Quiero existir

I. Un mundo distinto.

En la casa de los Ames, todo era silencio y tranquilidad; aquello siempre llamó la atención de los vecinos. Era tan extraño que no hubiera bullicio allí, más cuando se sabía que los Ames eran padres de dos chicos. Sin embargo, ese silencio sepulcral se debía a una solo cosa; el mundo paralelo en el que habitaba David. Había algo muy distinto en David, algo que le hacía ser bastante peculiar.

Siempre fue diferente a los demás. Nació como un niño sano y regordete, alegre y bullicioso como cualquier otro bebe, pero con el paso de los años, todo cambió de un momento a otro.

Fue cuando tenía aproximadamente tres años que sus padres notaron algunas conductas muy extrañas en él. A partir de esa edad; a David todo le molestaba, los ruidos, los colores, los olores, las personas, y lo que venía después de ser expuesto a ello era aún más desconcertante, una rabieta casi incontrolable que ponía los pelos de punta de los Ames. Catalogado como niño malcriado, David no era bienvenido en los eventos sociales y familiares, descartando la invitación a los cumpleaños de los primos y tíos, evitando que asistiera a alguno de estos. 

-No podemos invitarlos. Queremos que todo sea tranquilo.- solían decir sus familiares imaginando las explosiones furiosas de llanto y gritos de David. 

Y esta fue una de las razones principales por lo que a su corta edad fue rechazado por las personas que supuestamente debian aceptarlo.

Fue así, como desde pequeño visitó miles de lugares, doctores, especialistas, chamanes y cuanto charlatán se le cruzara por el camino, sin dar respuesta real a tal conducta. Muchos de ellos, indicaron que era para llamar la atención, otros que tenía una enfermedad mental, los más espirituales indicaban que estaba poseído o que simplemente era una especie de ángel con una misión para este mundo. 

-¡Vaya, un profeta!- había dicho su padre después de visitar a la santera del pueblo. 

A pesar de tantos análisis, los padres de David se quedaron con el diagnóstico que más se acercaba a sus expectativas y creencias, por no decir a los más razonable posible; espectro autista.

Un etiqueta pesada sobre los hombros de un pequeño que comenzaba a ver el mundo. Y fue así, como en base a aquella etiqueta, adherida a su cara con tal firmeza, como criaron a David, encerrándolo mucho más en el mundo que habían creado para él. 

"¿Y qué si solo no le gustaban esas cosas? ¿Y si solo le gustaba estar en silencio? ¿O no tener que ver personas?" Fueron algunas de las interrogantes que se planteó Rubén, el padre de David, al verlo crecer alejado de ellos mismos. En el fondo, dudaba del diagnóstico, pero tampoco se atrevía a contradecirlos, es que a veces, es mucho más fácil hacer lo que otros dicen que buscar la respuesta por uno mismo. Y esa era la cuestión. 

Los años pasaron, el pequeño David Ames creció solitario, alejándose de los otros, evitando el contacto social. A pesar de ello, era un pequeño prodigio, inteligente a más no poder, un diccionario parlante y un disco duro de capacidad ilimitada. Un cerebro con tanta información que sus padres quedaban atónitos con los conocimientos que iba integrando conforme crecía.

Hoy, David tiene 17 años. Asiste a una escuela como muchos otros jóvenes, sin embargo es el chico que nadie nota, el nerd, el callado, el que se sienta al final de la sala para evitar que le hablen, que no tiene amigos, el que siempre está sumergido en sus pensamientos con los audífonos puestos evitando el contacto social, el que a pesar de ser extremadamente guapo, se cubre con una capucha y evita mostrarse al mundo. El joven extraño, inalcanzable. Una especie de ser superior, fuera de toda normalidad, inexplicable para sus compañeros y profesores. 

-¿Por qué eres así?- preguntó su primo, intentando comprender las actitudes de David. Él solo lo mira, con un vacío en la mirada guardando silencio. En su mente, una respuesta se formula, recorre cada hemisferio cerebral chocando bruscamente con la materia gris, impidiéndole llegar a su boca: "No lo sé." -Vamos, tenemos que hacer algo. Salir de aquí, caminar, correr, no sé, algo. -reclamó Dylan incentivándolo a salir, intento mantener la esperanza de verlo convivir con otros.

-¡No! -respondió David, algo brusco sin siquiera levantar la mirada. En el fondo, un millar de razones se acumulaban intentando salir, pero su extraña condición le impedía hacerlo y guardando las palabras, calla apaciguando sus pensamientos.  

-¿No te aburres aquí, encerrado todo el tiempo?

-No estoy encerrado. No hay puerta.-respondió tomando de manera literal las palabras de su primo.

-¡Maldición!- refunfuñó Dylan perdiendo la paciencia. David calla. Él sabe que es raro, sabe que no es “normal” (si es que la normalidad realmente existe) pero “algo” le impide relacionarse con los otros y ser así. Gracias a Dylan, David ha logrado cruzar palabras con alguien más que no sean sus padres o su hermano Carlos, pero aquello no ha mejorado su interacción social. Cuando alguien le habla solo se digna a responder lo que sea políticamente correcto sin muecas ni tonos de volumen en la voz que son característicos de la comunicación, sino que más bien es un robot respondiendo con un patrón previamente programado. -Ok. Entiendo.-añadió Dylan luego de unos segundos de silencio.- Nos quedaremos aquí sin hacer nada.

-Podemos leer.- respondió David.

Dylan lo miró con desprecio. David no comprendió la mirada. Y volvieron al silencio sepulcral que los caracteriza.

-Estoy harto. Te contaré de mi vida. Mis más íntimos secretos. Te usaré como mi diario de vida.

-No me interesa escucharte.- dijo David sumergido en su libro.

-No importa, te contaré igual. Total tu no le dirás a nadie de mis secretos.- respondió riendo. David hizo caso omiso. – Hay una chica que me gusta. Es linda, tiene unos ojos hermosos.

David se detuvo a analizar cada una de las palabras de Dylan, "me gusta una chica"; será similar a decir "me gusta el chocolate" ¿por qué me gusta el cholcolate? Las palabras de su primo había llamado su interés. "Ojos hermosos" pensó y miles de imágenes llegaron a su mente como un bombardeo de información; pupilas, iris, humor acuoso, ¿que los hace hermosos? Y sin medir sus palabras sumergido en la explicación razonable preguntó:




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