Una vez más, Franklin despertaba de mala manera. Esta vez no podía ver nada aún abriendo bien sus ojos. Pero recordaba bien lo que había pasado.
Luego de que su cabeza fuera cubierta, fue subido de mala manera a un vehículo. Después, por lo que pudo escuchar, lo transportaron dentro de alguna edificación dentro de la ciudad. Fue entonces que Franklin intentó levantarse y fue golpeado repetidas veces. Hasta ese momento podía recordar con claridad
Habiendo recordado aquello, Franklin volvió a intentar levantarse. Aún no podía ver nada y sus manos seguían atadas, así que con cautela caminó hasta toparse con una pared; con destreza y tiempo se deshizo de la tela que le impedía ver.
La única luz con la que se toparon sus ojos venía de las rendijas de la puerta de la pequeña habitación en la que se encontraba.
Para abrir la puerta tuvo que darle la espalda a esta y esforzarse por girar su pomo. Fuera de esa habitación había una gran sala con muchas puertas y muchas ventanas a través de las cuales entraba luz rojiza.
Llegando al medio de la sala pudo identificar la puerta principal, que le llevaría fuera de ese lugar. Notó también la gran cantidad de calor que había. Mirando alrededor de la sala vio un reloj que parecía funcionar y marcaba las cinco y media. Fuera de mañana o de tarde el tono de la luz no tenía sentido. Entendió Franklin que un incendio estaba en marcha cerca del edificio en el que se encontraba.
Procedió a intentar salir por la puerta principal pero aparentemente estaba bloqueada por fuera. Pensó en atravesar los ventanales cercanos a ese portón, pero estas estaban muy altas para él. La consecuente idea de Franklin fue buscar en el resto de habitaciones por algo que le ayudase a salir. Después de algunos intentos encontró en una habitación dos sillas y a dos personas tiradas en el suelo. Aparentemente estaban muertas; no tenía tiempo en exceso como para comprobar. De nuevo frente a la salida del sitio agarró una de las sillas de espalda y empezó a girar sobre su propio eje. Cuando consiguió suficiente rapidez, esperó un momento para enseguida aflojar el agarre de sus manos. El lanzamiento tuvo la velocidad y la precisión justas para que la silla rompiera una ventana.
La temperatura en el lugar subió de pronto, por lo que el actuar de Franklin fue más rápido a partir de entonces. Del suelo escogió un pedazo de cristal y cortó con él sus ataduras. Con las manos libres y con la otra silla despejó los remanentes de cristal en el ventanal y colocó la silla como escalón para salir.
Fuera del edificio hacía más calor. Además, un intenso humo negro cubría los alrededores. Entre lo poco que se podía ver, Franklin se dio cuenta que se encontraba en la zona aún en ruinas de la ciudad; más específicamente en el suroeste.
La mejor idea, para Franklin, era llegar a una de las compuertas de la ciudad. La que le quedaba más cerca estaba en el oeste, así que empezó a trotar en esa dirección.
A medida que se alejaba de la humareda podía captar mejor la situación en Ularydh. Hacia el sur había una gran conmoción provocada por varios incendios en medio del bosque en la colina. Sin embargo, dentro de la ciudad también habían fuentes de humo negro. Probablemente este era el mayor desastre en la ciudad desde su fundación y definitivamente había gente detrás de esto.
—¡Mierda!
De pronto, Franklin tropezó con algo. El distraerse observando los alrededores le impidió ver lo que tenía en frente. Aun así pudo recomponerse a tiempo y no caer del todo. Quiso continuar su camino enseguida, pero tuvo que detenerse cuando cayó en cuenta en qué lo hizo trastabillar. Era alguien a quien conoció recientemente.
Una pequeña niña de cabello color otoño miró un instante hacia a Franklin para luego salir corriendo en la dirección contraria. Por lo que podía recordar era la niña que apenas salvó hace dos noches. Según él tenía alguna clase de relación familiar con Sofía Reynell.
—¡Señorita Reynell!
Sin pensarlo demasiado, utilizó lo poco que sabía para conseguir frenarla. Por lo visto su aserción fue correcta, pues la niña no tardó nada en dar media vuelta.
De buenas a primeras no dijo nada. Solo lo miró con angustia y dudas reflejadas en su semblante. Luego, hizo el ademán de querer decir algo.
—Me llamo Franklin. Conocí a Sofía el otro día, ¿sabes donde la puedo encontrar?
Franklin se adelantó para intentar establecer confianza entre los dos. Por lo mismo, le extendió una mano abierta en señal de paz.
—Soy Samantha —le devolvía el saludo sin acercarse; seguía existiendo desconcierto en sus ojos—. ¿A qué te refieres con "el otro día"?
—Hace dos noches. A ti también te vi, pero tú a mí no...
—¿Dos? Explícate, por favor.
—Sí, hace dos noches Sofía me encargó el que recibieras tratamiento médico. Fue entonces que te conocí.
La niña mostró confusión durante un momento para luego mostrar en su rostro entendimiento. Le indicó a Franklin que le siguiera antes de seguir su camino. La curiosidad de Franklin entonces le impidió negarse.
—Primero, eso no fue hace dos días. Ya han pasado tres días desde que desperté en la clínica.
«¿Tres días? ¿Recién despertó?»
Franklin quedó totalmente desconcertado. Por supuesto, Samantha se dio cuenta, pero decidió no detenerse por eso.
—Quienes nos trataron nos dijeron que Sofía había salido un rato, y que dijo que no tardaba. Sin embargo, nunca apareció. Mientras la buscábamos con personal de la ciudad sucedió esta emergencia. Así que estamos solos en esto. ¿Pretendes ayudarnos?
Gracias al resumen de Samantha, Franklin tenía una idea más clara respecto a lo sucedido. Aún así le preocupaba el haber estado inconsciente tanto tiempo.