En medio de una oscuridad horripilante Adolfo recuperó el conocimiento. Enseguida sus instintos activaron sus nervios para que se moviera, pero nada similar sucedió. Por alguna razón no era capaz de conectar con sus sentidos, por lo que no tenía idea de lo que sucedía alrededor suyo.
Había escuchado de personas que al despertar de noche, se sentían incapaces de moverse, pero bajo su percepción lo que le pasaba era algo diferente, mucho peor.
Debido a la falta de información, Adolfo no sabía si sentir miedo o no. No sabía quién era culpable de su situación. No sabía que tanto tiempo llevaba así. No sabía siquiera qué hora del día era. En definitiva, no sabía nada.
Una situación así era mucho más que molesta. Se sentía expuesto, ultrajado, ansioso. Cuanto más pensaba en la forma en la que habían despreciado sus derechos más sentimientos corrompían su línea de pensamiento. Pero él sabía que eso debía parar allí mismo. A pesar de que le costaba recordar un tiempo en que no usase la información de sus alrededores para salir de cualquier complicación, esa manera de atacar los problemas no le servía de nada en ese entonces.
Aunque fuera una sola vez, tenía que volver a hacer las cosas como las hacía hasta el día en el que decidió cambiar. Para ello, debía recordar la triste realidad que llevó a tomar esa decisión en su momento.
Fue seis años atrás que fue avisado que una persona cercana a él se había quitado la vida. En realidad él no recordaba haber interactuado mucho con ella, pero a sus oídos llegaron rumores indicando la posibilidad de que él fuera parte de la motivación de que aquella chica tomara esa decisión.
Ante aquello no pudo quedarse tranquilo, por lo que usó parte de su tiempo en investigar el asunto. No tardó mucho en darse cuenta de lo fácil que era darse cuenta de las intenciones de su compañera. No solo después de lo sucedido, sino meses antes.
Enterarse así de aquello le dejó un abundante desprecio hacia sí mismo. Con ese sentimiento aún ardiendo decidió analizar el paso de su vida para encontrar más razones para alimentar su odio. Al final de ese proceso tenía claro que no quería volver a saber nada de la persona llamada Adolfo Cedeño.
La resolución de Adolfo lo llevó a una vida de frustraciones durante un año en el que buscó sistemáticamente mejorar su capacidad para interpretar su entorno. Claro que, al poner tanto empeño en ello, otras facetas de su vida se vieron afectadas considerablemente. Aun así, al final logró lo que buscaba.
Con sus nuevas habilidades, incluso en uno de los peores tiempos para la humanidad supo salir adelante. Cuando llegó el armisticio consiguió incluso una posición acomodada en la ciudad en la que decidió residir. Para su mala suerte, eso le hizo blanco prioritario en el momento en que los invasores reiniciaron el asalto sin previo aviso.
Encerrado junto a otros altos mandos, pudo observar con atención los movimientos del enemigo. Cada día en ese lugar aprendía más sobre ellos. Sus expresiones, sus gestos, sus rutinas. Sin ese conocimiento no hubiera podido liderar a su grupo cuando fueron liberados. La realidad era que, en todas las condiciones en las que se había encontrado, analizar la mayor cantidad de variables le ofreció una ventaja determinante.
Por todo ello, trabajar en la situación en la que se encontraba era lo peor. Lo que debía hacer no estaba claro, pero si no podía conseguir información externa, al menos debía recuperar el control de su cuerpo y sus sentidos. Tenía que convencerse de ello.
Si debía pensar en qué debía recuperar primero, eso tenían que ser sus manos. Para interactuar con las mayores fuentes de información, siempre necesitó sus hábiles manos. Incluso al practicar diferentes expresiones faciales frente a un espejo, con sus dedos se ayudaba a memorizar la posición de cada músculo de su cara. Por ello, podía recordar también la forma de sus dedos, la presión sanguínea fluyendo a través de ellos, cada lunar, cada peculiaridad.
No tardó mucho en tener una imagen clara de su rostro y sus manos. Junto a esa imagen, casi podía sentir dichas partes de su cuerpo. La continuación natural a ese proceso era generar una conexión coherente entre esas zonas. Entonces, Adolfo recordó vivamente una realidad que había estado apartando. Sin ser su intención todo lo que podía sentir era un dolor inmenso que se propagaba desde su hombro derecho. Después de todo, era un hecho reciente que le habían arrancado su brazo.
Podía revivir con detalle cómo su cuerpo entero sufría, se retorcía por el impacto y la pérdida de sangre. Era una manera cruel y desafortunada, pero iba en buen camino a reconstruir su imagen mental de su cuerpo. Solo tenía que sufrir como hacía mucho tiempo. Era el castigo por perder la capacidad para interpretar su entorno, aunque no fuera enteramente su culpa.
En medio del dolor, es más fácil encontrar culpables. Sin embargo, para Adolfo era evidente incluso sin tal dolor el origen de su desgracia. Tanto la pérdida de su brazo como el perder sus sentidos era claramente la existencia de Reydhelt Egan. Tanto por actuar como por dejar de hacer, ese tipo parecía causar problemas donde quiera que fuese. Si Adolfo se planteara ser un buen ciudadano, en su lista de prioridades estaría mantener a raya a ese sujeto. Por lo tanto, con su imagen mental casi reconstruida, Adolfo tenía claro lo que hacer apenas escapara de esa pesadilla. Después de todo, se liberaría sí o sí de la trampa de Reydhelt.
Adolfo llevaba más de un minuto en el suelo, y no había signos de avance evidente. Estaba totalmente inconsciente. Mientras tanto, Reydhelt estaba sentado cerca al caído, observándolo con cara de impaciencia.