Ignacio despertó cuando los primeros rayos de sol del día se manifestaron. Estos haces de luz entraban a través de una pequeña ventana que a su vez servía como única entrada de luz para la pequeña habitación donde se encontraba Ignacio.
El cuarto en cuestión tenía un aspecto deprimente, incluso si se ignoraba su escaso tamaño. La conformaban cuatro paredes de hormigón, que saltaba a la vista, y no había más que una cama dentro de ellas. Frente a la ventana se encontraba una puerta hecha de metal por cuyas rendijas no entraba el más mínimo haz de luz.
Por supuesto, Ignacio no reconocía ese lugar. Tampoco tenía idea de cómo había llegado a allí. Instintivamente asomó su cabeza por la ventana para intentar tener algo de contexto.
Una llamarada golpeó su cara. O al menos así lo sintió Ignacio.
De inmediato se alejó de la ventana y cayó de rodillas al suelo. Era un escozor tremendamente intenso, como no había experimentado jamás. Poco a poco se extendía por el resto de su cuerpo.
«¿Qué es esto? ¿Qué me ha pasado?»
Pasando con cuidado las manos por su rostro, notó que la mitad de este estaba cubierto por vendajes. La situación en el resto de su cuerpo era similar.
No podía recordar qué le había pasado. Era un sentimiento desagradable como ninguno Cuanto más se esforzaba por rememorar más perdido se sentía. Comenzaba a temblar y a tener ganas de vomitar. Era lo más miserable que recordaba haberse sentido.
Tras varios minutos el dolor físico aminoró, pero el dolor en su alma permanecía. Se había rendido y yacía con su mejilla pegada al suelo.
—Es muy temprano para renunciar. ¡Le prometo que en dos semanas recuperaremos el norte!
Un murmullo, que Ignacio había ignorado hasta entonces, se convirtió en un lejano grito que pudo entender con bastante claridad.
—¿Promesa? ¿Qué piensas que es eso? La realidad es que no has traído más que fracasos al Cerebro.
—¿Entonces...?
—Aprovecha tus últimas horas. Reflexiona sobre tu vida. Tal vez lo hagas mejor en la siguiente.
Eso fue todo lo que Ignacio pudo oír.
«¿Las horas contadas? ¿Lo va a matar, no? ¿¡Qué clase de lugar es este!?»
—Veo que ya te encuentras mejor.
De pronto escuchó una voz y los vellos de su cuerpo se pusieron de punta al unísono. La voz en cuestión era muy grave; era la misma que había escuchado hace escasos segundos en una habitación contigua. Le atemorizaba la idea de que hubiese aparecido en su cuarto. No quería girarse y confirmar que lo tenía detrás suyo.
«De todos modos, la puerta nunca se abrió. No es posible, ¿verdad?»
—Oye, ignorarme no va a hacer que deje de existir.
La voz volvió se volvió a manifestar. La presión sobre Ignacio aumentaba. Ya no le quedaba otra que ir en contra de su instinto y voltear a ver.
—Me llamo Leandro. ¿Puedo saber tu nombre?
Nada más girar, fue recibido con una mirada intensa proveniente de un par de ojos grises. Eran los ojos más cautivadores que había visto nunca. Tanto que por un momento se paralizó.
—Ignacio —alcanzó a decir cuando pudo apartar la vista de los iris de Leandro—.
—Es un gusto conocerte Ignacio. La verdad es que llevo un tiempo queriendo conocerte.
—¿A-a mí?
Ignacio estaba desconcertado. Sus preguntas las hizo muy despacio con el fin de tener tiempo a mirar detenidamente al misterioso hombre que había aparecido ante él. En cuanto a su apariencia, destacaría su madura edad y las ropas oscuras que portaba, al estilo de la organización a la que Ignacio pertenecía.
—Bueno, no todos los días se puede hablar con un superviviente como tú.
Viéndolo por más tiempo notó que su alborotado cabello desentonaba con lo impoluta que lucía su vestimenta. Ignacio no sabía si considerarlo alguien importante dentro de la organización o no.
«Espera, ¿qué dijo?»
—¿Qué es lo que me pasó? ¿Qué hago en este lugar? ¿Lo sabes?
—Me sorprende tu pregunta. Esperaba que supieras mejor que nadie lo que sucedió. Esa es la razón por la que estoy aquí.
—¿Quieres decir que no sabes nada?
—No, eso no. La cuestión es que queríamos saber más de lo acontecido en el lugar del que te rescatamos. Es una pena que no recuerdes —Leandro giró su mirada hacia la pequeña entrada de luz de la habitación—.
—Dime entonces, ¿de qué me rescataron?
—Si de verdad lo quieres saber... Te encontraron amarrado junto a tus compañeros en medio de una casa en llamas. Estuviste a punto de morir ahogado, como el resto.
—¿¡Todos!? ¿Cómo fue que yo...?
—Quién sabe. Supongo que tus cuerdas se quemaron rápidamente y aprovechaste esa situación. Lo cierto es que te arrastraste por toda la casa, con la cabeza mirando al suelo. Un gran esfuerzo, digno de admirar y digno de un favor divino.
Leandro había vuelto a girar sobre sí. Aplastaba a Ignacio con su mirada.
—Éramos muchas personas. Por muy baja que fuera, había una probabilidad de que alguien saliera con vida. Simplemente tuve suerte.
—Ya te lo dije, construiste tu suerte. Por eso es una pena que no te acuerdes de nada. Para mis superiores ya no les eres de ninguna utilidad.
—¿Ninguna utilidad? Entonces... ¿me puedo ir?
El rostro relajado de Leandro se tensó abruptamente.
—Perdón, debí ser más claro. Siguiendo el procedimiento estándar, no saldrás de aquí nunca. Vivo, quiero decir.
Leandro observaba fijamente, esperando una reacción de Ignacio.
—Es una broma de muy mal gusto, ¿no crees?
—Creo que estás subestimando mi sentido del humor. Te estoy hablando completamente en serio. A todos nos llega nuestra hora.
—¡Pero aún es muy pronto!
—¿Puedes tú decidir eso?