Quiero Morir (si puedes, sálvame)

23. Hallazgo Patético

 

    «Son muy rápidos.»

    La intención de Franklin pasaba por aumentar la distancia entre él y sus perseguidores. Pero por más que quisiera, el espacio entre ellos no aumentaba, sino que disminuía.

    A diferencia de los que había neutralizado recientemente, estos enemigos parecían ser más que capaces.

    Antes del debido choque, comprobó una última vez sus alrededores. Sabía que el entorno podía otorgar diferencias decisivas. Esa lección no podía olvidarla ni a las malas.

    «¿Espera, qué?»

    Por un instante, en una intersección de dos calles de la ciudad, creyó haber visto algo que podía ser muy molesto. No tenía tiempo para verificar, así que unos pasos más adelante dio media vuelta a toda velocidad, llegando a deslizarse sobre el suelo.

    En un parpadeo tenía frente a él a sus enemigos. Quería mantener los apenas diez metros de margen que tenía, así que lanzó frente a él un montón de clavos que había preparado con antelación. No eran clavos normales, puesto que estaban fabricados y modificados para que fuera mucho más probable que cayeran apuntando hacia arriba.

    Gracias a eso, una alfombra de peligro separaba a Reydhelt de sus acosadores por un momento, y le permitía prepararse para un posible ataque.

    —¿Por qué tanto entusiasmo?

    Mientras preparaba un cuchillo les daba una última oportunidad al diálogo.

    —¿No es imprudente que dejemos que se queme ese edificio?

    —¿Te quedan a ti ganas después del revuelo que armaste en Ularydh? Es un milagro que sigas vivo.

    De alguna forma habían obtenido información de él y de su aspecto. Por lo que habían dicho podía sacar tres importantes conclusiones. Primero, no había trascendido aún lo acontecido la noche anterior. Segundo, había conseguido que pusieran ojos sobre él, por lo que ya no podía pasar tan desapercibido. Por último, los hombres frente a él eran sin dudas, los enemigos que buscaba. Además, la probabilidad de que estos sí tuvieran información valiosa era alta. Si se le presentaba la oportunidad, debía dejar a uno con vida.

    Sin mediar una palabra más, Franklin sacó de uno de sus bolsillos una cuerda y la amarró a uno de los extremos del arma blanca que tenía ya en su mano derecha. Acto seguido, empezó a dibujar círculos sobre su cabeza con el arma que acababa de componer.

    —Pensé que quería hablar, pero al final no eres más que un simple animal, ¿me equivoco?

    —¡Cierra la boca!

    Con su paciencia agotada, Franklin apuró su acometida. En un instante generó una pequeña irregularidad en el giro de su arma e inmediatamente lanzó el cuchillo hacia la cara de uno de sus enemigos. Acto seguido recuperó su arma y la volvió a hacer girar.

    —¡Mierda!

    Sus adversarios vieron venir el ataque e intentaron apartarse. Sin embargo, la singularidad y la violencia introducidas al movimiento hicieron que uno de los dos tipos no pudiera salir ileso. Con un corte ligero en la punta de su nariz, el sujeto herido cubrió su rostro y retrocedió.

    Por otro lado, el rostro de su otro oponente cambió a uno completamente serio. Se había dado cuenta del peligro que Franklin traía consigo.

    Rápidamente sacó un cilindro plateado de su bolsillo. Acto seguido lo extendió hasta convertirlo en una barra de metal. Con ella, su portador avanzó apartando los obstáculos regados sobre el suelo.

    Como iba lentamente, Franklin aprovechó para lanzar otro ataque, muy similar al anterior. En esta segunda ocasión, su objetivo se cubrió con su herramienta.

    Estaba apunto de atravesar por completo el campo minado. Una vez que estuviese del otro lado, la pelea podría volverse una de corta distancia. Viéndose venir la peor de las situaciones, Franklin lanzó un último ataque con todas sus fuerzas, incluso descartando la posibilidad de recuperar su cuchillo.

    —¡Vincent, la niña!

    Mientras Franklin preparaba sus siguientes movimientos, el contrincante que tenía enfrente le habló a su compañero, que aún se retorcía de dolor. Este, se giró de inmediato y miró hacia donde su colega le señalaba. Era la calle en donde Franklin vio a una muy inoportuna persona, Samantha Reynell.

    —¡Voy!

    Avisando sobre su curso de acción, el sujeto se recompuso enseguida y desapareció en la calle que le había sido indicada. Esto era un pequeño dilema para Franklin. No sabía que le podía pasar a Samantha si él no hacía nada. Por otro lado, frente a él tenía a un oponente que se veía listo para encararlo. Si quería saber qué hacía la niña allí, la mejor situación se daría si acabara con su enemigo enfrente rápidamente para luego alcanzar al perseguidor de Samantha. En cambio, si ignoraba a la criatura y lo que pudiese suceder con ella, podría suprimir a su enemigo de forma adecuada, atraparlo e interrogarlo. En todo caso, confiaba en que saldría victorioso de esa situación.

    Como no podía decidir, Franklin decidió usar el azar. Para ello extrajo de su bolsillo otro cuchillo, esta vez bastante pequeño. Sin aviso ni demora lo lanzó apuntado al centro de la frente de su oponente. Para aquel sujeto no iba a ser difícil de esquivar, pero la dirección que eligiese para hacerlo decidiría el curso de acción de Franklin.

    «Izquierda es.»

    El cuchillo terminó pasando al lado de la oreja izquierda de su oponente. Franklin, al notarlo, se dio media vuelta y empezó a correr. Por lo repentino del movimiento, esperaba poder aumentar momentáneamente la distancia entre ambos.

    El camino que el azar había marcado era el de deshacerse de forma inmediata del sujeto que ahora tenía a su espalda. Con ese fin en mente buscó acercarse a Samantha, pues bajo las condiciones del momento ella era la distracción ideal para su enemigo. Para que funcionase solo debía apresurarse, por lo que tener en cuenta la geometría de la ciudad podía ser fundamental.




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