A medida que se encontraba más al sur, las tardes se sentían más frías para Franklin. Tampoco es que hubiera recorrido gran distancia, por lo que el cambio de temperatura seguramente estaba influenciado por el cercano cambio de estación.
Otro cambio notorio en el ambiente era el menor nivel de desarrollo de las ciudades y los pueblos a medida que se alejaba de Ularydh. Las ruinas de las ciudades que otrora existieron eran más y más relevantes para la organización de las comunidades asentadas en los distintos pueblos.
«Por fin, otra pista.»
En un extremo del pueblo en el que se encontraba, Franklin notó una cantidad anormal de gente vestida con ropajes extraños en blanco y negro. Todos parecían estar ocupados en lo suyo, pero estaban todos muy juntos. Era un patrón que ya había visto en otros lugares, así que era normal asumir que se trataba de gente relacionada a la *Mano Oscura*.
Para curarse en salud, siguió de largo como si no se hubiera percatado de nada. En realidad, observó de reojo lo mejor que pudo la situación.
Pudo darse cuenta de que las personas sospechosas rodeaban una construcción en particular. No era muy loco pensar que alguno de ellos estuvieran dentro haciendo algo. Lamentablemente no podía acercarse a averiguar el qué, ya que podría resultar fatal.
Una vez el camino por el que andaba parecía terminar, siguió caminando hasta estar apenas dentro del bosque. Allí buscó un árbol que le pudiera proteger de la lluvia y empezó a desempacar su maltratada mochila donde guardaba, entre otras cosas, material para dormir a la intemperie. Solo su torpeza con su reciente mano hecha de metal impidió que trabajara tan rápido como hubiera querido.
La prótesis no era de las mejores, por lo que no solo tenía que lidiar con el dolor natural por lo sucedido. Tampoco es como si pudiera reclamar por los defectos del dispositivo ya que lo pagó con un préstamo que nunca pagó.
En todo caso, pudo preparar su lugar para dormir en el bosque al sur de aquel triste pueblo. Ello significaba que podía vigilar lo que sucedía en el lugar rodeado de gente extraña, siempre que pudiera mantenerse despierto suficiente tiempo.
El poder es la primera fuente de felicidad. Esa frase era lo único que le dejó a Ignacio su padre al morir. Aún así era un gran tesoro. Gracias a ello pudo entender porqué su vida se había ido a pique: los poderosos siempre quieren más poder.
No importaba si se trataba de empresarios mineros, de gobernantes o de invasores. No importaba si eran humanos o extraterrestres. Todos compartían ese deseo incontrolable de obtener más. Era tonto pensar que se podía combatir aquello.
Necesitaba su propio pedazo de poder. Por eso Ignacio se unió a *El Corazón* en cuanto pudo. Tenía claro que los que lideraban el movimiento tenían la ambición y el poder necesarios para tomarse el mundo en el estado deplorable en el que se encontraba.
Bajo esas circunstancias él y sus compañeros se encontraban ayudando con una investigación que debería permitir a sus superiores compartir su poder. Al menos esa era la promesa. Por ello podían aguantar si sentían un poco de frío o si sus estómagos rugían por falta de alimentos. Después de todo, en el mundo que se aproximaba esas podían llegar a ser preocupaciones menores.
El único problema que tenía con ese nivel de sacrificio era que de momento estaba siendo en vano. Tras horas moviendo todo de arriba para abajo, no habían encontrado ninguna pista sólida. Era como si lo que buscaban nunca hubiera estado allí.
Ante tal inconveniente de escala inasumible por el grupo, decidieron retirarse para reponer fuerzas y suministros.
El poblado más cercano donde podrían conversar con sus superiores estaba a unos veinticinco kilómetros. En ese caso tendrían que caminar por al menos cinco horas. Estando la noche cerca no era buena idea realizar tal viaje. Por lo tanto pararían en un pueblo que, a diferencia de donde se encontraban entonces, pudiera alojarles y protegerles durante esa noche.
—Compañero, ¿podrías compartirme un poco de agua?
De pronto, su compañero Guillermo se acercó a pedirle algo de beber. Dado que aún no empezaban el trayecto, era raro que ya se hubiera acabado el líquido que llevaba consigo. Probablemente venía de las regiones más húmedas más al norte, por lo que en cierta medida entendía que no estuviese preparado para ese tipo de misión.
—Ehm... Claro, toma.
Dudando un poco, Ignacio le pasó su cantimplora a su compañero. Por más excusas que tuviera, frente a sus ojos estaba una persona débil. No solo eso, sino que no tenía perspectivas de mejora. Bajo ese criterio nadie debería molestarse en salvarlo. Sin embargo, Ignacio lo hizo. Tal vez eso mostraba su propia debilidad. Si quería cambiar de verdad debía prepararse para decir que no para la siguiente ocasión.
—Muchas gracias, compañero.
—Bueno, pero mentalízate en no necesitar más durante las próximas horas.
Su compañero no tardó mucho en devolverle su recipiente de agua, así que Ignacio se conformó con una pequeña reprimenda mezclada con un consejo. Luego, verificó que aun le quedaba un cuarto de líquido en su cantimplora.
«¿Eh?»
Aunque solo quiso revisar el nivel del agua, notó algo peculiar. Algo estaba adherido a la parte inferior de su envase. Enseguida lo retiró de allí y pudo comprobar que sus ojos no le mentían; alguien había insertado un dardo en su cantimplora.
—Ignaci...
De repente, Guillermo intentó decirle algo. Posterior a fracasar en el intento se desplomó en el suelo, consiguiendo apenas frenar su propia caída.
En ese momento todos sus compañeros alrededor pusieron su atención en Guillermo e Ignacio. Este último notó enseguida la naturaleza de esas ojeadas. Eran sobre todo miradas reprochadoras hacia Ignacio.