Quiero Morir (si puedes, sálvame)

34. Aglomeración Pajasera

    Deshacerse de Adolfo supuso mucho esfuerzo de parte de Reydhelt. Al final terminó dándole lo que el molesto periodista buscaba. En ese tipo de situaciones Reydhelt preferiría saber mentir mejor, pero ese no era el caso, tenía que aceptar el costo de dicha realidad.

    El desgaste había sido tal que había llegado a creer que su relación con Adolfo había mejorado lo suficiente para que ambos pudieran trabajar codo con codo. Sin embargo, su actitud al final le recordó lo molesta que era. Su cuerpo se estremecía recordando que volverían a estar dentro del mismo vehículo dentro de poco.

    «Ni siquiera tengo sueño...»

    —Oye, volviste.

    Esperando junto al dichoso vehículo se encontraba Jaque, sin indicios de haber perdido la energía que le caracterizaba.

    —No esperaba que me adelantaras. ¿Pudiste hablar a gusto con Elena?

    —No del todo. Ahora mismo su grupo tiene muchos pendientes. Lo bueno es que aún está de buen humor.

    —Lo dices como si esperas que eso cambie en cualquier momento.

    —Bueno, cuando todo esto empezó fue ella quien más sufrió en mi familia.

    —¿Y tú estuviste ahí para ella, no? Seguro que esta vez también podrás contagiarle tus buenas vibras, como buena hermana que eres.

    Reydhelt afirmó aquello convencido. Conocía a Jaque y entendía que mientras estuviera viva haría lo que pudiera por quienes eran importantes para ella. Su desafía personal era ese, mantenerla con vida.

    —Bueno, pero mamá fue quien más le ayudó entonces. Yo sola no podría.

    —Te lo aseguro. A Elena nada le importa más en este mundo que tu bienestar.

    —Si lo dices así... puede que tengas razón. Pero eso es otra muestra de lo jodido que está todo. Es un mundo despreciable.

    —Desgraciadamente no hay nada que podamos hacer al respecto. Por lo pronto debemos mantener la cordura, para ello hay que dejar de pensar en ese tipo de cosas.

    Reydhelt no quería sonar negativo, pero tampoco podía intentar tapar la aplastante realidad.

    —No sé, tendré que darte la razón por ahora.

    Reydhelt no supo si decir algo más y ante esta situación se produjo un silencio incómodo que duró un par de minutos. El silencio se detuvo cuando apareció Casey con un libro en sus manos.

    —¿Qué tal, todo listo?

    —Sí, podrías decir que sí. ¿Y eso que llevas contigo?

    Jaque expresó curiosidad sobre el anormal objeto que traía consigo Casey. Los libros eran reliquias del pasado que se habían convertido en una alternativa de entretenimiento mientras la sociedad se reconstruía.

    —¿Esto? Una recomendación personal de Lucio.

    En cuanto escuchó el nombre del Capitán, Reydhelt entendió que Casey trataba de decir algo. Ella no osaría usar el primer nombre de aquel viejo terco sin una razón de peso.

    —Oye, también puedes contar conmigo si quieres que te recomienden libros —intervino Jaque—.

    —¿Ah sí? Lo tendré en cuenta. Por cierto, ¿qué te parece la recomendación del Capitán?

    Casey levantó un momento el libro de forma que Jaque pudiera ver la portada con claridad. El escrito se titulaba "Secretos Escurridizos".

    —Interesante, pero yo no lo recomendaría a alguien que busca entretenerse.

    —¿Crees que es aburrido?

    —Más entretenido que aburrido, sí.

    —Me entusiasma comprobar si compartiremos esa opinión.

    Reydhelt sentía que no terminaba de comprender ese último intercambio entre Casey y Jaque. No podía pasarlo por alto, quería tener claro lo que pretendían lograr Lucio Abrego y Casey con el libro aquel.

    —¿No pretenderás leer mientras nos movemos, verdad?

    —Claro que sí.

    Casey respondió con confianza a la inquietud de Reydhelt.

    —¿Quién pretendes que conduzca?

    —Tranquilo, dejaré que Pedro se encargue de eso.

    Reydhelt no quedó tranquilo del todo, pero entendía por dónde iba el asunto.

    —Me preocupa algo.

    —¿De qué se trata?

    —¿Crees que llueva esta noche?

    —Sí, es probable que llueva.

    Usando palabras que en algún otro momento intercambió con Casey, Reydhelt confirmó sus sospechas. Tenían que dejar atrás a sus perseguidores venidos de otro mundo y para ello estaban usando el libro. Desconocía los detalles, pero ese no era su problema. Seguro lo comprobaría luego.

~~separador~~

    Para sorpresa de todos, se anunció que tardarían más de lo previsto en salir del pueblo. Se sugirió que aprovecharan el tiempo extra para comer y asearse con tranquilidad. Reydhelt, por su parte, acompañó en silencio a Casey mientras ella hacía por leer el libro que el capitán le encomendó. El silencio no era absoluto, pues podía escuchar cada tanto fricción entre páginas de papel, pero no era distracción suficiente para molestarle en su único trabajo, procurar que nadie molestara a Casey. De hecho, no hubo novedad alguna en ese sentido.

    —Parece que se acabó el descanso —soltó Casey mientras soltaba el libro y empezaba a estirar sus extremidades.

    Tras la advertencia de Casey, Reydhelt echó un ojo al frente de la camioneta. Efectivamente, podía ver a gente dirigirse a sus vehículos asignados, por lo que era correcto asumir que les quedaba poco tiempo en aquel pueblo.

    —Bueno, yo me voy a estirar fuera.

    Reydhelt quería disfrutar ese momento a plenitud. Después de avisar, salió del vehículo y procedió a forzar un poco los músculos de sus brazos y piernas.

    —Oye, mira que sorpresa.

    La voz de Jaque sorprendió a Reydhelt, quien recompuso su postura y la vio apuntando hacia un lugar. Era evidente que el lugar señalado era donde estaba Adolfo con un acompañante ligeramente sorpresivo, Tomás Kronen.




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