serán un par de hermosas criaturas, que tendrán unos padres amorosos y atentos, que formarán una familia unida en el amor. Ustedes son para mí esa familia que yo elegí, mis nietos del alma y del corazón, el amor que me brindaron me hizo mejor persona y me brindó un mundo que yo no conocía, lleno de nuevas oportunidades. Ellas son mis bisnietas y yo las cuidaré desde el cielo. Los amo, familia, hasta luego… Feli.

Azul se desbordó entre lágrimas de emoción y melancolía y Felipe la abrazó con ternura y la besó en la frente. En ese momento, las niñas patearon en el interior de su madre, Azul sonrió y se secó las lágrimas antes de colocar su mano y la de Felipe en su abdomen.

—¿De nuevo ensayan esa coreografía? —inquirió Felipe.




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