Más de un día había pasado ya desde que Reydhelt y sus conciudadanos emprendieron su viaje. Por supuesto, habían parado en varias ocasiones por temas de higiene, así como para organizar asuntos relacionados a la alimentación y la salud de todos.
Destacaba en particular este último tema, pues algunas personas no habían podido recibir un tratamiento adecuado debido a que al equipamiento del que disponían había estado ocupado la mayor parte del tiempo. Había sido hace poco que Reydhelt escuchó que le habían dado el alta a Adolfo. Mientras tanto, personas mayores y heridos de batalla habían resultado perjudicados.
La poca distancia que el grupo mantenía con sus perseguidores era mantenida gracias a breves escaramuzas. La desventaja de esa estrategia era que no se podía evitar perder algunas vidas en cada choque.
—¿Qué pasa por tu mente? ¿Sigues pensando en unirte al combate?
Como lo hacía regularmente, Casey monitorizaba a Reydhelt. Ciertamente sus emociones estaban algo fuera de lugar, pero probablemente todos en el viaje se encontraban en una situación similar. Por eso, y por el secretismo con el que tenían que tratar el asunto, él empezaba a perder la paciencia.
—Sabes, creo que necesitas otra ancla.
—¿P-por qué? ¿Qué tienes tú en mente?
De la nada Casey intentaba cambiar toda su forma de pensar. Para Reydhelt sonó como si ella no estuviera dispuesta a seguir con su trato.
—Solo trato de prepararnos para lo peor. Pienso que es lo más prudente, dadas las circunstancias.
—¿Dices que necesito un respaldo por si te llega a pasar algo?
—No necesariamente.
—Entonces...
—Creo que esta vez debemos aprovechar tu situación en la medida de lo posible. Y para eso tienes que dejar de contenerte.
—Es un cambio de opinión muy repentino. ¿Es por ordenes de arriba?
—No. La verdad no sabría darte una razón, pero me preocupa más el bienestar del resto. Y confío en que juntos podamos ayudar sustancialmente.
—Es lo que tiene el socializar, supongo. ¿En quién pensabas...
—Jaque Pa...
—Si es ella me niego.
Se produjo un incómodo silencio.
—¿Qué tiene de m...
—Prefiero que que no se entere de ciertas cosas —Reydhelt no paraba de interrumpir.
—Me parece una actitud muy egoísta.
—Tal vez, pero es como quiero que vayan las cosas.
Luego de ese intercambio Casey volteó su cara hacia la ventana. La discusión había terminado. Al menos durante ese día.
Continuaron observando el cambiante paisaje por un buen tramo. Su trance fue interrumpido cuando les avisaron de una llamada del capitán a través de la radio de corta distancia que permitía mantener en contacto a todos los vehículos.
—¿Casey, has descansado bien durante las últimas horas?
—Sí, señor. Estoy lista para cualquier tarea.
—Excelente. Te informaré los detalles más adelante, pero prepararemos una emboscada en la siguiente parada. Necesito que entonces te hagas cargo de las necesidades de la gente respecto al viaje.
—Entiendo, haré como ordene. Pero, ¿no cree que puedo ayudar más en otra posición?
—Ya está decidido. Apenas nos detengamos búscame para ultimar detalles.
Bruscamente, el capitán Abrego cortó la llamada. Sabía que Casey insistiría en unirse al comando de la batalla. Obviamente el capitán la quería poner a salvo y no había manera de cambiar esa intención. Al final era una pena que tanto esfuerzo por parte de Casey no le sirviera para obtener lo que ella quería. A Reydhelt se le ocurrió comentarlo pero descartó la idea al imaginar como podía ramificarse la discusión.
Tras recibir confirmación del grupo de reconocimiento, los vehículos de Puerto Oculto empezaron a entrar a Blores. Esta era una ciudad rodeada de selva, y cuyas carreteras formaban parte de la ruta hacia Ularydh.
Luego de varios minutos, el convoy aparcó en el extremo sur de la ciudad.
Justo después de bajar del vehículo, Reydhelt estiró sus piernas. Notaba como en cada nueva parada del viaje le costaba más esa rutina. Mientras tanto, observaba como distintos coordinadores se agrupaban con Casey a un lado de la calle. Los soldados, en cambio, se juntaban con el capitán del otro lado. El resto se juntaba en el centro y empezaba a charlar de temas menos relevantes.
Un último grupo se acercaba al de los soldados. Por su aspecto y su dirección de ingreso Reydhelt asumió que eran viejos residentes de Blores que decidieron no huir.
De todos modos, Reydhelt aprovechó la conmoción para alejarse un poco. Con la ayuda de una falsa, y desenfrenada tos, terminó de abrirse paso entre la multitud. En cuanto tuvo oportunidad, entró en un pequeño edificio que se veía intacto y se sentó en las escaleras que conectaban los dos primeros pisos.
—¿Qué tal? Por fin logro toparme contigo.
Una voz ronca le llegó desde escalones superiores. Instintivamente, Reydhelt se levantó y se giró para reconocer a quien quería hablar con él. Era un sujeto con piel extremadamente pálida y sin brazo derecho; se trataba de Adolfo.
—Sigues viéndote como la mierda. Deberías seguir descansando.
Reydhelt respondió molesto por tratarse precisamente de él. Le quedaban aún malos recuerdos de la última vez que lo vio.
Ante eso Adolfo mostró una amplia sonrisa.
—A veces hay que priorizar la diversión por sobre la salud, ¿no crees?
—No, para nada.
—¿En serio? Parece que me llevé la intención equivocada de ti el otro día.
La situación era más que molesta. Reydhelt entendió que debía desviar el rumbo de la conversación.
—¿A esto te refieres con diversión?
—No, la diversión empieza ya mismo. Tenemos que esperar a que empiece la evacuación.
—¿Dices que te quedas a observar el enfrentamiento?
—De hecho, espero que lo veas conmigo.
Reydhelt sintió desconcierto al intuir que había sido emboscado. Eso y la forma en que hablaba Adolfo le otorgaban a este un aura siniestra.
—¿Qué.. qué esperas que pase?
—¿Huh? Pensé que te habían compartido la información que me extrajeron. Monopolizar el conocimiento podría resultar perjudicial.