Quiero existir

V. Algo inesperado

Caminaba cabeza agacha repitiendo una y otra vez las múltiples opciones que tenia, a pesar de aquello, iba decidido a acercarse a la chica que tanto había llamado su atención aquel día en la biblioteca. Era tanto el deseo de hablarle que no podía evitar imaginar y repasar los múltiples escenarios que había creado en su cabeza y esta distracción le había llevado a caminar a paso lento, pisar las grietas de la calzada y por primera vez en su vida a no contar hasta diez al cruzar una esquina.  
Iba completamente distraído cruzando la calle cuando un fuerte chirrido acompañado de múltiples gritos lo sacaron de su análisis. Miró hacia atrás y vio un tumulto de gente conmocionada a un par de pasos de donde él se encontraba. Sabía que algo había sucedido, pero no le dio importancia y siguió su camino, con los audífonos puestos y la capucha tapando su rostro.  
Realizó la misma rutina diaria, el mismo trayecto y las mismas características acciones de cada día, el saludo con la mano, la caminata cabeza agacha y la solitaria aura que proyectaba a los demás.  
Conforme avanzaba la mañana, muchos murmullos deambulaban alrededor de él. Algo extraño sucedía, en realidad algo extraño le sucedía, una rara sensación recorría su cuerpo, una sensación de paz y tranquilidad que no podía explicar. Del mismo modo, y fuera de toda racionalidad, algo lo llamaba, pero David haciendo caso omiso, volvía a colocar sus audífonos para perderse nuevamente en su mundo.   
El día había pasado y su oportunidad de hablar con aquella chica se le había esfumado entre los dedos, pero aun tenia tiempo; se decía a si mismo intentando consolarse. El camino a casa fue rápido, sintió una suave brisa recorrer su cuerpo, una calidez que nunca antes había sentido y con esa nueva experiencia se acomodó en su cama intentando dormir. Sabia que al día siguiente, Dylan lo visitaría, como de costumbre, y aquello sería una gran oportunidad para hablar con él, y así hablar de su plan. Quizás necesitaría unas cuantas mejoras, agregar aquello de la cuestión social, aspecto que obviamente, David no comprendía.  Cerró los ojos, imaginó el momento en que hablaría con aquella chica y simulando una agradable utopía se duro placenteramente. 
A la mañana siguiente, todo la tranquilidad. Una suave brisa mecía las cortinas, las aves revoloteaban alegres entonando agradables melodías. ¿Qué sucede? Se preguntó, abriendo suavemente los ojos. Miró a su alrededor y se levantó como de costumbre. Se dirigió al baño, siguiendo la misma rutina diaria, preparándose para la escuela. Era jueves y él esperaba que todo siguiera con luz verde. 
Bajó las escaleras, caminó a paso lento hasta la cocina, esperando que su madre lo recibiera efusivamente como le era costumbre, pero esta no dijo nada. Sentada a la mesa de la cocina, miraba detenidamente el gran tazón de café que sostenía en la mano izquierda, mientras que con la derecha sostenía un cigarrillo a medio fumar. Al otro extremo de la cocina, su padre caminaba de un lado al otro esperando que sonara el teléfono. David se acercó a ellos, pero estos no respondieron a su presencia, haciendo como que no notaron que estaba allí. David, miró incrédulo, se encogió de hombros y salió camino a la escuela, no prestando atención a la extraña conducta de sus padres. 
En el trayecto seguía repitiendo su plan, el escenario que se había imaginado con una cantidad de detalles que no dejaba nada a la duda. Cuando algo vino a su cabeza. ¿Cuándo? Se dijo y se detuvo en seco a mitad de la entrada. Cerca de él, una chica lo miraba perpleja. Sus ojos mostraban asombro e incomprensión, y sus manos comenzaron a temblar incontrolablemente. David la vio allí, de pie observándolo a la distancia. ¿Ahora? Se dijo acercándose con cautela. Mientras más avanzaba hacia ella, más temblaba la muchacha y no pudiendo controlar su miedo, corrió a toda velocidad en dirección contraria, intentando alejarse rápidamente.  
-¿Corrió?- se dijo, David. -¿Se alejó de mi? ¿No le agrado? 
Miles de preguntas invadieron su mente. Activó su modo antisocial y caminó hacia el salón. Una vez dentro, alzó la mano en señal de saludo y avanzó a su lugar.  
Algunos minutos después el profesor ingresó al salón, saludó a los estudiantes con un nudo en la garganta, e intentando sobrellevar la tristeza miró en dirección a un lugar vacío al final del aula. Sintió como una solitaria lagrima amenazaba con escaparse, a pesar de ello, continuó la clase con un tono melódico y agradable indicando que a pesar de todo aún seguirían utilizando los semáforos.  
David levantó la vista y notó como muchos de sus compañeros guiaban la mirada hacia atrás, observando hacia donde él se encontraba, agachó la cabeza esperando evitar el contacto visual y siguió su rutina normal siendo un joven callado y solitario. Las clases transcurrieron tranquilamente a pesar del extraño comportamiento del profesor, aun así, todo fue relativamente normal, salvo por el incidente con la chica aquella mañana.  
-¿Cómo haré para hablarle?- se preguntó en voz alta caminando de un lado al otro, esperando la llegada de Dylan.  
Los minutos pasaban y Dylan no cruzaba la puerta. David comenzaba a impacientarse cuando una silueta se acercó lentamente hasta el umbral de la entrada.  
-Sabes. Me acostumbré tanto a esta habitación sin puerta que pedí a mi padre que también retirara la mía.-dijo, Dylan entristecido, lanzándose sobre la cama.  
-¡Llegas tarde!-gritó David. 
-En este preciso momento estarías gritándome por llegar tarde.-añadió Dylan como si no escuchara lo que David le decía.-Además de estar molesto por lanzarme en tu cama, se cuánto odias los pliegues del cobertor. 
-Estoy muy molesto.-mencionó David.-Además, estás usando mal la conjugación verbal temporal.  
-Mi padre me dijo que no era necesario que viniera, pero creo que esto ya es parte de mi.  
-¿Y por qué no vendrías? Tenemos un acuerdo. Y quiero preguntarte algunas cosas.  
Dylan se recostó en la cama mirando hacia arriba, dio un largo suspiro y soltó un grueso y amargo llanto que venía sosteniendo. David no sabía cómo reaccionar, intentó consolarlo pero le fue imposible, necesitaba contacto corporal y aún no estaba preparado para ello.  
Salió en busca de su madre, quién sentada en la cocina seguía con la misma expresión, los mismos ropajes, la misma taza de café y muchos restos de cigarro sobre el cenicero. Volvió a la habitación y vio como Dylan se ponía de pie en dirección a la salida.  
-Será mejor irme.-dijo secando sus lágrimas con la manga de su polerón.-No sé si pueda seguir aquí.  
David gritó, golpeó la pared con sus puños, pero nada de esto tuvo efecto en su primo quién siguió su marcha hacia la cocina. Una vez allí, se acercó a Susan y ambos se abrazaron compartiendo una pena que obviamente, David no entendía.  
-Puedes venir cuando quieras.- dijo Susan sollozando.  
-Lo sé, tía.  
-Me haría muy bien tenerte aquí, como si nada hubiera pasado.  
-Creo que a mí también. Por ahora debo irme. Pero vendré pronto.  
-Gracias, Dylan. Eres un amor. -añadió Susan derramando algunas lágrimas.  
David observaba distante, tan confundido que sentía que su mundo se caía a pedazos, quería gritar con todas sus fuerzas pero algo en su interior le contenía.  
-Madre.- dijo más tranquilo, esperando una respuesta. 
Susan sintió como una suave brisa recorrió su cuerpo, haciéndola voltear. David intentó hablarle pero ella no reaccionó a su intentó y ya frustrado caminó hacia su habitación tumbándose en la cama. 
-¿Por qué están tan raros?- se preguntó.- Y Dylan no me ayudó. Tendré que hacerlo solo.  
En la cocina, Susan pensaba en la extraña sensación que había vivido. ¿Sería David? Pensó, y luego de unos segundos de reflexión, movió la cabeza descartando toda posibilidad.  
 




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