Quiero Morir (si puedes, sálvame)

2. Camino Subliminal

    Luego de otros veinte minutos caminando, Reydhelt logró llegar a la salida noroeste de la ciudad. Al contrario de otras ocasiones, en esta ocasión solo había una persona en el control. Haciendo un poco de memoria, logró identificarlo.

    —¿Qué tal Florencio? —preguntó Reydhelt.

    —Nada nuevo, Reydhelt —respondió el vigilante—. La misma rutina de todos los días. Bastante asquerosa si me preguntas. ¿Y tú? Hace mucho que no te veía.

    —Pues nada, al parecer nuestro querido capitán se cansó de verme sin hacer nada. Así que me mandó de peón por allí.

    —Ah, entonces a ti te esperaban los hermanos Alcívar. ¿Tienes por allí la notificación de salida oficial? —consultó el guardia para cumplir con el papeleo obligatorio.

    —Sí, claro —entregó en ese momento lo que el guardia le pidió, que venía en el paquete de folios que le entregó el capitán—. ¿Llevan mucho tiempo esperándome Marcelo y Pedro?

    —No tanto. Han de ser menos de 10 minutos. Llevan ya ellos las herramientas designadas.

    —¿Y las llaves del vehículo también?

    —No... no hay ninguno asignado a su grupo —contradecía a Reydhelt mientras lo confirmaba con papeles en mano.

    —Mierda, así no vamos a llegar nunca. Será mejor que me apresure. Hablamos —la prisa se le notaba ya tanto en la voz como en sus movimientos.

    —Bueno, ya me contarás de regreso el porqué de tanto ajetreo.

    Cien paso más adelante se encontró con su grupo de trabajo. Tal como dijo el capitán, le esperaban cuatro personas: dos escoltas a quienes no había visto jamás y, los trabajadores innatos Marcelo y Pedro (dos sujetos con los que poco había interactuado, pero que le parecían bastante divertidos).

    —Pero miren a quien tenemos aquí —exclamó Marcelo, en tono burlón. El mayor de los hermanos se mostraba receloso frente a los perezosos.

    —Nada más y nada menos que el gran Reydhelt Egan —siguió Pedro, que siempre le seguía la corriente a su hermano.

    —Una sorpresa que seas tú el encargado de este fastidiosos trabajo.

    —Has de pensar en que te tratan como a un esclavo —ya casi no podían contener la risa, mientras que los otros dos permanecían inmutables.

    —Tan graciosos como siempre —simulaba una sonrisa Reydhelt—. Pero mejor nos dejamos de tonterías y nos vamos ya. Luego nos peleamos y fracasa la misión.

    Un incómodo silencio se hizo presente y, luego de un intercambio de miradas, eran ya cinco quienes empezaron a subir a través de la colina. Ninguno lucía contento, pero no por eso dejaban de avanzar con buen ritmo.

~separador~

    El aire lo sentía frío y la sangre hirviendo. Llevaba ya una hora sentada en el mismo lugar, cerca de la plaza grande. Los pensamientos de Jaque iban y venían hacia y desde el pasado. 

Después de tanto tiempo sin saber de Reydhelt. Después de haber asumido la posibilidad de su muerte. Cuando por fin se encontraron, no era el mismo. Lo había pasado mal, y eso lo entendía ella. Pero tanto cambio no era admisible. El que incluso se cambiara el nombre era señal inequívoca que se había forzado a cambiar para superar algún trauma. Algo debía hacer ella.

Entonces, desde aquel momento su consigna como amiga había quedado definida. Tenía que traer de vuelta a su viejo amigo. Su sonrisa. Su entusiasmo. Para ello estaba dispuesta a dejar de lado los sentimientos de otro tipo que pudiera o no sentir aún. Pero aún se sentía como el primer día, desconsolada e impotente. Hasta hoy sus esfuerzos parecían ser en vano. Nada de aprecio en su comportamiento ni en sus palabras. Seguía igual de frío y distante. ¿Y de repente se atreve a abrazarle de tal manera, sin aviso alguno?

 A los ojos de Jaque, Reydhelt no era más que un descarado que se había ganado un buen golpe para cuando regresase.

~separador~

    Después de caminar durante casi dos horas, Reydhelt sudaba groseramente. Se sentía avergonzado por estar tan cansado y se planteó seriamente el ejercitarse durante sus tardes libres a partir de entonces. 

    Echándole un ojo a los demás, se dio cuenta que ellos ya empezaban a sudar, así que sugirió descansar unos minutos para llegar con fuerzas a su destino. Aunque hubo algo de reticencia, consiguió diez de los quince minutos que pidió.

   Durante el breve descanso intentó conocer mejor a sus dos escoltas puesto que no los había visto antes y no parecían ser soldados de élite. Al parecer sus nombre eran Rodrigo y Roberto, y fumaban. No logró que le dijesen nada más, así que se quedó con la curiosidad.

    Después de que pasaran los diez minutos, Reydhelt se levantó, se estiró y comprobó que el resto estuviera preparado. Al parecer Pedro había decidido echarse una siesta, por lo que con algo de delicadeza, tocándole el hombro lo despertó.

    —¡Ya estamos listos! —gritó Pedro al despertarse de manera abrupta.

    —Continuemos —dijo Marcelo, mucho más despierto, y calmado.

    Y así continuaron su camino. Con las antenas a plena vista, cada vez más cerca.

   Pasaron alrededor de veinticinco minutos. Reydhelt y los muchachos se encontraban casi al lado de las antenas, pero había un inconveniente. Donde debía haber un camino que les permitiera subir, había una zanja casi tan ancha como profunda (alrededor de cinco metros).

    —Un salto muy difícil... ¿Alguna otra manera de subir?

    —Tendríamos que rodear la colina por un camino bastante malogrado. Unos diez minutos adicionales calculo.

    —Atravesar maleza entonces... Bueno, no nos queda de otra, su-

    —¡AAAHHHHH! - Un grito de dolor algo lejano interrumpió a Reydhelt. 

~separador~




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