Las palabras eran casi innecesarias. Los niños se quedarían en la habitación esperando la remota posibilidad de que apareciera Sofía. Mientras, Arturo y Franklin saldrían a buscar pistas. Esa decisión traía consigo un peligro inherente, pero a Franklin le importaba más el riesgo que pudiese correr Sofía.
—¿Cuál es tú plan?
Arturo preguntó qué camino pensaba tomar Franklin tras haber caminado sin rumbo durante un par de minutos.
—Empezar a descartar posibilidades. Pensé que alguno de los secuestradores podría estar todavía por la zona. No parece ser ese el caso.
—A veces las cosas no son como parecen. Aún más en situaciones como esta.
El comentario de Arturo hizo a Franklin caer en cuenta de algo. Él no podía esperar descartar cada posibilidad de forma rápida. La noche estaba llegando y la luminaria pública era escasa. La oscuridad había espantado a las personas que antes caminaban por las calles de la ciudad. No había lugar para esconderse.
—¿Desde dónde pueden vigilarnos?
—Desde alguna casa cercana. Desde alguna de las torres.
—¿Torres?
—Sí, como las que vimos al entrar a la ciudad. Parecen estar por todo el perímetro de la ciudad.
Franklin no tenía idea de qué estaba hablando Arturo.
—No me fijé. ¿Qué tan altas son?
—No sé, unos doce metros.
Dado que casi todas las edificaciones eran de un solo piso, esa altura era suficiente para observar casi todo lo que ocurría dentro de la ciudad si había una cantidad acertada de torres. Es decir, en ese mismo momento alguien podía estar observándolos desde alguna de las torres.
—Regresemos a nuestra habitación.
Arturo y Franklin volvieron con prisa donde se encontraban Anthony y Samantha. Pese a que trataban de ocultarlo, se atisbaba preocupación en sus pequeños rostros.
Franklin debía aprovechar ese sentimiento para ponerlos de su lado. Sin embargo, tenía que tener cuidado de no hundir su estado emocional hasta el punto de que no pudieran colaborar apropiadamente. La situación era tan delicada como crítica.
—Escuchen. No sabemos con certeza quién pero han raptado a vuestra hermana.
Sin mediar palabra, Anthony se dirigió hacia la salida arrastrando a Samantha consigo. Franklin se apresuró en interponerse.
—¿No me escuchaste? Aún no sabemos dónde o con quién se encuentra.
—Tú lo has dicho, no tienes ni idea. No vamos a quedarnos contigo a esperar de brazos cruzados.
—Escucha primero.
—¡Déjame pasar!
El crío pasó a usar su fuerza para intentar abrirse camino. Su exasperante comportamiento dificultaba la elección de palabras de Franklin. Arturo no parecía interesado en intervenir de ninguna manera.
—Sois todos iguales: Sofía, Samantha, tú. No me extraña que solo quedéis tres.
El cambio de expresión en el rostro de Anthony fue instantáneo. Franklin no podía adivinar qué sentimiento dominaba la mente del muchacho, pero claramente estaba apunto de explotar. Samantha, por otra parte, agachó su cabeza.
«¿Quiere llorar? Tal vez me he pasado.
—Si queremos recuperar a Sofía tenemos que trabajar juntos.
Tenía que decirlo, aunque fuera difícil de admitir, aquella no era una tarea que Franklin pudiese cumplir solo.
—Cualquiera que sea el enemigo, estoy seguro que su objetivo no es solo Sofía. Debemos usar eso a nuestro favor.
—¿A quién pretendes arriesgar?
Ante la incredulidad de los niños, Arturo preguntó por la decisión derivada de la propuesta de Franklin.
Franklin pausó en segundo, hincó su rodilla y miró a los ojos al cebo ideal.
—Quiero que me respondas algo, Samantha. ¿Quieres a Sofía de regreso o quieres perderla como al resto de tu familia?
La pequeña no tuvo oportunidad de responder. Anthony se acercó y apuntó su puño hacia el rostro de Franklin. Evadir el golpe nunca pasó por la mente de Franklin en el corto espacio de tiempo que tuvo para reaccionar. Siguiendo nada más que su instinto recibió el puño con un cabezazo.
Anthony retrocedió claramente adolorido. Verlo retorcerse era incluso hasta desagradable. Franklin regresó su mirada hacia Samantha.
—Estoy metido hasta el cuello en esta mierda. Al igual que vosotros me juego todo en esto.
Sus húmedos ojos mostraban debilidad. Estaba a punto de caer.
«Si no estuviera su hermano...»
—Solo te llevarán donde Sofía. Nosotros nos encargaremos de que las dos regresen a salvo.
No estaba mintiendo. Esa era su intención. Todo podía cambiar según la respuesta del enemigo, pero el resultado ideal era el que había expresado en voz alta.
No le quedaba más que decir, así que Franklin se levantó y abrió la puerta de la habitación. Era lo último que podía hacer para motivar a Samantha para que colaborase con su plan. Ella debía decidir.
Dentro del ayuntamiento de Gran Blasón, en la oficina más grande del segundo piso, Santiago Herrera organizaba su escritorio una última vez por ese día.
El día había sido largo pero todo continuaba bajo control. Sus asistentes seguían haciendo un buen trabajo. Nadie había salido de la ciudad en las últimas veinticuatro horas. Por otro lado, cinco diferentes grupos de personas ingresaron en el mismo período. El crecimiento de Gran Blasón era incontestable. La popularidad de su persona entre los habitantes de la ciudad habían llegado a un nuevo máximo. Todo tenía que seguir así. No podía dejar que nadie alterara tal progreso.
—Disculpe, señor alcalde.
Una disculpa protocolaria y dos golpes a la puerta de su despacho anunciaron la entrada de Sergio.
—Dime, ¿por qué luces preocupado?
—Mi intención no es generar alarma alguna. Solo le tengo una novedad sobre el cuarto grupo que ingresó el día de hoy.