Quiero Morir (si puedes, sálvame)

38. Desfile Cabal

Había transcurrido una considerable cantidad de tiempo desde que Sofía dejó de escuchar voces fuera de la habitación donde la mantenían cautiva.

De todas formas, no podía asumir que no había nadie. Incluso si así fuera, la puerta seguiría siendo un impedimento. Tenía que esperar a que la abrieran por ella. ¿Pero cuánto tiempo más podría esperar?

También desconocía lo que le sucedería luego de que se abriese la puerta. ¿Empezarían a interrogarla de verdad? ¿Le dejarían ir en cuanto costase lo que sabía? Solo tenía dudas. Por el contrario, no tenía ninguna certeza.

Mentira.

Sus hermanos estaban solos. Esa era la consecuencia relevante de sus propias decisiones.

Sofía tenía que tomar otra decisión si quería revertir la situación.

Confiando más que nada en sus sentimientos, Sofía gritó como pocas veces lo había hecho en su vida.

Su corazón latía con fuerza mientras esperaba que pasara algo. Esperó por lo que ella sintió como una eternidad. Nada sucedió.

—¡Aléjate de aquí! ¡No quiero morir!
Volvió a gritar, con más calma, tratando de crear un espectáculo convincente. Incluso golpeó la mesa que se hallaba en medio de la habitación.

«¡Ahí está!»
En cuanto sintió que la salida empezó a abrirse, ella cerró distancia con la misma. Para ese momento ya estaba descalza, por lo que corrió haciendo el menor ruido posible.

Ni siquiera se tomó el tiempo de ver la cara de la persona que le dejaría salir, simplemente golpeó violentamente su entrepierna en cuanto tuvo oportunidad de hacerlo.
La adrenalina fluyendo por las venas de Sofía aumentó su temeridad. Ni siquiera el escuchar los gruñidos de dolor de aquel sujeto frenó a Sofía. Lo terminó de noquear con un par de golpes en la nuca y puso enseguida un pie fuera de ese lugar.
Luego de pestañear dos veces retrocedió. Vio algo de interés amarrado a la cintura de aquel sujeto. Lo agarró deprisa y continuó su escape.

Tras buscar un poco entendió la distribución arquitectónica de aquel lugar.

«¡Joder!»

En donde claramente se encontraba la salida había una gran cantidad de personas apostilladas. Lo normal era pensar que no la dejarían salir. Afortunadamente, los hombres estaban concentrados en observar el exterior.

Con celo y sigilo, Sofía exploró el nivel. Después de evitar un soldado en el proceso terminó con un solo lugar posible por el que continuar, las escaleras hacia el segundo piso.

«Si encuentro una cuerda podré salir por una ventana.»

El organismo de Sofía ya había normalizado su producción de hormonas. Pensaba con más detenimiento cada paso que daba y el miedo se apoderaba de ella poco a poco.

Aunque Sofía confiaba mucho en su oído, era difícil hacerlo en esa situación. De todas formas, el intenso ruido que escuchó tan pronto llegó a la segunda planta no era producto de su imaginación. De eso estaba segura.

Durante varios segundos, Sofía no se movió. No podía decidir si acercarse o alejarse de ese ruido metálico. Desde donde se encontraba podía apreciar que el origen de la anomalía sonora se encontraba tras una puerta semiabierta. Entonces, más ruidos se produjeron en ese mismo lugar.

Por alguna razón Sofía sintió que debía acercarse. Al menos quería verificar la cantidad de personas que allí se encontraban.

«Debería evitar ese sitio...»
Sofía se sentía extrañamente atraída a ese lugar a pesar de que su razón le pedía alejarse.
En ocasiones como aquella las emociones son las más determinantes para decidir qué hacer. Sofía decidió acercarse para verificar la cantidad de personas que allí se encontraban. Supuso que su presencia pasaría desapercibida en medio del ruido.

Tras acercarse a la puerta que le separaba del lugar que captó su interés, Sofía vio a través de su apertura varias siluetas que hacían contraste con la luz que entraba por las ventanas y... ¿la pared?

Cuando Sofía estaba a punto de alejarse. Las voces indistinguibles se transformaron en palabras que le eran familiares.

—Franklin. Solo Franklin.

«¿Qué? No puede ser. ¿Qué haría él aquí?»

~~separador~~

Una posibilidad única se presentó ante Franklin.

Para él, era poco importante la razón de la presencia de la chica pelirroja. Lo relevante era, ¿valía la pena intentar salvarla? Por otro lado, abandonarla aumentaba su probabilidad de sobrevivir.

«De todas formas, ¿dónde está la belleza de la vida?»

En momentos como ese.

Franklin se lanzó al precipicio sin mediar palabra. No necesitaba ayuda de nadie para hacerlo. Si iba a morir sería bajo sus propios términos. Si lo iban a dejar marchar, sería por sus propios méritos.
En medio del aire se dio media vuelta y lanzó hacia dentro del edificio dos botellas de cristal llenas de aceite y gasolina. Si alguien se atrevía a disparar se desataría el infierno en esa habitación. Era la oportunidad que le devolvía a Sofía.

El impacto de Franklin contra el suelo fue violento, pero él no sintió que ninguna parte de su cuerpo se rompiera. La mayor parte del daño la sufrió su prótesis metálica.

Franklin se levantó y corrió para alejarse del ayuntamiento. Franklin aún creía en la victoria, pero para lograrla tenía que seguir sacrificando. Tenía que prenderle fuego a la ciudad. Solo después de sembrar el suficiente caos podía intentar acercarse de nuevo al alcalde.

Tras evitar las casas y los negocios más cercanos, Franklin entró en una residencia a través de una de sus ventanas. Sin tiempo que desperdiciar, entró a la cocina y en ella agarró una escoba y un vaso de cristal. Valiéndose de instrumentos que sacó de su mochila y rompiendo el vaso recién adquirido con cuidado, improvisó un arma cortopunzante.

«Parece que mi suerte está cambiando.»

Nadie había hecho acto de presencia a pesar del ruido que hizo. Estaba preparado para silenciar forzosamente a los residentes de aquella casa, pero afortunadamente se iba a ahorrar ese trabajo.




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