Quiero Morir (si puedes, sálvame)

12. Audiencia Sombría

    A medida que se adentraba en la ciudad, las calles se tornaban más estrechas. Habiendo prevenido aquello, Casey se transportaba junto a dos soldados en un par de motos.

    El grupo que le habían designado se encontraba ya listo en las afueras de la ciudad, así que no estaba muy preocupada al respecto. Además, a cargo se había quedado el teniente Ortiz, un ejemplar soldado y de confianza para el capitán.

    Su mayor preocupación era la posibilidad de una derrota total en un enfrentamiento de frente con el enemigo. El capitán había sido astuto al dejarla al margen de esa decisión, ya que ella se hubiera opuesto rotundamente. Con la decisión tomada, Casey no tuvo más opción que cumplir con sus órdenes. La razón de que se movilizara hacia el frente de la batalla era la ausencia repentina de dos personas. No, no eran personas cualquiera; esos dos eran clave para la supervivencia a largo plazo del grupo.

    —¡Cuidado!

    De pronto, la tierra empezó a moverse bruscamente, indicativo de su cercanía al lugar del enfrentamiento. Casey tuvo que agarrarse a quien conducía su motocicleta. Los conductores, por su parte, redujeron la velocidad un poco.

    Tres cuadras más adelante, asomaban calles destrozadas por la batalla. Para no entrar en el centro del conflicto, dieron la vuelta a la manzana para integrarse por detrás de la sección de soldados humanos.

    Antes de llegar al mencionado lugar, Casey notó que algo andaba mal. No veía humano alguno en el sitio. Sin embargo, los ataques del enemigo no cesaban. Para Casey, solo podía significar una cosa.

    «Reydhelt.»

    Todo le daba a entender que se trataba de él. Entonces miró pausadamente a su alrededor y se fijó en la densidad de cadáveres humanos. No le resultaba fácil tratar vidas perdidas como meros números, pero las circunstancias requerían que actuara rápidamente.

    La conclusión después de observar fue que la mayoría de soldados se había retirado del lugar. Seguramente se habían dirigido con el capitán hacia la retaguardia. De ese modo se le ocurrió dar su siguiente orden.

    —Muchas gracias por el transporte. ¡Ahora, asegúrense de volver a salvo a la retaguardia!

    Atónitos y dudosos, los soldados asintieron y dieron media vuelta. Casey agradeció el haber escogido escoltas fáciles de convencer.

    A continuación arregló como mejor pudo su imagen y poco a poco se acercó a donde imaginaba estaría el ser conocido como Reydhelt. Con cada paso, su corazón latía con más fuerza. No podía evitar ese tipo de reacción ante el inminente peligro asociado a acercarse al lugar.

    Los disparos disminuían en frecuencia mientras Casey seguía avanzando, muy despacio. Aprovechaba cuando más sonaban las armas alienígenas para moverse ella. Después de varios minutos con el corazón a mil, las armas se dejaron de escuchar.

    Solo el viento y los pasos de Reydhelt distraían a Casey del ruido de su sistema circulatorio. Aunque quisiera haberse acostumbrado, quedarse a solas de esa manera con Reydhelt implicaba sufrimiento para ella. Era casi más terrorífico que morir, pero sobre todo era triste ver el estado en el que quedaba su amigo.

    Tras unos segundos de duda, se levantó con los brazos extendidos en horizontal y dirigió su mirada al ser al que tanto temía y al que tanto adoraba.

    —¡Mírate! ¡Estás en la mierda!

    Como primer punto de ataque, Casey escogió señalar el deplorable estado físico de aquel ser.

    —¿¡Pretendes quedarte ahí mirándome!?

    Procedió Casey a dar un paso; Reydhelt reaccionó inmediatamente. Antes de que ella se diera cuenta, la distancia entre ambos desapareció. Sentía su respiración y casi podía escuchar sus latidos. Podía ver también las heridas de su cuerpo. Y sobre todo, veía oscuridad.

    Una oscuridad sin precedentes emanaba de los ojos tristes de Reydhelt. Casey a punto de llorar, no podía ni hablar.

    De repente, se percató de que había otra razón para su falta de palabras. Con una mano, Reydhelt había levantado a Casey en el aire, intentando ahorcarla. Asustada, Casey se esforzó para mantener la calma. Elevó sus manos a la altura del rostro de su agresor. Luego, con  delicadeza, tocó sus mejillas.

    —Tranquilo, yo estoy aquí —las palabras de Casey provocaron un cambio en la mirada de Reydhelt, tanto como para que sus ojos se empezaran a humedecer—.

    —Tus sentimientos, yo los comprendo —el agarre alrededor de su cuello había cesado—. Te conozco como tú me conoces, por eso sé que puedes soportarlo. Permíteme compartir esto contigo. Permíteme cumplir mi promesa. A cambio, te prometo que todo saldrá bien.

    A primera vista, sus palabras habían sido efectivas. Reydhelt yacía de rodillas y llorando. Casey se sentía con confianza ya que el ritual avanzaba sin ningún inconveniente. Se tomó un respiro y, con un movimiento sutil, ofreció una mano a su amigo.

    —Toma mi mano si crees en mí.

    Por un momento, el chico dudó. Favorablemente la duda duró poco. Segundos después Reydhelt cayó en los brazos abiertos de Casey.

    No era un abrazo cómodo para Casey. Pero era más que la sensación física o el olor a sangre. Abrazando a Reydhelt sentía una angustia que se hacía más profunda cada vez. Era un sentimiento ajeno que tenía que asimilar. Pero era tanto que su cuerpo llegaba a temblar involuntariamente. Pensaba entonces ella en los mejores momentos de su vida para apaciguar el dolor. Poco a poco la sensación disminuía y podía enfocarse más en el mundo a su alrededor.

    Los dos muchachos permanecieron abrazados por varios minutos, hasta que Casey, entendiendo que debían regresar con el resto, terminó forzadamente el abrazo.

    —Vamos.

    Con tono consolador le indicó a Reydhelt lo que creía debían hacer. Se acercó a él y le acomodó un brazo sobre ella para ayudarle a caminar.




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