Con un dolor de piernas insufrible y sintiendo como el sol pegaba más fuerte cada vez, Franklin decidió que era un buen momento para descansar. Gracias a un intenso ritmo de transporte, y que consiguió un autoestop por parte de una pareja mayor, pudo llegar a Jila, una pequeña ciudad ubicada un poco al sur de Ularydh.
Pudo vender enseguida parte de la mercancía que había obtenido en su último encuentro con Mano Oscura, así que tenía una buena cantidad de papel moneda que podía utilizar en Jila y sus ciudades vecinas. Lo primero que hizo con ese dinero fue comprar algo de comida, la cual procedió a consumir mientras buscaba por la ciudad un taller en el que pudieran arreglar su mano biónica.
Algo que también hizo en los locales que visitó fue preguntar por una mujer acompañada por dos niños con las características de Sofía, Anthony y Samantha. Como ya se esperaba, no tuvo suerte alguna con eso.
En medio de una plaza encontró por fin una banca desocupada y en buenas condiciones. Con pesar por estar consumiendo valioso tiempo, se echó sobre el largo asiento con su mirada hacia el oscuro cielo que le protegía de la radiación solar.
Pensando en si sería buena idea dormir, concluyó que tenía que comprar también algún dispositivo para controlar sus horas de sueño. Ya en los tiempos de antes de la guerra le costaba despertarse a tiempo. Por lo tanto, siendo que su vida se había vuelto más ajetreada, era indispensable para él poder dormir solo lo necesario.
Habiendo pasado unos minutos, Franklin decidió levantarse para continuar con su búsqueda múltiple, no fuera a quedarse dormido sin querer. Sin embargo, luego de poner un pie en el suelo su mundo se estremeció y dio vueltas. Cuando todo se estabilizó pudo darse cuenta de que estaba de cara al suelo.
Sus extremidades dolían, pero no podía quedarse quieto. Algo había causado tal agitación; necesitaba saber qué era.
Mientras empezaba a moverse por la plaza miraba hacia arriba. Si el origen del estremecimiento había sido una explosión, no le debía ser difícil encontrar algún rastro de ella en el cielo.
—¡Todos a cubierto, con su identificación en mano!
En poco tiempo un hombre mayor se acercó al centro de la plaza. Aparentaba estar nervioso, mirando a todos lados, y con una mano sostenía una pistola, por lo que se podía asumir que tenía alguna relación con el ejército. Con su otra mano, en cambio, abrió lo que parecía ser una compuerta secreta en la base del monumento alrededor del cual se construyó la plaza.
Luego, el sujeto se quedó de pie al lado de la entrada. En cuanto llegaron más personas, quien había asumido el rol de guardia revisaba los carnés que portaban quienes querían entrar. Por lo que Franklin alcanzaba a ver todos los documentos eran los emitidos por Ularydh.
Todo apuntaba a que era una forma de escape o refugio. Aunque no estaba en sus cálculos refugiarse, tampoco podía permitírselo.
—Mamá, ¿qué es eso?
De pronto, un niño que estaba por entrar al orificio en el suelo señaló al cielo. Todos en el área siguieron la trayectoria de su dedo, incluyendo Franklin. Aunque se había distraído, gracias al aviso de aquel crío pudo detectar rápidamente una humareda en formación.
El origen de aquel humo parecía venir de la zona noroeste de la ciudad. Apenas hizo ese cálculo, Franklin empezó a con ímpetu, pero guardando energías para lo que podría podría suceder luego.
Mientras recorría calles que desconocía veía gente moviéndose en grupos y en la dirección contraria a la de él. Se entendía pues que el peligro estaba donde Franklin quería ir. Tal vez no debía llegar al fondo del asunto, pero sentía que debía acercarse más.
La ciudad se volvía mejor mantenida por donde recorría, y los edificios de la zona le impedían mantener la referencia del lugar al que quería llegar. Sin embargo, gracias a las personas que se movían queriendo ponerse a salvo él podía aproximar la ubicación de su destino.
Unos manzanas más adelante la iluminación cambió tanto que sus ojos perdieron el enfoque. Lo que vio cuando recuperó su visión de calidad fue un gran fuego. Este salía por puertas y ventanas de un edificio de dos plantas que a su lado tenía otros inmuebles que ya se empezaban a chamuscar.
Uno no esperaría que frente a semejante escena hubiera alguien que no fuera de un cuerpo de bomberos. Sin embargo, Franklin se encontró con un grupo de sujetos de brazos cruzados.
Mirando con atención a la vez que mantenía una distancia considerable, pudo contar a cuatro personas. No parecían tener ninguna prisa por huir o por entrar al edificio. Estaban claramente esperando que pasara algo.
De pronto, uno de los individuos empezó a mirar a sus alrededores, y antes de que Franklin reaccionara apropiadamente sus miradas se cruzaron. Instintivamente, Franklin se escondió en una esquina en donde no debían poder verle.
No sabía si se iban a acercar a él, pero enseguida se empezó a preparar par un posible enfrentamiento. Empezó a maldecir mentalmente a su mano artificial, pues era evidente que le estaba causando ser mucho más lento.
Asomó una vez más por la esquina por la que acababa de girar. Dos hombres se acercaban y no lucían nada contentos. El enfrentamiento era inevitable.
La situación de Sofía era crítica. El calor era extremo y empezaba a sentir los estragos implícitos de inhalar una gran cantidad de humo. Esperaba que su hermano menor no lo estuviera pasando tan mal, pero teniendo en cuenta que sus pulmones eran más pequeños, no podía ser muy positiva al respecto.
Para evitar daños permanentes en la salud de ambos tenían que salir lo más rápido posible.