Quiero Morir (si puedes, sálvame)

5. Camino Espectral

    Según lo acordado en la reunión, la evacuación se daría enseguida. Pocas cosas faltaban por prepararse. Un selecto grupo, cercano al capitán, se encargaba en esos momentos de que sólo los humanos pudieran hacer uso de la infraestructura creada por ellos. Para Casey, aunque dificultar el avance de los conquistadores era fundamental, los altos mandos debieron estudiar por más tiempo otras alternativas, antes de arriesgar de tal manera a la ciudad. Aún así, las cosas seguían funcionando en función de la voluntad de la mayoría, por lo que, tuviera o no razón, debía conformarse con la decisión. Dicha decisión implicaba que a ella le tocaba supervisar el frente de la caravana, la que en teoría era una posición cómoda y sin mucha tensión. Pero también significaba que debía ser una de las primeras en posicionarse. Lo que ocurriese en la retaguardia debía dejar de ser relevante para ella. Ni siquiera podría despedirse de su madre.

    A medio camino, algo le llamó en demasía la atención. Mirando con detenimiento se trataba de la ambulancia móvil que había logrado improvisar el equipo médico. Dicho equipo había desmontado los asientos de una furgoneta de color verde oscuro, y en su lugar habían instalado una sencilla estructura que, al parecer, debía encargarse de soportar una camilla. Además, en los laterales ubicaron varias repisas donde había una buena cantidad de equipamiento médico. Aunque todo se veía poco estético, también se veía funcional. Lo que de verdad atrajo su interés es la extraña cruz roja recién pintada sobre uno de los laterales de la furgoneta. Un rojo igual de pálido que la pintura del vehículo. Unos trazos poco cuidadosos. Dos líneas nada simétricas. «¿Acaso le encargaron a una sola persona la adecuación de ese vehículo? ¿Nadie aceptaría tal carga, verdad?» , se preguntó Casey sin esperar respuesta. Supo que la respuesta tenía que ser positiva cuando el encargado se dejó ver. Era Tomás Kronen.

    —Hola Casey. ¿Te parece bien cómo quedó? ¿Alguna modificación necesaria? —preguntó Tomás mientras repasaba su trabajo y se topaba la cabeza.

    —No... —respondió enérgicamente con una sonrisa—. Tú déjalo así y ve a preparar tus cosas. El viaje que se nos viene va a ser de todo menos cómodo.

    —Sí, tienes razón.

    Ante la simpatía de Casey, Tomás respondió de forma apagada, como si hubiese recordado algún trauma. Aunque la salud mental de alguien tan trabajador fuera importante ella tenía que continuar, así que se despidió de forma cordial y siguió su camino.

    Paso a paso se acercaba donde no quería acercarse. Una vez llegara al vehículo designado, no tendría nada más que hacer. Durante horas y más horas estaría a merced de su suerte y la suerte y competencia de sus compañeros de viaje. Podría reprochar el no estar con ningún ser querido (sinceramente le molestaba no poder estar con su madre al comenzar este viaje), pero ella misma separó a muchas familias para conseguir la distribución más eficaz de gente. Aún si el tener a sus seres queridos consigo coincidiera con una excelente distribución, sabía que se vería muy injusto, así no podría ver a muchas personas a la cara. Ese tipo de sentimientos tenía que soportar Casey constantemente.

    Una alerta de su comunicador portátil interrumpió sus pensamientos.

    —Casey, ¿estás allí? —era el capitán Abrego.

    —Sí, aún no estoy dentro de mi transporte designado.

    —Perfecto, tengo algo que decirte. Asegúrate de que nadie te escuche.

    —Bueno, dame un momento.

    Para garantizar que nadie escuchara por error, tuvo que moverse unos cuatro metros e ingresar a una vivienda.

    —Ok, te escucho.

~~separador~~

     Al final el haber subido a observar lo que acontecía con el grupo de Reydhelt había resultado fructífero. Con la ayuda de Jaque, los dos encargados de vigilar desde la torre sur lograron obtener y reportar información clave. Primero, el grupo había iniciado un encuentro violento con un invasor no identificado. Segundo, el atacante había sido suprimido. Tercero, dos personas, Marcelo y Pedro, fueron vistas saliendo de la colina hace diez minutos. Esto último motivó a que se enviara un grupo de transporte a recogerlos. Del resto no se obtuvo información alguna. Había que esperar el encuentro con Marcelo y Pedro para saber en concreto qué sucedió.

    Después de fingir haber subido a su transporte y asegurarse que Erica y su padre sí subieran, Jaque se volvió a acercar al centro de operaciones del sur de la ciudad, buscando confirmar lo que no podía dejar de dudar. Hasta no obtener dicha confirmación, seguiría sintiendo una incesante angustia.

    Lo que la detuvo fue un particular ruido. Había estado gruñendo más fuerte de lo que esperaba. De hecho había sido más fuerte que otros sonidos del ambiente. Prestando un poco más de atención pudo darse cuenta de lo que había cambiado. Casi al unísono se habían detenido todos los motores de los vehículos que estaba listos para transportar a toda la ciudad.

    —¡Señorita!

    Por un instante su angustia cambió por miedo. Según quien la encontrara ella podía llevarse una buena bronca. Instintivamente dirigió su mirada hacia el origen de la voz. Resultaba ser uno de los tipos encargados de vigilar desde la torre.

    —Le escucho, ¿que sucede?

    —¡Creo que hay algo que debe ver!

    —¿Cómo dice? —la distancia complicaba la comunicación.

    —¡Suba mejor!

    Sin tener muchas razones para no no subir, empezó a escalar por la fría escalera metálica. Después de lo que para ella se sintió como cinco minutos ya estaba en la plataforma superior donde la esperaban. Otra vez se encontró con dos hombres de espalda. Por lo visto no les gustaba dejar de vigilar por mucho tiempo.

    —Ya estoy aquí. ¿Qué era lo que me quería decir? —preguntó Jaque esperando que le respondiera el mismo que le había convocado.




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