Quiero existir

XI. Biblioteca

En sus manos llevaba los pendientes de David. Un nudo se le formaba en la garganta conforme avanzaba hacia su casa, una y otra vez aparecían en su mente la bella caligrafía de la carta y la mancha rojiza del libro. Sentía como sus manos temblaban y comprendiendo que el dolor en su pecho era mucho más profundo se acurrucó desconcertado en una banca de una plazuela cercana. 

-David. -dijo, suspirando al cielo como invocando a un espíritu. 

David, aún parpadeante, deambulaba por la habitación, su mente estaba llena de dudas, preguntas que no se podía responder y que no serían respuestas. ¿A quién podría preguntarle? No había nada ni nadie con quién hablar. Mientras caminaba, casi flotante, se repetía sin cesar "muerto" como queriendo integrarlo a su base de datos, como queriendo convencerse a sí mismo que si lo estaba. Cuando lo hubo asimilado, se dejó caer sobre la cama, experimentando una sensación que jamás antes había imaginado que experimentaría y una leve sonrisa se dibujó en su rostro. 

Dylan, dolido, volvió a tomar la carta y nuevamente la leyó. Unas lágrimas se escaparon de sus ojos y sin siquiera pensarlo, soñó con que esas palabras fueran dirigidas a él. ¿En qué estoy pensando? Se dijo cuando cayó en cuenta que se estaba atribuyendo algo que no le pertenecía. Se levantó con dificultad, tambaleante y caminó a casa, deseoso de terminar de una vez por todas con tanta pena. 

La mañana era clara, una suave brisa envolvía cada rincón de la ciudad. Dylan, ya listo para partir a la escuela, tomó el libro y lo envolvió en papel, confiando en que el impacto de la mancha seria menos fuerte, agarró la carta que había esperado pacientemente sobre la mesita de noche y la colocó en el bolsillo, saliendo de su casa de camino a la escuela. 

Todo parecía normal, un día normal de clases. Caminó en silencio, saludando solo con un alzamiento de su mano a quienes efusivamente se encontraba en el camino, comportándose tan extraño que aquello llamó la atención de quienes circulaban a su alrededor. 

-¿Qué sucede con Dylan?- se preguntaban. -Se comporta como David. Quizás aún no asimila lo que pasó. Debe estar sufriendo. - decían quienes lo veían cabizbajo y entristecido. 

Marie lo miraba desde lejos, a sus ojos era como si David hubiese vuelto a la vida, pero sabía que aquello era imposible y que quién caminaba era nada más y nada menos que Dylan. 

-Dylan.-gritó. -¿Estás bien?- preguntó corriendo hacia él. Dylan la miró sorprendido, recordando la carta y apretándola fuertemente. Sintió como el aire le faltaba y dando un largo suspiro se incorporó intentando disimular su asombro. 

-Estoy bien. -respondió. -Solo un poco cansado. 

-Entiendo. ¿Puedo acompañarte?

-Claro. Vamos. 

Ambos caminaron en silencio. Marie acompañó a Dylan hasta su salón. Lo observó ingresar y sentarse en su lugar mientras él, simulando no darse cuenta, miraba al suelo nervioso. ¿Qué me sucede? Se preguntaba sosteniendo con fuerza la pequeña carta que aun aguardaba paciente en el bolsillo. "No soy yo" se decía una y otra vez intentando controlar sus emociones. Marie, miraba al muchacho con ternura, algo provocaba en ella esa tristeza, lo veía tan frágil que deseaba protegerlo, sin siquiera darse cuenta que poco a poco comenzaban a aflorar sentimientos por él. En su lugar, Dylan nervioso, respiraba entrecortado deseando que aquella mirada desde la distancia se alejara, sintiéndose tan confundido con aquella sensación que sin planearlo comenzó a responder a las palabras que aquella chica le había profesado a David. 

Mientras su mano se deslizaba en la hoja de papel, guiando por los sentimientos más profundos de su corazón, su mente le contradecía una y otra vez, haciéndole dudar y cuestionarse. ¿Qué es lo que hago? Se decía deteniéndose. Al cabo de unos segundos la imagen de Marie se posicionaba en su mente y volvía a retomar el arduo trabajo. "¡Mierda! ¿Qué es lo que sucede conmigo?". 

El día transcurrió así, entre altibajos, entre sueños y añoranzas. Extraño día. Marie sin siquiera saber lo que sucedería, tenía una fuerte corazonada. Hay personas que tienen un sexto sentido, solía decirse y así era ella. No esperaba nada del resto, pero ese día esperaba algo de Dylan. 

-Dylan. ¿Puedo hablar contigo?- dijo sobresaltándolo. Dylan trago saliva, intentó parecer seguro, pero los nervios le jugaban una mala pasada y sus piernas temblaban como si fueran gelatina. Solo asintió con un tímido movimiento de cabeza y esperó a que ella iniciara la conversación. -¿Te sucede algo? Estás muy raro. 

-No. - dijo, intentando controlar su propio cuerpo.- Estoy bien. Dime, ¿de qué querías hablar? 

-¿Tienes algo que decirme?- preguntó Marie, segura. Dylan abrió unos grandes ojos, inmediatamente llegaron a su mente dos papeles doblados, la carta que encontró y la que él escribió. Nuevamente su cuerpo comenzó a sacudirse y colocando sus manos en los bolsillos intentó desviar la atención. 

-¿A qué te refieres?- respondió riendo. 

-No sé lo que te sucede, pero tengo la impresión que de algo quieres hablarme. Desde esta mañana que has actuado raro conmigo. ¿Estas molesto por algo? 

-No. No se trata de eso. Solo que...- respondió riendo nerviosamente. En su mente la confrontación de sus pensamientos, luchaban entre sí, haciéndole sentir avergonzado, nervioso y estúpido.- Lo siento. Tengo algo para ti.- dijo al fin, luego de calmarse. 

-¿Algo para mí? ¿De qué se trata? 

-Esto.- añadió extendiendo su mano. En ella la carta que antes le había dado a David volvía a sus manos. Marie, reconoció inmediatamente lo que era y acercándose cautelosa la tomó con cuidado. Alzo la mirada, encontrándose con la mirada de Dylan y dejó caer una frágil lágrima. Dylan la tomó de la mano y la acercó en un intento inconsciente de abrazo. -No debí dártela.- dijo comprendiendo el dolor que le había causado a la chica. 




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