Los colaboradores de Santiago habían recibido las instrucciones necesarias. Lo que a él le correspondía era esperar en su despacho.
«Tal vez Martha tenga razón en que me preocupo de más.»
Todos sus hombres dentro del ayuntamiento estaban armados. Ningún grupo tan pequeño como el de la chica pelirroja podría causar daños dentro o en las cercanías del ayuntamiento. Los otros grupos de llegada reciente a la ciudad no habían mostrado ningún comportamiento sospechoso.
Quizás llamar gente desde las torres había sido una exageración.
—¡Señor alcalde!
—Dime.
Uno de sus hombres irrumpió con premura en su oficina. Su cara mostraba preocupación y duda.
—Hemos detectado humo salir de dos torres de vigilancia. Hemos iniciado los esfuerzos para establecer contacto con los soldados allí posicionados, pero aún no tenemos respuesta.
La noticia era tan negativa como era sorpresiva, pero Santiago no podía perder la calma.
—¿En qué sectores?
—Ambas torres están en el noroeste.
Su subordinado señaló las torres atacadas en el mapa de la ciudad colgado en una de las paredes de la habitación. Una de las torres señaladas había quedado vacía tras requerir refuerzos en el ayuntamiento.
«¿Es una coincidencia? Seguramente no.»
—Mantén la calma. No debemos caer ante su provocación.
El objetivo del enemigo debía ser que se precipitaran e intentaran retomar el control de las torres. Probablemente tenían gente esperando fuera de la ciudad.
—¿Qué hay de los guardias apostillados en esta torre? —Su súbdito continuó inquiriendo mientras señalaba el lugar que le preocupaba.
—Considéralos muertos, desafortunadamente.
Que alguno sobreviviera sería un milagro. No podía esperar algo semejante del mundo pues la crueldad siempre prevalece. Tal vez Santiago no era tan cruel como el universo, pero al menos sería más cruel que su enemigo; no podía dejar dudas al respecto.
—No te quedes con esa cara. Escúchame bien.
—Sí señor.
—Prepara los lanzacohetes. Diles a los recién llegados que vamos a despedir a sus compañeros a lo grande.
Anthony se encontraba en el suelo. Lo sabía porque su cuerpo entero sentía el contacto de la fría y áspera superficie.
Además, su boca estaba parcialmente llena de concreto. Era una sensación asquerosa. De todos modos, esos eran asuntos menores. Tenía que levantarse cuanto antes. No era una cuestión de si podía hacerlo. Era su obligación.
Su mayor impedimento era su brazo que estaba casi al completo enterrado en escombros. Dolía, pero el tamaño de los escombros calmaba sus ansias.
Con todas sus fuerzas, Anthony desenterró su brazo y poco a poco se puso de rodillas; Entonces escupió y tosió hasta quedarse satisfecho.
«¿Qué es ese zumbido de mierda? No importa. Tengo que salir de aquí.»
Al levantarse notó el imperfecto estado en el que había quedado su oído. Sin embargo, no se molestó en comprobar el resto de sus sentidos.
Tras enterarse de la situación comprometida en la que se encontraban sus hermanas, Anthony no pudo negarse a seguir el plan de Franklin y hacer trabajo sucio para él. El imbécil ese prometió que si Anthony se daba prisa saldría ileso. Como siempre, el valor de sus palabras era el mismo que el de una pila de excremento.
Cuando parecía que podría escapar sin que nadie descubriera su posición, una lluvia de fuego cortó su paso. Quizás si hubiera reaccionado más rápido Anthony hubiera sufrido menos daño. Ese no fue el caso. Un pedazo de escombro golpeó su cabeza y lo llevó al piso. El resto de sus heridas las sufrió inconsciente.
«¿Ahora cómo voy a ayudar a Sammy?»
No, se estaba equivocando de nuevo. Él sabía dónde estaba su familia. Él podía moverse. Solo tenía que dirigirse hacia allí, eliminar a quien se interpusiera en su camino y salir de allí con sus hermanas.
Debajo de ciertas torres de la ciudad de Gran Blasón existía un almacenamiento de combustible para su rápida distribución en casos excepcionales. Fue muy conveniente para Santiago que uno de estos depósitos estuviera debajo de una de las torres que este había designado como objetivos. De esta forma pudo desaparecer esa torre de forma eficiente y dirigir la mayoría de proyectiles a la otra edificación comprometida.
Con el tamaño de las explosiones resultantes era inevitable que los daños se propagasen más allá de las torres. Era un precio alto pero necesario en pos de eliminar de una vez por todas a quienes intentaron perturbar la paz de Gran Blasón.
Por supuesto, no era algo pensado totalmente en el momento. Santiago había pensado maneras rápidas de suprimir posibles enemigos cuando negoció con *aquellas personas*. No era su intención atraer enemigos, pero sabía que podía pasar si se juntaba con ellos.
Dado el peligro al que se expuso no dudó en pedir todo tipo de armas como seguro de vida. ¿Cómo demonios hicieron para conseguirlas? Lo mejor era no mortificarse con ello.
«En cualquier caso, yo administraré su castigo cuando tenga el poder necesario.»
El deber más inminente era resolver el intento de destrucción de Gran Blasón.
—¡Sergio!
—Sí, señor.
Aunque lo tenía muy cerca, necesitaba asegurarse de que su asistente estuviera en tensión.
—Divide en tres grupos a los soldados presentes. Que dos de los grupos se aseguren de que los enemigos de la ciudad estén muertos.
—¡Voy!
En un instante Santiago vio a Sergio descender por las escaleras centrales del ayuntamiento.
Ese debía ser el final de ese irritante evento. Había tenido que mover muchas piezas, pero nada irrecuperable se había perdido. En todo caso, debía ponerse en contacto con *ellos* lo antes posible.