El agua en el aire dificultaba ver, el agua al caer impedía oír y el agua en el suelo entorpecía el caminar. La naturaleza obstaculizaba el actuar en una noche ya de por sí complicada para Franklin y, sobre todo, para Sofía.
El principal problema, sin embargo, era el tiempo. Debían estar atentos para atacar o defenderse en cualquier momento, pero no podían retrasarse mucho por eso, ya que uno de los acompañantes de Sofía podía seguir con vida. Bajo la perspectiva de Franklin, en el mejor de los casos lograrían evitar la muerte de cuatro personas a cambio de las de dos atacantes. En el peor de los casos serían testigos, cómplices y causantes de seis muertes. En cualquier caso, al día siguiente no habría nada que celebrar.
Pocos minutos caminando en esa situación Franklin empezó a sentir una sensación conocida. El respirar se había vuelto más complicado y las ganas de avanzar se reducían luego de cada paso. Miró a Sofía para saber si a ella le pasaba lo mismo; ya no estaba a su lado. Se había detenido unos cuatro metros detrás y su mirada estaba perdida. En cuanto sus ojos se encontraron con los de él, ella cayó de rodillas y comenzó a vomitar. Bajo esas circunstancias Franklin se permitió retroceder para acercarse a la chica que parecía estar totalmente incapacitada.
—¿Has... experimentado esto antes?
Esa sensación, que le había impedido disfrutar de una fresca noche, era más que otra cosa, el misterio más puro. Por el momento saber en qué tipo de situaciones se manifestaba parecía la mejor forma de irradiar luz sobre dicho misterio. Parecía, por el contrario, que no iba a obtener esa clase de información esa noche. La chica estaba claramente reviviendo un trauma; podían pasar horas antes de obtener alguna respuesta válida de su parte.
Estaba claro entonces que Franklin ya no tenía nada que hacer en ese lugar. Ninguna excusa era suficiente si quien lo tenía todo en juego no estaba dispuesta a continuar. Con una ligera sensación de derrota dio media vuelta y empezó a huir.
Abandonó así su curiosidad y su orgullo y dio media vuelta. De forma similar a lo que había ocurrido hace poco, cada paso se sentía más ligero. Cada vez estaba más convencido de que huir era lo correcto. Esa sensación tan intrigante como molesta estaba a punto de desaparecer. Solo unos pasos más y se volvería una anécdota más. A pesar de ello, algo más sucedió.
De pronto, el mundo se volvió blanco. Podía sentir, empero, el frío en su rostro. Podía también oler el petricor en el aire y podía escuchar la lluvia caer. Estaba claro que el resto de sus sentidos funcionaban con normalidad; solo su vista había sido comprometida. Aun así era un problema más con el que lidiar en esa amarga noche.
Intentó seguir caminando en esa oscuridad absoluta para poco después sentir el suelo con su cara. Estando en el suelo se arrastró para seguir intentando avanzar. Avanzar era todo lo que quería hacer pues sentía que la muerte lo alcanzaría si se detenía. No sabía que tanto progreso estaba haciendo pero esa era la menor de sus preocupaciones. Su mundo era arrastrarse como un gusano para salvarse a sí mismo pues, si algo había aprendido en su vida, tenía que apreciar el valor de su vida y sus deseos. No podía ignorar una lección tan simple como esa.
—¡Hey! ... ¡Franklin!
Una voz desbordante de dudas gritó su nombre. Pero tampoco eso iba a pararlo. Tampoco el árbol que acababa de intentar detenerle. Solo tenía que evitar y rodear; lo que fuese necesario para huir.
—¡Oye, detente! —la voz seguía insistiendo.
Por un momento pensó que su misión también consistía en soportar esa voz tratando de darle órdenes, mas luego de ignorarla un tiempo se detuvo.
Lo que sucedió después de otro lapso de tiempo fue que algo lo detuvo abrupta e involuntariamente. Franklin daba todo de sí pero la fricción era demasiada; no podía moverse significativamente. De ese modo se quedó sin fuerzas y dejó de tratar. En el mismo momento en que decidió aquello fue obligado a darse la vuelta y exponer su rostro a la fría lluvia de esa noche.
O eso es lo que pensaba. A pesar de que su cara apuntaba al cielo nada que la limpiara caía. No solo eso, sino que al abrir sus ojos por instinto se dio cuenta que el mundo había dejado de ser todo blanco. Aunque lo que veía no se asemejaba a una noche normal. Había una iluminación tan poderosa que alguno se podía confundir y pensar que era de día. Al localizar la fuente de esa luz con la guía de su sombra pudo hacerse una idea de lo que había ocurrido. Acababa de ser salvado por Ularydh.
No tenía idea de los detalles, pero estaba claro que alguien había bombardeado la zona con la luminaria, potenciada por tecnología alienígena, que poseía la ciudad. «¿Se habrán dado cuenta de lo que pasó aquí?», pensó.
—Franklin, ¿qué te pasa? —la voz persistente volvió a entrometerse entre sus discursos internos—. Acabo de encontrarlos, ¡necesito que me ayudes, maldita sea!
Poco a poco Franklin cayó de vuelta a la situación en la que se había metido. La chica que le hablaba, Sofía, se encontraba en un verdadero aprieto y acaba de declarar que le necesitaba. Casi simultáneamente la muerte parecía haberse alejado del lugar; no había razón lógica para negar su petición.
Esta vez, sin mucha precaución Sofía caminó delante de Franklin para indicarle donde estaban las personas preciadas para ella. En cuanto llegaron notó un claro cambio en el semblante de la chica, y no la podía juzgar por ello. La escena era ciertamente grotesca de ver y lucía terriblemente irreal bajo la luz provista por la ciudad. Sobre todo la cantidad de sangre hacía creer que podía tratarse de una escena de teatro. Lamentablemente el olor a hierro en el ambiente daba fe de lo contrario.