Seguir el ritmo de la Bestia de Guerra era una tarea más que complicada. No le tomó más de doscientos metros el llegar a tener a mano a Rodrigo. Si no estaban ya todos muertos es debido a la densidad de árboles, que dificultaban a su enorme cuerpo el moverse. Incluso le resultaba más eficiente talar de un tajo a algunos árboles, que luego lanzaba para frenar también el paso de sus presas.
Después de un gran esfuerzo, logró alcanzar a uno. Solo tenía que esperar el momento adecuado para que su ataque no se viese atenuado por un árbol. En cuanto vio la oportunidad, intentó lanzar un alabardazo que tuvo que interrumpir. Fue un cuchillo lanzado desde atrás el que hizo que la bestia cambiase su trayectoria, y luego moderase su ritmo para no estrellarse con un enorme tronco. Lo que acababa de hacer su persecutor era aprovecharse de la potencia de sus movimientos. No cabía duda de que el tipo, que bajaba con el torso descubierto, no era un humano normal.
Con los metros de ventaja que había recuperado, Rodrigo se dio media vuelta y levantó una gran cantidad de tierra apuntando a los ojos de quien casi lo mata. Pero para su desgracia, la bestia estando casi estática no tuvo problema en apartarse con otro movimiento muy potente.
Justo entonces, Rodrigo cayó en cuenta de lo que tramaban Reydhelt y el que hace poco perdió a sus compañeros. Nunca esperaron que el cuchillo hiriese al enemigo. El arma fue lanzada de forma de que, con la cuerda a la que estaba atada, quedara sujeta a un árbol cercano al ser de otro planeta. Así es como se puede explicar que de repente apareciese, casi que volando, un musculoso sujeto con los ojos llenos de rabia.
Casi al mismo tiempo empezaron a llover piezas metálicas en la posición, todas tratando de golpear a la Bestia de Guerra. Lo único que conseguía dicha lluvia era seguir manteniéndole a raya. Pero no se le podía retener por siempre. A partir de la tercera pieza, empezó a desviarlas con la alabarda.
Lo único que no desvió fue un objeto que parecía haber sido lanzado con mala puntería, muy alejado del blanco. Este objeto fue atrapado en el aire por el perseguidor de la bestia, y con un giro completo de cuerpo lo lanzó tan rápido que al objetivo no le dio tiempo de esquivar.
Una vez la bestia había sido atravesada por un cuchillo en medio del torso, esta se detuvo y se ubicó en una rodilla. Sin perder el impulso, el atacante se abalanzó sobre la bestia con un cuchillo táctico. En cuanto este entró en el rango de la alabarda, la bestia apuntó a su cabeza. El humano pudo cubrirse a tiempo con su cuchillo, salvando su cuello pero no impidiendo ser lanzado con violencia. La bestia, sin embargo, no salió ilesa de esa embestida. Otro de los humanos, el que se había salvado hace poco, aprovechó para lanzarle un destornillador en el cuello.
Con tres heridas que deberían ser importantes, la bestia se levantó, se sacó las armas blancas incrustadas en su cuerpo y se dirigió hacia el último de sus atacantes. Con paso lento, abrió la oportunidad para que Rodrigo empezara a escapar de nuevo. En cuanto el humano le dio la espalda, alzó la alabarda y la lanzó como a un arpón. Tanta brutalidad fue impuesta sobre el proyectil que atravesó al humano por el vientre y siguió con velocidad hasta medio atravesar un árbol cinco metros más abajo.
Una vez cayó el humano, la Bestia de Guerra procedió a recoger su arma. En medio camino escuchó como se reanudaba la persecución detrás de él. Esto no era más que una oportunidad para acabar con otro de los que lograron herirle. Por lo tanto, lo encaró con las manos desnudas.
Los ataque del humano no eran tan difíciles de esquivar, pues con su poca fuerza solo tenía oportunidad con su cuchillo. Luego de esquivar cinco veces, se agachó un poco y, con su brazo funcional izquierdo, le asestó un golpe en el torso, rompiéndole parte del esqueleto en el proceso.
Encontrándose el humano en el suelo, solo tenía que aplastare la cabeza. Allí, justo antes de lograrlo, la bestia dejó de sentir sujeción con el suelo, como si algo le hubiese cortado los pies. Una vez en el suelo comprendió. El ser humano con el agujero en el vientre se había arrastrado hasta llegar allí, y le había infligido una herida que a estas alturas podía significar su fin.
Como no podía ser de otra manera, el terco humano aprovechó la situación y se acercó una vez más a la bestia. Con un solo brazo y a quemarropa le lanzó el arma que portaba, atravesándole el hombro que tenía intacto. Luego levantó el mismo brazo y agarró otro objeto punzante caído del cielo. El actuar del humano fue el mismo, pero esta vez la bestia se dejó caer a ras de suelo para enseguida proceder a cargar con todo su monstruoso cuerpo. Lastimosamente, ejecutando el ataque con solo el impulso de sus brazo no pudo evitar que otro humano se interpusiera a tiempo.
Con el tiempo justo, Reydhelt llegó desde el lateral y, jalando con todas sus fuerzas, evitó que el terco entre tercos perdiera la vida. Enseguida, antes de que se levantara del todo, Reydhelt se abalanzó sobre de la bestia con cuchillo en mano y se lo clavó en la nuca. Pero no se detuvo. Entonces le apuñaló una segunda vez. Y una tercera. Una cuarta. Una quinta... Seguía sin detenerse.
A estas alturas la bestia yacía sobre sus rodillas. Se sacudió un poco para quitarse al humano de encima, y luego lo mandó a volar con un solo golpe. De momento el que le interesaba era el de los ojos llenos de lástima. Ya no importaba si descubrían su posición, seguramente iba a morir desangrado. Lo que no podía soportar era esa mirada de desdén, tan parecida a la de los malditos que provocaron que estuviese allí.
Reunió entonces toda esa frustración y se paró sobre sus pies una última vez. Con sus manos arrancó un pedazo de corteza del árbol donde se estaba apoyando, y manipulándole un poco obtuvo un arma blanca. Ya estaba listo para acabar con su enemigo y, por lo que podía ver, este último también creía estarlo. En el siguiente instante, el humano se lanzó. Su ataque fue a una de las piernas como se podría predecir, bastante fácil de esquivar. Entonces la bestia contraatacó tratando de atravesar su espalda. Como si supiera lo que venía, el humano esquivó apoyándose en una mano y girando rápido su cuerpo. Al girar lanzó una patada, pero tampoco había dificultad en detenerla. Aún así dolió. Dolió tanto que tuvo que retroceder. Entonces se fijó en que su piel había sido atravesada.