Sentado bajo la sombra de un árbol, encima de una de sus ramas se encontraba Franklin. El día para él había sido bastante productivo si se lo comparaba con el resto de la semana. La compensación por dicha suerte parecía ser un calor bastante inusual. Por eso, cuando vio pasar a otro grupo de personas, Franklin pensó en que quizás podía dejarles pasar sin más. Eran cinco y sus ropajes tenían buen aspecto. Elaborando un poco más las cuentas decidió trabajar una última vez por ese día.
Con un par de movimientos que su cuerpo había memorizado se bajó del árbol, intentó arreglarse el cabello con las manos y se presentó frente a los caminantes con una reverencia.
—Muy buenas, queridos visitantes de Ularydh —viéndoles de cerca no parecía que fuera a sacar mucho ese grupo.
—¿Hola? —respondió con dudas un muchacho de apariencia joven y confiable.
—Por lo que puedo ver esta es vuestra primera vez en Ularydh.
—Si, eso es correcto. Y tenemos algo de prisa.
—Entonces seguro que os será útil este mapa con los lugares más increíbles de la ciudad.
—Lo siento, pero no venimos de turismo y no tenemos dinero. Nos vemos.
El grupo empezó a avanzar y Franklin tuvo que detener al que parecía el portavoz con una mano en su pecho.
—Tranquilo que tengo algo para todos. Para vuestro caso tengo una guía introductoria a la vida en la ciudad. Se paga con algo de comida.
—Verás, ha sido un largo viaje y nuestras raciones se han acabado. Tendremos que pasar de la oferta por ahora.
—Solo nos queda una manzana. ¿Alcanza con una manzana? —preguntó una voz femenina.
El líder del grupo eso no la miró con buenos ojos por esa oferta. La chica en cuestión parecía justo su tipo: pelirroja, piel muy clara y pecas en el rostro. En otro tipo de situación probablemente coquetearía con ella.
—Bueno, normalmente el precio es más alto... Pero me habéis caído bien, así que tenemos un trato.
Con una falsa sonrisa se acercó a la chica e intercambió uno de los panfletos que escondía en el tronco del árbol por la manzana prometida. Una vez concluido el trato, retomaron su marcha hacia la gran ciudad sin despedirse.
Verlos dirigirse a Ularydh fue, como siempre, toda una experiencia. Dicha ciudad era un espectáculo como pocos otros. Destacaban ocho enormes grupos de cañones que apuntaban al cielo. Alrededor de tal armamento se agrupaban las edificaciones más tradicionales, como las viviendas y centros de abastecimiento. Algo que también destacaba pero en menor medida era el cerramiento que servía a los dirigentes para controlar el transito de personas, con énfasis en el ingreso a la ciudad. Sin duda el crecimiento de Ularydh en todos los sentidos se le había salido de control. La forma en la que se lograba mantener semejante población y su economía era el hecho de que cada vez más ciudades, poblados y campamentos se inscribían a la unión. Podría decirse que la Unión latinoamericana para la recuperación y el desarrollo era la única solución para muchas poblaciones que deseaban recuperar la vida que recordaban, así como para otras que buscaban aprovechar el encuentro con las especies extraterrestres para crear nuevas formas de vivir.
Estaba también sobre todo eso el hecho de que en la ciudad capital no se permitiese la entrada de ninguna especie inteligente no humana. Ese hecho hacía que muchas personas con un miedo latente decidieran buscar refugio allí. Para Franklin esa era la razón por la que el último grupo con el que había negociado también se dirigía hacia ese lugar. Siendo así, les deseó sinceramente la mejor de las suertes, pues la iban a necesitar.
Un espacio donde solo hay oscuridad. Oscuridad capaz de congelar el alma. Oscuridad capaz de aplastar corazones. Oscuridad que se materializa lentamente, forma un gas viscoso que llena los pulmones. Es imposible respirar tal oscuridad. Pero es imposible impedir que entre. Atraviesa cualquier cuerpo que se ponga en su camino. Al parecer la oscuridad trata de expandirse, de apoderarse de todo ser. Cuando su trabajo termine, definitivamente, la oscuridad lo será todo.
Con una gota de agua golpeando su frente se despertó Franklin. La sensación de frío y el ruido de fondo característico le fueron indicadores suficientes para aseverar que llovía, aún estando medio dormido. «Está lloviendo bastante duro», pensó. La verdad es que la cubierta de hojas que había instalado le habían mantenido completamente seco durante las anteriores lluvias. Así que una situación en la que el agua se logró filtrarse era preocupante, sobre todo de noche. Reparar algo así con la escasa luz presente parecía inviable. Pensó también que la próxima vez que visitase la ciudad debía comprar algo de iluminación portátil, aunque eso requería que ajustara de nuevo su presupuesto.
Haciendo tales cálculos, temblando de frío, bostezando por el sueño, la situación no podría ser más frustrante. Aun así, frustrante era mejor que lo que se venía. El ambiente pasó a siniestro en un parpadeo. De pronto, a Franklin le parecía imposible que alguien durmiese con tal sentimiento fluyendo en el aire. Parecía imposible dejar de temblar del miedo. Tratando de comprender lo que estaba pasando su mente estallaría en cualquier momento.
—¡AAAAAAAAAHHHHH!
Hizo falta un grito para sacarlo de esa tesitura. Era de hecho un grito femenino cuya voz se distorsionaba ligeramente, tal vez debido a la lluvia. No, esa distorsión era más característica de otra cosa. Era el efecto Doppler. La dueña de la voz que había gritado se acercaba con rapidez, en dirección contraria a Ularydh.
Aún incómodo con el ambiente, Franklin trataba de encontrar a la chica en medio de la noche. Para eso bajó con cierta dificultad del árbol donde se encontraba y esperó a un lado del camino, casi escondido por la oscuridad. En cuanto logró localizarla con la mirada pudo reconocerla. Era la chica de la manzana que había llegado esa tarde junto con cuatro personas más. Por supuesto, su aspecto no podía mejorar sustancialmente en una sola tarde, pero más que mantenerse igual de mal se podría decir que había tocado fondo. Corría sin calzado, su ropa estaba manchada de sangre, raspones por todo el cuerpo. Pero el deterioro más visible se encontraba en su rostro. Antes podía encontrarse mal debido a un largo viaje, mas ahora reflejaba absoluta miseria. Lo que Franklin podía suponer es que acababa de presenciar la muerte de alguien importante. Si además se consideraba la forma en que huía se diría también que tal muerte había sido poco natural.