Lo ocurrido tenía que quedar atrás; lo importante era lo que sucedería a partir de entonces. Con esa consigna había terminado la cumbre del comando de Puerto Oculto. Antes se habían tomado varias decisiones, en las que a Casey le molestaban sobre todo dos.
En primer lugar, debido a la cantidad de heridos se acordó detener el avance del convoy. El principal problema de Casey con esa resolución era el tiempo que podían sobrevivir. Hasta entonces los enemigos solo habían enviado pequeños pelotones. Si llegase una gran sección invasora, estarían perdidos. El ignorar esa realidad era indicativo de que los dirigentes no tenían muchas esperanzas en sobrevivir; pensaban jugársela a todo o nada. Ante el reclamo de Casey, se ordenó preparar emboscadas a través de un pelotón liderado por Thomas Kronen. Esto, temía Casey, iba a ser inútil.
La segunda fuente de inquietud para Casey era la decisión de dividir a la población entera en grupos, para tomar caminos separados en caso de una retirada forzada.
Esa forma de pensar le molestaba bastante. Se estaba dejando de creer en la posibilidad de salvar a todos. En cambio, se asumía como un buen resultado salvar al menos a una persona.
—¿En qué estás pensando?
Una voz madura y con tono perspicaz hizo que volteara su mirada. Reconoció de inmediato a su tío, Lucio Abrego, que parecía haber notado su descontento.
—Será mejor que no calles nada.
Sin demora alguna, el capitán habló con frontalidad y esperó reciprocidad.
—Me parece que deberíamos actuar de forma menos conservadora.
Al escuchar a Casey, el capitán arqueó una ceja, dando a notar su interés en lo que ella tenía que decir.
—¿Qué pretendes en concreto?
—Me parece que debemos explotar todas nuestros recursos. Principalmente, usar a Reydhelt a nuestro favor.
Bajo la presión de su tío, Casey terminó de soltar lo que pensaba. Solo esperaba que su superior entendiese la intención de sus palabras.
—¿Incluso si ello implica lo peor para los que más quieres?
—Incluso así. Llegados a este punto, siento que todas las vidas a mi alrededor valen lo mismo. Lo demás solo es un incentivo extra.
Las palabras pasaron con dificultad a través de su garganta. Pero eran las palabras que ella creía que se necesitaban. Después de todo, esa era la naturaleza de la promesa que se hizo a ella misma.
Apostar siempre por salvar la mayor cantidad de vidas posible.
Ante lo dicho por Casey, el capitán empezó a caminar con las manos en su espalda y la mirada en el horizonte. Casey esperaba expectante.
—Después de todo, has crecido...
—Así es.
—Lamentablemente las decisiones pertinentes ya fueron tomadas. Así que si quieres hacer algo al respecto, eso harás.
—Creo que no comprendo...
A partir de ahora no se te asignará ninguna otra tarea. Me encargaré de que dispongas de tiempo y recursos. Tú a cambio, lleva a cabo tu idea.
«¿Qué ha dicho?»
Una mezcla de sentimientos se formó dentro de la chica de ojos verdes. Sentía cierta alegría porque su reclamos diera frutos, pero más que nada se encontraba sorprendida por el proceder de su superior. Ante la atónita Casey, el capitán sonreía como pocas veces había visto ella.
—Eso sería todo. Si no tienes más que decir, es mejor que empieces a trabajar.
—S... sí, señor.
Algo aturdida, Casey saludó al capitán y dio media vuelta. Empezó a caminar sin tener del todo claro a dónde debía ir.
—Una última cosa —el capitán volvió a hablar, por lo que Casey volvió a encararlo—. Confío en ti.
Con firmeza y fuerza en sus palabras, el capitán le mostró su apoyo. Ante aquello el rostro de Casey se sentía tan caliente que casi podía sentir lágrimas formándose en sus ojos. Así de fuerte sentía el cariño de su tío.
«No, no es eso.»
Con seguridad, lo que acababa de hacer Lucio Abrego no venía desde un cariño familiar. De verdad apostaba por ella. Después de tanto esfuerzo, por fin se podía sentir respetada por su forma de ser.
Un momento que tanto había anhelado llegó en circunstancias desastrosas. No se podía permitir el lujo de celebrarlo con lágrimas.
«No puedo defraudarle. No puedo fallarles.»
Tragándose sus sentimientos y determinada a salvar a todos, Casey se movió con prisa en busca de Reydhelt.
«¿En verdad piensa mostrarme? ¿Por qué el cambio tan repentino?»
Adolfo se encontraba sin saber qué pensar mientras se alejaba del centro de operaciones de Puerto Oculto. De pronto Reydhelt aceptó contarle su secreto, lo cual debía entusiasmarle, pero no podía evitar sospechar. En el peor de los casos Reydhelt podía intentar deshacerse de él.
Tampoco podía hacer mucho para defenderse. No solo le faltaba un brazo, sino que su organismo no se recuperaba aún por la pérdida de sangre. ¿Qué alternativas tenía? ¿Esperar a ser atacado? Necesitaba hacer algo; necesitaba refuerzos.
Lo más difícil era disimular perfectamente. Dejar entender que quería contactar con alguien podía ser conflictivo después si en realidad no había malas intenciones de parte de Reydhelt. Por ello, necesitaba la ayuda de alguien a quien conociera lo suficiente.
La primera opción en su cabeza era la rubia de apellido Lietner, pero lamentablemente no parecía estar cerca. No le quedaba más opción que buscar en sus alrededores aquel apoyo que quería. Entre las opciones disponibles no podía reconocer aun ni a la mitad. Fernández, Guerrero, Parcel, Pérez. Todos nombres poco relevantes.
«Un momento... creo que puede funcionar.»
Según podía recordar, la gente comentaba que la relación entre Jaque Parcel y Reydhelt era más cercana de lo que querían aparentar. En el aprieto en el que Adolfo se encontraba, ella representaba su mejor oportunidad.