Quiero existir

VI. Silencio incómodo.

David sentía que todo el mundo actuaba raro. Algo no cuadraba, había algo extraño en todo lo que sucedía pero aún así, él había sido alguien raro toda su vida y ¿por qué no darle una oportunidad también a los otros? Intentó mantener la calma y evitar preocuparse demás, al fin y al cabo, las personas suelen actuar muy raro. 

Se acomodó en la cama, dio algunas vueltas intentando conciliar el sueño pero no podía dejar de pensar en los miles de eventos inesperados que le habían sucedido. Algo en su semblante indicaba que estaba realmente afectado, e intentando sobrellevar la situación respiró hondo y cerró los ojos.

-¡Debo dormir! - se dijo, mirando el reloj sobre el velador junto a su cama.-La hora de dormir ya ha pasado. 

Volvió a cerrar sus ojos pero estos se negaban a hacerlo, algo impedía que pudiera conciliar el sueño, no sabía que era y mucho menos explicarlo, pero aquello era más que un simple acto trivial, algo más poderoso, algo más sobrenatural. Observaba hacia el cielo raso, pensando, cuando una idea vino a su cabeza. “Contar ovejas” se dijo e imaginó como una a una las ovejas saltaban la valla. “Si cuento ovejas en un par de minutos estaré dormido” pensó iniciando su conteo. Al fin y al cabo, y luego de contar demasiadas ovejas, logró dormirse profundamente.

La mañana había llegado, sintió como los tenues rayos de luz se posaban sobre su rostro y abriendo los ojos suevamente observó a su alrededor como muchas veces lo había hecho antes. Volteó su cuerpo y vio a su madre acostada junto a él, aun completamente dormida. Se levantó de un salto, golpeando la lámpara de pie que estaba a su lado haciéndola caer. Susan pegó un chillido, despertando con el fuerte golpe provocado, abrió los ojos aterrada y saltó rápidamente de la cama arrastrándose hacia la salida. Un miedo inexplicable de había apoderado de su cuerpo haciéndole respirar entrecortado. Una vez en la entrada, se levantó sin dejar de mirar hacia la habitación y caminó tambaleante hacia el pasillo. Quería gritar pero su esfuerzo era en vano, algo ahogaba el chillido convirtiéndolo en un intento fallido de alarido.

David la miraba pasmado desde una esquina de la habitación; estaba ofuscado, molesto y sorprendido de ver a su madre en su cama y sin pensarlo siquiera comenzó a gritar desesperado, tapándose los oídos en señal de descompensación deambulando de un lado al otro.  Los gritos de David no provocaron el efecto deseado, Susan, temblorosa caminó con temor hacia a su habitación en busca de su esposo. 

-Cariño.-dijo con voz temblorosa completamente aterrada.

El padre de David la miró preocupado, corriendo hacia ella al verla tan pávida. 

-¿Qué sucedió?- preguntó. 

-La lámpara...-añadió Susan en estado de shock. 

-Susan, no comprendo.

-La lámpara se cayó. 

-¿Qué? Te estas escuchando. Susan. Puede haber sido una corriente de aire. 

-¡No! ¡Fue David! 

-Susan. -dijo mirándola con ternura. La acercó a sus brazos y la abrazó.-Lo sé, todo ha sido tan difícil. 

Susan rompió en llanto. Tenía tanta angustia en su alma que cada cosa que sucedía lo atribuía a David. Mientras este, no comprendiendo lo que sucedía caminaba de un lado al otro aún desconcertado y molesto. Cuando ya se hubo calmado, se preparó para la escuela, percatándose que extrañamente se encontraba vestido y con sus audífonos puestos. “¿En qué momento me vestí?” se dijo, observando sus ropajes. Evitó darle mayor importancia y tomando sus cosas salió con camino a la cocina esperando encontrarse con sus padres y hermano.

Aquel encuentro matutino diario sería una oportunidad perfecta para reclamarle a su madre lo sucedido aquella mañana, pero en el lugar de siempre no había nadie; ni su madre, ni su padre, ni mucho menos Carlos, su hermano. “¿Qué está pasando? Se olvidaron que soy especial” dijo afligido caminando hacia la salida. Intentó mantener la calma, colocando sus audífonos, escondiéndose bajo la capucha, algo demasiado característico en él.

Caminó hasta la escuela sin pensar en lo sucedido, imaginando las posibilidades que tenia de encontrarse con aquella chica. Al ingresar al recinto escolar, alzó la mano para saludar al portero y siguió su marcha. A lo lejos logró divisar a Dylan, que rodeado de muchos compañeros, recibía muestras de afecto. “No puedo ir ahí” se dijo, temiendo acercarse, observando desde la distancia la habilidad social de su único amigo, su primo Dylan.

Mientras prestaba atención al grupo de muchachos, alguien más tenía los ojos puestos en él. Tras la ventana del segundo piso, una chica lo seguía con la mirada. A pesar de la incertidumbre que aquel panorama le provocaba no quería perderse detalle de lo que pudiera suceder y sin apartar la vista concentraba todos sus esfuerzos en mantener la visión sobre aquello, pero nada extraordinario sucedió y David avanzó en silencio hasta su salón. “¿Sabrá lo que está sucediendo?” Se preguntó sin dejar de pensar en que cada acción que David había realizado era algo completamente normal y rutinario. “Claro que debe saberlo” terminó diciéndose en afán de responderse a sí misma, aunque la duda seguía latente. Distraída, mirando por la ventana, esperaba el inicio de clases cuando su amiga le llamó desde la entrada del salón. 

-Ellie ¿Me acompañas a hablar con Dylan? -preguntó su amiga esperando recibir un sí como respuesta. 

-¿Con Dylan? ¿Ya volvió a clases?

-Sí. Vino hoy. 

-Pero ¿cómo? No han pasado ni dos días. 

-Cada uno vive su duelo de forma diferente. Quizás esto sea lo mejor para él en este momento.

-Puede ser.

Ellie y su amiga avanzaron por el pasillo al encuentro de Dylan. Este estaba rodeado de personas, todos, de alguna forma, acompañándolo en su pena. Las chicas ingresaron en silencio, Dylan levantó la mirada y vio a Ellie entrando por la puerta. Se levantó de inmediato y caminó hacia ella abrazándola con fuerza. El solo contacto con su cuerpo provocó en él una descarga de emociones, antes se sentía funcionar a media máquina, pero ese abrazo fue como un golpe eléctrico que lo hacía funcionar al 100%. Sintió como las lágrimas se le escapaban, mientras Ellie en afán de consolarlo acariciaba su espalda dándole suaves golpecitos. 




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