Quiero Morir (si puedes, sálvame)

3. Camino Abismal

    De repente, se formó un alboroto. Unos murmullos se oían y la gente se juntaba en medio de la plaza grande. Alertada por lo inusual, Jaque decidió acercarse, no fuera a ser que se perdiese de algo importante.

    Y allí estaba ella, la dama dorada, Casey. Pero no en su papel de señorita obediente y responsable. Se la veía enojada, cosa rara. Este día debería conocerse como el día de lo inusual, pensó.

    Aún no podía entender nada de lo que alcanzaba a escuchar entre susurros. La cantidad de gente era ya una multitud, y la suave voz de Casey no ayudaba. El forcejeo con la gente fue intenso y estuvo un buen rato intentando acercarse lo suficiente. Antes de lograrlo, lo escuchó haciendo eco.

    —Volvieron...

    —¿Y el armisticio?

    —¡Malditos sean!

    —¿Qué podemos hacer, escondernos de nuevo?

    La gente reaccionó. Cualquier diálogo se veía interrumpido por más gente expresando su desconcierto, frustración, ira y miedo.

    Jaque en cambio, se quedó atónita. La ciudad estaba sin duda en su mejor momento desde que el conflicto empezase, las cosas empezaban a funcionar de nuevo. Ya se veía viviendo en allí su vida. Y ahora se plantaba ante ella la posibilidad de ver a la humanidad acorralada de nuevo. ¿Qué clase de mal chiste estaba contando Casey?

    El ruido seguía creciendo. No era posible organizar nada. La situación se le había ido de las manos a la chica de rizado y rubio cabello. Buen momento para la llegada del capitán, quien, con la autoridad que le otorgaba su rango militar, procedió a calmar semejante tumulto.

    —¡¡Silencio!!

    —...

    —Gracias, capitán —Casey se vio aliviada al haber obligado a Abrego a salir y hablar.

    Efectivamente, se hizo el silencio. La gente estaba lista para obtener respuestas y recibir órdenes.

    —Esta vez voy a hablarles sin rodeos. No tenemos mucha información. Lo poco que sabemos llegó hace un par de días, a través de una transmisión entrecortada desde el norte. Lo que sabemos es que aterrizaron, un par de semanas atrás, en zonas deshabitadas. Se expanden por tierra, de esa manera evitan luchas aéreas, que probablemente volverían a perder, y al mismo tiempo invaden poblaciones por sorpresa.

    —¿Qué tan cerca están? —alcanzó alguien a preguntar.

    —Creemos que Tanishia ya ha caído. No es confirmado aún, pero no nos hemos podido comunicar con ellos.

    —Tanishia era la ciudad poblada más cercana, en el noroeste. A pie no se harían más de cinco horas. Durante este breve período de paz, fue la aliada más importante de Puerto Oculto. Incluso se unieron al mismo tiempo a Ularyd.

    Al oírlo, Jaque reaccionó. Estaban muy cerca ya, enterarse tan tarde podría provocar su muerte. Llegarían a aniquilarlos en cualquier momento. Para entender mejor siguió acercándose adonde se encontraban Casey y su tío Lucio.

    —¡Escuchad! —una vez más, Abrego procedió a calmar a la gente y a dar más detalles—. Si nos quedamos aquí moriremos, casi con total certeza, en los próximos dos días. Les propongo huir hacia Ularydh.

    Los murmullos empezaron de nuevo.

    —Sí, hacia Ularydh. Calma, por favor... Tenemos ya una ruta por la que seríamos poco detectables y evitaríamos los principales objetivos potenciales del enemigo. No son más de 3500 kilómetros. Sin contratiempos, aun yendo bien despacio, no deberíamos tardar más de cuatro días en llegar. Ciertamente el plan esta trazado y algunos detalles resueltos. Así que, a menos que la mayoría desee quedarse a luchar por la ciudad, les pido que hagan caso a sus líderes de división y, nos ayuden a terminar de preparar el traslado.

    Así, después de un breve silencio el capitán regresó a su oficina. La gente, que se encontraba sin saber bien que hacer, empezó a dispersarse. La mayoría se dirigió hacia sus jefes de división, que para ese entonces estaban esperando en las cinco esquinas de la plaza. Jaque no, tenía que hablar con Casey.

    —Oye, ¿qué pasa con el grupo que salió hace unas horas a arreglar lo de unas comunicaciones? ¿Eso es en el noroeste, no?

    —Más hacia el oeste que hacia el norte, pero sí. Si nos organizamos muy rápido, les esperaremos. Aquí nadie se queda atrás.

    —Pero...

    —Tranquila. No puedo hablar por el resto, pero Reydhelt volverá vivo tarde o temprano —de alguna forma las palabras de Casey transmitían mucha seguridad, y calmaron en gran medida la angustia que sentía Jaque.

    —Eso no es lo que...

    —Ya ya, no importa. Ve con Edwin, creo que por esta ocasión se te ha cambiado de división.

    —¿Qué? ¿Hablas en serio?

    —Sí, se ha procedido por petición suya.

    —... Bueno, luego continuamos esta charla. O eso espero —se despidió Jaque con una sonrisa amarga.

~separador~

    En la escena habían dos protagonistas. El hierro de la sangre contra el hierro de la alabarda imbuida en pura fuerza. Tanta fuerza fue aplicada sobre la alabarda, que la antena al ser golpeada quedó deformada, apunto de caer encima de la bestia y el grupo de humanos frente a ella. Además, la cabeza del aquel hombre estalló como puré, llegando parte de esa masa sangrienta a Reydhelt y su equipo.

    El cuerpo de Reydhelt se estremeció. Pero, antes de que su mente terminase de procesar lo sucedido, otros dos sonidos ensordecedores invadieron su mente. Dichos sonidos fueron producidos por armas de fuego que portaban Rodrigo y Roberto. 

    La primera bala en salir del arma de Rodrigo no dio en el blanco, que era la cabeza del ser amenazante. Este ser debía tener reflejos divinos, porque la bala iba correctamente direccionada; la razón de que no le impactara es que la bestia de guerra esquivó con un sutil movimiento de cuerpo. 




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