Casey se dirigía a reunirse con el capitán Abrego y compañía. Siendo ya la tercera vez que recorría ese camino, podía estimar que le quedaban aún alrededor de tres minutos para llegar a su destino.
Su situación solo podía describirse como incómoda. Esto porque en el mismo vehículo que ella estaban Adolfo y Reydhelt.
—Dime, mujer. ¿Tú sabes, verdad?
Todo el viaje, ese tema fue el único en ser tocado. No, incluso antes de subir al automóvil Adolfo empezó a insistir. Al principio el intercambio entre los dos chicos le pareció incluso gracioso, pero a medida que avanzaba la charla, aumentó la tensión hasta el punto en que el manco recurrió a redirigir sus cuestionamientos sobre Casey, quien hasta entonces se había dedicado a conducir sin decir nada. Por supuesto, Casey respetaba lo suficiente el secretismo de Reydhelt como para contar lo que sabía al primero en preguntar con insistencia. Por ello no emitió comentario alguno.
—En algún momento terminaré descubriéndolo . Eso lo saben. No entiendo por qué pretenden reservar tal información de esa manera. A menos que no te importe dejar morir a todos los demás, así como dejaste morir a Rodrigo.
Ante el silencio que la joven chica usó como respuesta, Adolfo contraatacó con feroces palabras. Sin reparo alguno volvió la atención de los tres al resultado que la duda de Reydhelt había producido esa tarde en la que volvió el infierno a la tierra. A pesar de que Casey no podía apartar su mirada de enfrente, estaba segura que a Reydhelt le había sentado fatal lo que acababa de escuchar.
—Estás entendiendo mal esa parte —la voz de Reydhelt confirmó lo que Casey había imaginado.
—¿Huh? Explícate —pidió Adolfo.
—La espera sí fue por miedo. Pero no por que se pudieran enterar, sino por lo que podía ocurrir si actuaba a destiempo. ¿Te das cuenta de cómo acabó la batalla de la que acabo de salir?
Con un tono de voz más calmo, Reydhelt usó una pregunta retórica para destacar la situación en su último campo de batalla. Todos estaban muertos. Como se esperaba, Adolfo esperó a que Reydhelt siguiese con su explicación.
—No podía permitir que pasara algo similar en esa colina. No quería que terminaran muertos por mi propia mano. esa es la naturaleza de mi secreto. Pero como tú dices, en esta situación va a ser imposible no exponerlo.
—¿Estás jodiéndome? ¿Esperas que deje de insistir después de eso?.
Cada vez que Adolfo hablaba, sorprendía a Casey y a Reydhelt por su falta de consideración. Era como si no tuviese empatía alguna.
—Parece que esta vez te vas a salvar. Después te sacaré más información, no lo dudes.
Adolfo hizo referencia a que habían llegado ya a su destino. Al pronunciar las últimas sílabas de su aviso, las calles volvían a ensancharse. Justo después, Casey vio en frente suyo un grupo de vehículos estacionados. De prisa y sin mucha precisión, aparcó el automóvil que ella conducía detrás del resto.
Pudo entonces mirar a sus compañeros con algo de calma al fin. Incluso desde lejos estaba claro que la batalla había terminado hacía ya varios minutos. Adolfo miraba el escenario a través de una ventana; su pálido rostro mostraba seriedad y concentración en el asunto. Por su parte, Reydhelt salió del vehículo mirando al suelo y con angustia claramente marcada en su cara.
—Reydhelt, mírame —Casey esperó a que el chico la mirase a sus verdes ojos—. Ya hemos hablado de esto, pero no está de más repetirlo. No es responsabilidad tuya la muerte de quienes te rodean. Estamos en guerra, después de todo.
—Gracias.
Con una amarga sonrisa, Reydhelt aceptó las palabras de Casey. Mientras, Adolfo miraba extrañado. Seguramente a alguien como él le costase comprender ese nivel de comprensión y confianza, pensó Casey.
Acto seguido, los tres avanzaron hacia el origen de las voces y los lamentos que podían escuchar desde donde se estacionaron.
La escena que se encontraron era la miseria absoluta. Heridos y muertos decoraban el suelo, mientras los que se encontraban bien se esforzaban en buscar a sus seres queridos. Con mucha frecuencia, estos detenían su búsqueda para lamentar alguna muerte o brindar apoyo anímico a otros sobrevivientes.
«Por lo menos no están todos muertos.»
Según lo que podía ver, al menos el cincuenta por ciento de los pobladores de Puerto oculto habían sobrevivido en buenas condiciones. En una situación en la que su retaguardia fue atacada, era casi un milagro.
«¿Cómo logramos esto siquiera?»
A pesar de ese sentimiento de logro, la muerte esperaba cerca. Por lo tanto, Casey debía plantearse un objetivo simple pero difícil de completar. A pesar de conocer a los muertos y a quienes estaban agonizando, tenía que pensar en términos generales. Para ella, las personas tenían que ser sólo números. De esa manera lograría analizar los problemas de forma objetiva y podría pensar en cómo solucionarlos.
—Señorita Lietner, nos complace verla por aquí. Acompáñeme para reunirnos con el capitán, por favor.
De pronto se acercó a Casey un soldado. Según podía recordar, su nombre era Isaac Paz y disponía de buena confianza por parte del capitán. Con una breve seña, Casey dio a entender que le haría caso.
—Lo siento, el capitán la pidió solo a usted.
Después de que Casey acordara ir con Isaac, habían empezado a caminar hacia el centro de mando provisional. Junto a ellos caminaba Reydhelt. Al percatarse de eso, Isaac rechazó la idea con inseguridad en su voz.
Sintiendo un leve sinsabor, Casey aceptó sin reclamo alguno la condición y siguió sola a Isaac Paz. Lo que le molestaba era que, precisamente por lo crítica que era la situación, necesitaban discutir cómo usar a partir de entonces a Reydhelt. Por tanto le costaba conceder que Reydhelt en cuestión no formase parte de las reuniones ejecutivas de Puerto Oculto. Sin lugar a dudas, tenía que sacar ese tema a colación en cuanto tuviese la posibilidad.