La adrenalina corría por las venas de Sofía. Se habían visto envueltos en un asalto en toda regla en el que ella y sus hermanos habían logrado distraer lo suficiente al enemigo para que Franklin pudiera aplastarlos.
A Franklin le había bastado con un par de ramos que mojó en el camino para protegerse de los ataques con armas blancas dirigidos hacia él, y para contraatacar de forma rápida y brutal. Sofía pudo apenas cubrir los ojos de Samantha para que no tuviera que presenciar tanta violencia. Sabía que no siempre podría evitar que presencie ese tipo de ocurrencias, pero el instinto le llevaba a protegerla de esa manera.
Cuando los tres hombres que habían preparado la emboscada dejaron de moverse, Sofía soltó a su hermana y se acercó hacia dichos hombres. Franklin se encontraba exhausto, de rodillas y brazos en el suelo y con dificultad para respirar, así Sofía sentía la responsabilidad de asegurarse que no volvieran a moverse. Sofía se aproximó con cautela y en cuanto pudo agarró con sus dos manos un cuchillo que había caído al suelo durante el enfrentamiento.
Con el filo de su arma apuntando hacia los cuerpos de incierto peligro, Sofía se detuvo en cuanto escuchó pasos detrás de ella. Era Anthony, quien parecía estar siguiéndola.
—Yo te apoyo —anunció en voz baja el muchacho.
—¡Quédate ahí! —alzando apenas la voz, Sofía advirtió a su hermano.
En el fondo, Sofía agradecía la intención pero la seguridad de Samantha era prioritaria.
Anthony se mostró frustrado por la orden recibida. No obstante, la aceptó. A pesar de todo, Anthony había crecido aprendiendo a controlar su entusiasmo. Sofía tenía que esforzarse para que aquello no resultara nunca en la pérdida de tal viveza.
—¡Detente, ya me encargo yo!
Franklin interrumpió a Sofía, devolviéndole a la peligrosa situación en la que se encontraba. Había enfado en la voz de Franklin, mas Sofía no sabía a qué se debía tal emoción.
—Yo puedo hacerlo. Descansa...
—No te confundas. Si te mueres pierdo mi más valiosa fuente de información. No voy a dejar que tú te encargues de esto.
Sofía trató de frenar a Franklin antes de que este se levantara. Sin embargo, su esfuerzo resultó ser en vano.
Franklin se atravesó en el camino de Sofía pero era evidente que trataba de vencer al dolor.
—¿Qué te pasa en el brazo?
—Un hueso roto, seguramente. Tocará terminar de reemplazarlo.
Sofía preguntó por el estado del brazo derecho de Franklin, quien trató de restarle importancia al tema.
Una vez llegó junto a los cuerpos que él mismo llevó al suelo, Franklin comprobó cada uno de ellos y soltó seis simples palabras.
—Afirmativo, están muertos. ¡Ayúdame a saquearlos!
Las palabras de Franklin fueron contundentes, los enemigos ya no tenían vida. Sofía se acercó con más confianza que antes.
—No suenas muy contento de que así sea.
—Aunque fueran simples peones, me hubiese gustado obtener algo de información si alguno hubiese sobrevivido.
—Lo dices como si no fueses tú quien acabara de quitarle sus vidas.
—Es cierto, pero no tuve oportunidad de calcular mis ataques.
—¿Por el tiempo?
—Y porque podían apuntar hacia vosotros.
—Claro...
Para Sofía era reconfortante hasta cierto punto saber que Franklin tenía como prioridad protegerlos. El nivel de brutalidad que él había mostrado generó miedo en ella. Si las palabras de él eran ciertas, lo tendrían de su lado hasta llegar a Gran Blasón. Debía tener cuidado en cómo tratarlo una vez llegara a dicha ciudad; lo peor que podía hacer era tenerlo también a él de enemigo.
—¡Mierda, nada de agua! ¿Qué tal ese de allí?
—¿Agua? No... Ni una gota.
Sofía registró todos los bolsillos en la ropa del cuerpo que revisaba y, fuera de recipientes vacíos, solo vio utilidad en una bolsa con dos panes duros.
—¡Agarra todo lo que se pueda vender!
—¿Absolutamente todo?
—Solo considera el tiempo.
—Bueno.
Por un breve momento Franklin y Sofía se comprendieron lo suficiente como para resolver la situación de manera eficiente al mismo tiempo que ahorraban palabras.
Franklin hizo hincapié en registrar los cuerpos en busca de agua porque él mismo había gastado gran parte de lo que les quedaba. Al no encontrar el importante recurso concordaron en buscar valor en otros artículos. Sofía no tenía claro cómo, pero imaginaba que el plan consistía en intercambiar los objetos que encontraran por el líquido que les era escaso.
Sofía se preguntaba si acaso Franklin se sentía culpable en ese momento. Consideraba buena señal que le pidiera ayuda para saquear, aunque aquello también estaría condicionado por la premura de su situación.
—¿Estas?
—Sí.
Al cabo de un rato Franklin apareció al lado de Sofía. Al ver que ella había cumplido con su parte la ayudó a levantarse y a guardar los objetos obtenidos.
Sofía miró a sus hermanos y les llamó sin levantar mucho la voz.
—¡Vamos!
Durante varios minutos, Franklin sintió una creciente sensación de miedo.
Tras una pequeña victoria, Franklin, Sofía, y los hermanos de esta tenían nuevas necesidades que cubrir antes de llegar a Gran Blasón. Quedarse sin una gota de agua los dejó en una situación precaria, y el tiempo se convirtió en su peor enemigo.
La necesidad forzó a Franklin a idear un plan. Este consistía en visitar un campamento de intercambios, utilizado a menudo por bandidos, para obtener el agua que necesitaban. Lo bueno de la idea era que no tendrían que desviarse mucho del camino más directo hacia su destino. Sin embargo, los problemas comenzaron cuando se dieron cuenta de que había pasado mucho tiempo desde la última vez que Franklin visitó ese lugar.