Quiero Morir (si puedes, sálvame)

32. Aglomeración Coactiva

   —Me parece una falta de respeto que te aparezcas con la manos vacías.

    El robusto hombre hablaba con un tono molesto, pero cualquiera que lo conociese podía entender que solo estaba jugando.

    —No a todos nos va como quisiéramos. Quizás para la próxima te obsequio algo de licor. Eso sí, he venido con un trato muy favorable para ti.

    —¿Un trato, conmigo? No has aprendido nada, mocoso.

    —Tranquilo, tengo claro que saldré perdiendo. Acéptalo como un gesto de cordialidad.

    Franklin no quería exponer que estaba necesitado y corto de tiempo. Si fuera a hacer un trato bajo esas condiciones con cualquier otro sería fatal. Afortunadamente lo que requerían no era algo muy valioso; El viejo Gregorio seguro se conformaría con sacar lo justo para atiborrarse de alcohol.

    —¡Ja, ja, ja! Eres tan ingenuo como siempre. ¡Acompáñame a hacer negocios! —Gregorio, apunto de dar media vuelta, detuvo su movimiento. Había por fin notado la presencia de los acompañantes de Franklin— ¡Ey! ¿Quiénes son estos que te acompañan? ¿Van a entrar?

    —Joder, cada vez estás más ciego. Son familiares míos, aunque hace poco casi no los conocía. Entenderás que no les deje aquí expuestos.

    —Supongo que no les puedo prohibir que entren. Pero dime, ¿qué son exactamente para ti?

    —No veo qué importancia tiene ese detalle... ¿La tiene?

    —Me intriga saber qué clase de vínculo es necesario para que un tipo como tú se preocupe por alguien.

    —...

    —...

    —Son primos de mi medio hermana, pero para mí eso no es importante.

    Franklin y Sofía intercambiaron miradas. Franklin intentaba que reaccionara a su falta historia. Sorprendentemente Sofía pudo entenderle y, aunque exageró un poco, Sofía actuó como si se hubiera ofendido. Franklin esperaba que eso bastara para distraer a Gregorio de ese asunto.

    —Bueno, si han estado contigo espero que estén acostumbrados al desorden.

    Gregorio no se disculpó antes de hacerlos pasar a su inmunda vivienda.

    Tal como había avisado el hombre, el interior de su cabaña era un desastre. Cristal, madera, metal y ropa por doquier decoraban de mala manera el interior de esas cuatro paredes.

    Entre todo el desastre Franklin buscó una sola cosa.

    —¿No tienes agua?

    —Pensé que ese nivel de cortesía sería molesto dada la prisa que tienes.

    —Me encanta que captes nuestra prisa. Sin embargo, no me estás entendiendo del todo.

    —Ah, ¿sí? Explícate entonces.

    —Necesitamos agua para los cuatro durante los dos siguientes días.. Entendemos que no nos facilites esa cantidad de gratis, por lo que estamos dispuestos a pagar en especie.

    Sin perder tiempo Franklin dejó caer sobre una mesilla, situada en una esquina, un par de relojes de mano que había preparado en su bolsillo.

    —¡Ja, ja, ja, ja! Sin duda, eres el tipo más aburrido que ha pisado este lugar.

    —Agradezco el cumplido, pero recuerda que tenemos prisa.

    —Ya, ya. Si agua es todo lo que necesitas, espera aquí un momento.

    —Oye. Se me ocurrió, ya que vas a buscar en otras cabañas, intenta traer carne.

    —Bueno, pero espero que tengas con qué pagar porque ahora está escasa esa maldita carne.

    —No, no te equivoques. Me refiero a carne, carne. Ya negociaremos el precio cuando me muestres el producto.

    —Bueno, no se muevan de aquí.

    Dicho y hecho, Gregorio se marchó de su cabaña dejando dentro a Franklin junto a Sofía y los hermanos de esta.

    El silencio se apoderó de la habitación un momento, hasta que Sofía decidió acabar con él.

    —Entiendo que es un conocido tuyo... ¿pero es de fiar?

    —No es una buena persona —añadió Samantha al cuestionamiento de su hermana.

    —Tienes razón, pero no importa. No es como si le estuviésemos pidiendo un favor.

    —Eso sí... ¿Podemos al menos salir de aquí en cuanto nos entregue el agua? —Casey insistía.

    —Claro, cuanto antes lleguemos a Gran Blasón mejor.

    Sofía y su hermano Anthony parecían incómodos. Desde el punto de vista de Franklin, mostraban un exceso de impaciencia. Por otro lado, la pequeña Samantha se mostraba más relajada, viendo en detalle el interior de la cabaña.

    —Samantha, no toques nada. Por favor.

    La mirada que Sofía clavó sobre Franklin hizo que este último cambiara su tono en el último momento.

    La tensión en el ambiente aumentaba cada segundo. Sin nada más que decir ni hacer, se limitaron a permanecer casi inmóviles hasta que oyeron pasos acercarse a la puerta sobre la que su mirada habían posado. Como consecuencia, varios músculos se tensaron involuntariamente.

    La puerta finalmente se abrió y por ella apareció Gregorio. Cargaba sobre su hombro un pequeño saco que debía contener los recursos parte del negocio.

    —¿Todo bien? —Franklin se apresuró en cuestionar el estado de la situación.

    —Sí, pero no son todo buenas noticias.

    Gregorio cerró la puerta detrás de sí y soltó frente a Sofía los artículos negociados.

    Nadie tuvo que decir nada para que la pelirroja se pusiera a revisar el interior del saco.

    —Explícate —pidió Franklin a Gregorio.

    —Hay agua de sobra y carne fresca, de pato.

    —Asumo que esas son las buenas noticias. ¿Cuáles son las malas?

    —No creo que tengas lo suficiente para pagar por todo ello.

    —¿De qué hablas? ¿Qué tan cara está la carne?

    —Sí, se podría decir que sí. Pero el desajuste no es por eso. Es más, ni siquiera se van a poder ir de aquí.

    Ante el peligro anunciado, Franklin fijó su mirada, llena de desconcierto, sobre Gregorio.

    La peor situación que había imaginado era una en la que Gregorio rechazara cualquier negocio propuesto. En cambio, lo que había sucedido se escapaba totalmente de su control.




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