La noche estaba por caer, y con ella la temperatura. Desde lejos, Adolfo veía como en el sur de Blores se empezaban a distribuir los alimentos y, alrededor de varias fogatas esperaba la gente sentada en el suelo para recibirlos. Con solo ver esa imagen Adolfo ya podía sentir algo de calor.
Aunque los olores no debían llegarle hasta donde él estaba, el organismo de Adolfo le hacía creer que sí. La sensación de hambre era tan intensa que se vio obligado a levantarse de donde estaba. Una vez de pie se sacudió los pantalones, puso su espalda recta y...
—¡Te tengo desgraciado!
Sin previo aviso, un objeto férreo se postró sobre su cuello. Pudo enseguida sentir un filo, por lo que instintivamente levantó su mano sobre su cabeza. Acto seguido, una ronca voz pudo escucharse.
—Dime donde están las provisiones o te corto el cuello.
—¡Espera, creo que te estás confundiendo!
El tono de su asaltante era el de alguien enojado. Debido a ello era esperable que mostrara un comportamiento errático. Teniendo sus dos brazos, Adolfo no hubiera dudado en intentar un contraataque. Sin embargo, la situación no se lo permitía, por lo que debía mantener la calma y hacer entrar en razón a quien tenía detrás.
—No te hagas el tonto. ¡Ponte de rodillas!
Siguiendo su propia lógica, Adolfo no tardó en acercarse al suelo, pero no sin aprovechar la oportunidad para hablar con precaución.
—No pretenderás matarme sin siquiera ver mi rostro, ¿no?
Adolfo esperó que la respuesta fuera negativa, solo buscaba ganar tiempo para pensar. Sin embargo, antes que una contestación lo que escuchó fue un silbato. Un ruido bastante molesto estando tan cerca de su origen, pero parecía ser suficientemente intenso como para llegar al campamento en Blores.
—No será tan fácil para ti.
—¿Qué quieres de...
—¡Quédate quieto!
Tras unos segundos de discusión con sus asaltantes, Adolfo empezó a escuchar a alguien caminando sobre la vegetación. La frecuencia del crujir de las ramas indicaba que la persona en cuestión se acercaba con prisa.
—Tú, mira lo que me encontré. Ayúdame a revisarlo.
La primera persona en emboscarlo no tardó en hablarle a la segunda. Acto seguido una luz se asomó en el campo de visión de Adolfo antes de deslumbrarlo por completo. Ante eso su cuerpo le pedía cerrar los ojos y clavar su cabeza en el suelo. Sin embargo, no podía permitirse aquello, por lo que soportando un dolor inmenso empezó a parpadear rápido para recuperar poco a poco su visión lo más rápido posible.
—No te quedes quieto, mira si no esconde algún arma.
—Es que...
—¡Apura!
Mientras el lienzo en blanco que veía Adolfo se llenaba de manchas de colores, sus retenedores discutían, claramente acerca de qué hacer con él.
—Bueno, pero asegúrate de que no intente nada.
El sujeto que estaba detrás de Adolfo empezó a aproximarse con cautela. En poco tiempo se ubicó frente a él y Adolfo podía ver ya su silueta.
Unos pestañeos más adelante su visión funcionaba casi al completo. Podía ver al menos que los sujetos eran un poco más jóvenes que él.
—¿A ti también te suena?
—Pues sí...
Otro pestañeo después, podía ver claramente los rostros de aquellos molestos tipos.
No eran ningunos desconocidos. Adolfo los relacionó enseguida con los eventos en la colina oeste de Puerto Oculto. Lastimosamente no había tenido suficiente tiempo para averiguar nada de ellos. Ni siquiera tenía alguna pista sobre sus nombres.
Frente a él, los dos sujetos parecían aún más perdidos.
—Soy Adolfo. Nos conocimos de mala manera hace algunos días.
Intentando retomar el control, Adolfo les extendió su mano. Ante esa invitación, los dos jóvenes se miraron. El que tenía apariencia de ser más amable fue el primero en asentir con su cabeza.
—Fíjate en su hombro derecho.
—Ah, pues sí es cierto. Adolfo... Yo soy Pedro.
—Y yo Marcelo.
Manteniendo la distancia física, el segundo sujeto se presentó con una severa frustración presente en su voz.
—¿Puedo preguntar que pasa? ¿Por qué tanto recelo?
Estaba claro que algo fuera de lo normal estaba sucediendo. Ante aquello, Adolfo no podía quedarse con la intriga.
—¿Le decimos?
—Ya escuchó sobre los suministros, así que no le costaría mucho averiguar.
—Bueno, ya te lo estarás imaginando pero una gran porción de nuestros suministros han desaparecido. Al parecer no hay ninguna prueba, por lo que varios grupos hemos sido enviados a estudiar la zona —con mucha paciencia Pedro contó lo sucedido—.
—¿Qué tanto es una gran porción?
Ante la pregunta de Adolfo, Marcelo y Pedro intercambiaron miradas brevemente, para que luego Pedro procediera a responder.
—La verdad es que solo nos dijeron que, por factores desconocidos, perdimos una parte de los suministros. No nos dijeron nada de cantidades.
«No es extraño, viniendo del capitán.»
—Sin embargo—continuó Marcelo—, los rumores apuntan a que ya no alcanzan para terminar el viaje, aun teniendo en cuenta las bajas que sufrimos.
Ante la situación que acababa de escuchar, Adolfo no estaba seguro si debía hablar mucho más. Era sin lugar a dudas una situación lo suficientemente apremiante como para volver violenta a la gente.
Estrictamente hablando, él también debía estar nervioso. Una afectación tan grave lo notaría él mismo más temprano que tarde, ya que él por sí solo no era capaz de sobrevivir.
«Mejor prevenir que lamentar.»
—¿Están seguros que el culpable es enteramente un agente externo?
Ante la pregunta de Adolfo, los sujetos frente a él lucían confundidos y preocupados.